Alizia 21

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Alizia 21

Jorge Moreno

Esta obra obtuvo el II Premio Jovellanos a la Producción Escénica.

Se estrenó el 3 de noviembre de 2007 en el Teatro Jovellanos de Gijón, con el siguiente

Reparto

Lewis: Jorge Moreno

Alizia: Sonia Vázquez

Conejo: Ana María Blanco

Ratón: Cristina Cillero

Pato: Luchy Colunga

Soldado 1º: Luchy Colunga

Loro: David Acera

Aguilucho: Jorge Moreno

Reina: David Acera

Dodo: Ana María Blanco

Paloma: David Acera

Oruga: Luchy Colunga

Sombrerero: Jorge Moreno
Liebre: David Acera
Lirón: Cristina Cillero
Gato: Cristina Cillero
Soldado 2º: Ana María Blanco
Rey: Jorge Moreno
Agente 1º: Luchy Colunga
Agente 2º: Cristina Cillero

La obra tiene lugar en cualquier nación, realidad nacional o estado que se autodefina como “País de las Maravillas”.

ACTO ÚNICO

Oscuridad propia de madriguera literaria... aun.que humana, demasiado humana y real, demasiado real. Se escucha la melodía de una caja de música. Ésta va agonizando hasta desaparecer por completo, siendo sustituida por una voz humana que canturrea lo que acabamos de escuchar. Dicha voz también se de.tiene. Silencio. Algún que otro jadeo, alguna que otra respiración agitada... Silencio. Una repentina luz se abre paso entre las tinieblas. Se trata de una lámpara atrapamoscas o similar. Junto a ella, sitúa su rostro Lewis. Nuevos jadeos. Ríe. Gime. No sabe lo que hace. Susurra algo que nadie escucha. Traga saliva. Vuelve a intentarlo. Ríe. Ríe. Ríe. Llora. Llora. Llora. Ríe y llora. Toma aire. Allá va.

Lewis. – Al... izia... Alizia... A... Alizia... Alizia... ALI-Ziiiaaaaaaaa... (Se aparta del haz luminoso.        Vuelve a reír. Vuelve a llorar. Vuelve a sentir que no sabe lo que siente. Vuelve al pequeño       espacio iluminado.) ...Alizia... (Unos segundos de quietud.) ...Alizia... (Sumerge el rostro en las         manos crispadas. Se balancea.) ...Pequeña Alizia. Pequeña. Pequeña Alizia. La pequeña Alizia.          Alizia, la pequeña. Mipequeña. Mi Alizia. Mi pequeña Alizia... (Llega a golpearse a sí mismo.)   Alizia. Alizia. Alizia. Ese nombre. Su nombre. El nombre. El nombre de mi pequeña. De mi   pequeña... Alizia.

Movimiento rápido. Enciende un ordenador que pasaba desapercibido en el seno de las brumas. Una peculiar estructura de apariencia endeble sostiene el aparato. Al fondo de la escena, se observa, gigantesca, proyectada, la pantalla del mismo. Nada. Lewis teclea, equivocándose: “Alizai”. Corrige: “Alizia”.

         Ahí estás. (Respira hondo.) ...Alizia. Con zeta aristocrática. Distintiva. Ahí... estás. ¿Dónde estás?          ¿Dónde, Alizia? ¿Dónde está Alizia? (Aca.ricia la pantalla del ordenador.) ¿Dónde estabas ayer?          (Gimoteos espasmódicos. Llora abiertamen.te.) ¿Dónde? ¿Dónde? (Silencio prolongado. Trata de          reponerse.) Si tú supieras... Yo sé que lo sabes, pero... si tú supieras, Alizia... Mi pequeña Ali-       zia... Tentadora... Alizia. Alizia prohibida. (Pau.sa.) ¿Vendrás hoy? ¿Vendrás a pasear en barca...       sin salir de casa? (Carcajada. Más silencio.) ¿Ven.drás, Alizia? ¿Vendrás? Ven. ¿Por qué no?         ¿Qué te han dicho? ¿A quién se lo has dicho? ¿Con quién has hablado? ¿Con quién, Alizia?   Dímelo. Soy yo. Dímelo. DÍMELO.

Pulsa la tecla correspondiente a la letra “a”. La mantiene así durante unos segundos. Podemos ver el resultado en la enorme pantalla: aaaaaaaaaaaaaa aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa. Abandona la extraña –y obsesiva – tarea. El grito pasa de la escritura a la voz de Lewis.

         ...AAAaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa... (Golpea la pantalla con desesperación fatigosa.) ...Hija    de puta. Eres una hija de puta, Alizia. Con zeta de “zorra”. Tú misma eres una puta. Putaputaputa.       Putón. Un putón. Eso es lo que eres, pequeña Alizia. Mi pequeño putón. (Pausa.) Traidora.   Traidora de traidoras. Lista. Conoces mi punto débil. Sabes. Si yo supiera lo que tú sabes... Si los     dos supiéramos, pequeña Alizia traido.ra... (Gran pausa.) ¿Por qué tuviste que apare.cer? ¿Por       qué tuviste que... desaparecer?

Apaga el ordenador. Se apaga la lámpara atrapamoscas o similar.

         ...Alizia...

Un oscuro instante, seguido de luminosidad gene.ralizada. Una estancia neutra, fría. Un espejo. Lewis, de espaldas, se contempla en él, inmovilizado por sus pensamientos. Música propia de la ensoñación más infantil –¿o tal vez la “Gnossienne N.º 5” de Erik Satie? –. El único personaje alza la mano derecha; después, la izquierda; luego, ambas. Parece absorto en sí mismo y en el reflejo de sí mismo.

         ...Asimetría... Desviación lateral... Relación de contrariedad... Enantiomorfismo... (Contemplando           las manos, las suyas y las reflejadas.) El mismo número de huesos... El mismo número de     músculos... Los mismos dedos... El mismo tamaño... (Baja, repentinamente, los brazos.    Mirándose sin pestañear.) ...El mismo rostro... Y, sin embargo, no es el mismo. No es igual. No         soy yo. No soy. No es. (Pausa. Alza una mano.) Te busco. (La aparta.) Me rehúyes. Me buscas          porque yo te busco. Me rehúyes, puesto que te rehúyo. Podrías ser tú. Podrías ser... pero no eres.       Nadie. Nada. Aunquesigues ahí. ¿Seguirás ahí cuando ella vuelva...? ¿...cuando ella vuelva... del    otro lado?

Lewis gira el espejo y, por el otro lado – oh, sorpresa –, aparece la figura de Alizia, en ropa interior, amordazada, aprisionada por correas ceñidas al mismo espejo – que es reflejo por delante y por detrás – .

         ¿Lo ves? Te has ido. ¿Lo ves? Ella ha vuelto. Has vuelto.

Alizia gime, gime, gime y llora, llora, llora. Gime y llora, a partes simétricas.

...Shhhh...

Ella trata de hacerse entender. Cree decir algo comprensible. Pero... no; él, al menos, no lo comprende.

         Shhhhhhhhhhh. Es un juego. Es EL JUEGO, Alizia. ¿Recuerdas? ¿Te llamabas Alizia, verdad?    Con zeta. Jamás olvidaré tu nombre. Jamás olvi.daré que te llamas Alizia y que ese nombre airea    el sótano, la madriguera de este pobre escritor. De este enamorado, Alizia. Tu amigo. Siempre       tuyo. Amén.

La mente de Alizia termina por escoger las lágrimas.

         Oh, no. No, Alizia. No. No llores. Piensa en los largos paseos junto al río. Piensa en el río. Piensa             en ello, si es que las niñas eternas podéis pensar. Si es que os dignáis a pensar en nosotros, las         viejas voces salidas de la tumba. Porque la edad esuna tumba, querida Alizia. Cada año es un             remache del ataúd, una flor junto al mármol, una letra en el epitafio. Piénsalo. Piensa en ti... y en       mí.

Alizia gruñe, en su impotencia.

         ...Ssssshhhhhhhhhhh...

Se ubica tras ella, dejando ver sus brazos.

         Ahora... juguemos.

Melodía paradójica: ¿flamenco? Las manos de Lewis liberan las piernas de Alizia. Ésta, patalea, casi sin fuerzas. Después, libera sus extremidades superio.res. Ella trata de huir. Él, la retiene. Forcejean, pariendo una siniestra coreograf ía. En un momento dado, Alizia se despoja del abrazo de Lewis y de la mordaza que oprime su boca. Dolor. Otra vez las garras del hombre. La ¿niña? va rindiéndose. Se dejará hacer. Él acaricia su cuerpo, con una mezcla de ansiedad erótica y devoción religiosa. La arroja al suelo. Alizia se siente – se sab e – vejada. Lewis se aproxima a un armario que permanecía en segundo plano. Lo abre. Se distinguen varios ropajes propios de diversos cuentos infantiles –la caperucita de Caperucita Roja, la vestimenta de Blancanieves... – . Extrae unos ropajes con.cretos. Un vestido azul – celeste – y blanco – el que la ¿niña? conoce tan bien –. Enajenado por la música, el hombre la pone en pie y la viste. Con el vestido. La viste con el vestido. Es un ritual que dominan perfectamen.te, a fuerza de siniestras repeticiones. Cada paso es una oración. Cada caricia... una blasfemia. Comple.tan el cuadro unos zapatos negros y unos calcetines altos. Completa el cuadro el final de la música. Lewis se abraza a la ¿niña? con denodada intensidad. Olisquea su cuerpo y su vestido. Alizia oprime los párpados.

         Mi querida querida. Frágil y dichosa a partes iguales. Simétricas. Cómo te agradezco tu     presencia. Cómo quiero quererte. Cómo quiero que me quieras. Te daré lo mejor de mi perso.na.     A cambio, me conformaré con lo peor de ti. Fuera... llueve. Truena. Relampaguea. Hace frío. Las demás niñas te envidiarían, Alizia. Te envidian, de hecho. Pero ellas no son así. No son así. No      comprenden nuestros juegos. No conocen las reglas. Las reglas del juego. El juego, Alizia. El      juego. (Tras una larga pausa preñada de suspiros y toqueteos.) ¿...Finalizamos la partida?      (Muestra un cuchillo enorme que ha brotado de cualquier lugar.) ¿Consumamos el jaque? ¿Lo          consumamos, Alizia? ¿Traspasamos el umbral de los sueños? ¿Remamos? ¿Remamos hacia los     rápidos, hacia la catarata...? ¿... juntos?

Ella no puede contestar.

         Respira hondo, Alizia. Respira hondo.

Alizia. – (Un aullido que se debilita hasta el gemido.)

         NOOOOOOOOoooooooo.

Se zafa de Lewis, golpeando su entrepierna. Él, pierde el control sobre el cuchillo. Se duele. Alizia lo

recoge.

 

Lewis.  – Al... izia...

Ella clava el arma blanca en un costado de Lewis. Él no aúlla: aspira con fuerza, llevándose las manos al territorio corporal inundado por su sangre. La mira.

         Al... izia... (Sufre.) No era así. No es esto. No es esto. No forma parte de nuestro juego. De          nosotros. ¿Y nosotros? ...Nosotros... Tú. ¿Desco.noces las reglas? ¿Tú también, Alizia mía? (Se           tambalea de manera ostensible.) ... Lejano tiempo de la infancia... Inocente... y dichoso... estado...      (Cae de rodillas.) ...Alizia...

Se derrumba definitivamente. Alizia respira hon.do – como él profetizó – y rompe a llorar, desconsola.da. Deja caer el cuchillo. Deja caer su cuerpo. Mira en derredor. ¿Y la salida? Se incorpora. Deambula por la estancia, buscando la libertad. No la halla. También se tambalea. También cae de rodillas. También se derrumba definitivamente. También cierra los ojos. Prolongada pausa. Se escucha el “bip, bip” de un teléfono móvil – ¿es un mero “bip, bip” o una melodía fúnebre adaptada al dichoso aparatejo? –. Respingo de la mu.chacha. Se abre el armario del cual Lewis tomó la ropa de Alizia. De allí sale el Conejo.

Conejo. – (Portando teléfono móvil y guadaña.) Ay, Dios mío, qué tarde se me está haciendo. (Contesta          a la llamada.) Ya voy. Ya voy. (Cuelga. Recorre el extraño lugar sin rumbo preciso.)

Alizia. – ¿Quién es usted?

Conejo. – (Aproximándose al inerte Lewis.) ¿Y éste... quién es? (Sin tregua.) Déjalo. No tengo tiempo.

Alizia. – Es el señor Lewis.

Conejo. – ¿Lewis? Lewis... ¿Lewis... qué más?

Alizia. – Lewis. Lewis Lewis.

Conejo. – ... Lewis. (Repasa mentalmente.) Le, lo, la. La Fontaine... La Pérouse... Le Corbusier... Lincoln... Lope... (Chasquea la lengua.) ...No. No figura en mi lista mental. (Mirada a la pantallita del        teléfono.) Pero... qué tarde es. Llego tarde. Llego tarde.

Alizia. – ¿Adónde?

Conejo. – A Gaza. A Bagdad. A Bilbao. Como an.tes llegué tarde a Hanoi o Waterloo.

Alizia. – ¿A dónde?

Conejo. – No lo entenderías. Hay que figurar en mi lista para entenderlo. (Mira el teléfono – sí, otra      vez.) Llego tarde. Tarde. (Se dispone a salir.)

Alizia. – Espere.

Conejo. – ...Muy tarde.

Alizia. – ¿Va... (se corrige) VAMOS a dejar al señor Lewis aquí?

Conejo. – ¿Lewis? Le, lo, la. Lewis. Que no. No fi.gura en la lista. (Vuelta al teléfono.) Es tarde.

Alizia. – ¿Tarde? ¿Tarde... para qué?

Conejo. – Para llegar tarde a mi siguiente parada. Se me hizo tarde en la parada anterior. Siempre se      hace tarde. Ay, ay, ay. El tiempo no espera. El tiempo es maleducado y no le importa si tu re.loj       adelanta o atrasa. No espera. Va a lo suyo. Él sigue adelante y yo sigo llegando tarde. (Vistazo al    obsesivo teléfono móvil.) Qué tarde se me está haciendo. Ni siquiera mi reloj espera. Otro       

Alizia. – Iré con usted, señor... (Deja la frase inaca.bada, intentando que el aludido tenga a bien reve.lar           su identidad.)

Conejo. – No tengo tiempo. Tictactictactictac... El tiempo no espera. Mi nombre puede esperar... pero   el tiempo, no. Llegaría muy tarde. (Suena el teléfono.) Por mis barbas y mis bigotes. Se me está            haciendo tardísimo. (Abandona el lugar, como alma que lleva el diablo.)

Alizia. – Espere. No me deje sola con el...

Stop. Horrorizada, ha visto cómo Lewis se va incorporando lentamente y se sitúa de espaldas a un hipotético auditorio.

¿...señor Lewis...?

Lewis se despoja del abrigo que portaba. Por debajo del mismo, un vestido idéntico al que lleva la joven. Ésta no da crédito al travestismo que contempla.

Lewis. – (Girándose.) ...Bienvenida.

Oscuro. Grito de Alizia que se pierde en el vacío. Música delirante que concluye cuando el grito de la muchacha vuelve del vacío. Golpe fuerte. Se hace la luz. Alizia, sobre un desmadejado Ratón – gafas de sol y un canuto de marihuana entre los dedos... o las garras –. Parece completamente enajenado por el consumo de drogas. Se halla entre papel de periódico y mierda.

Alizia. – Oh. Usted disculpe.

Ratón. – Eh, tía. Tranqui.

Alizia. – (Levantándose.) ¿Podría decirme dónde estoy?

Ratón. – ¿Tienes un penique?

Alizia. – ¿Un penique?

Ratón. – Un penique. Un sestercio. Una lira. Un botón. Una moneda o algo que pueda pasar por           moneda.

Alizia. – ...No. No. Lo siento.

Ratón. – Lo sientes. Claro. Todos lo sienten. (Escupe en el suelo.)

Alizia. – Creo que me he perdido.Ratón. – Claro. Todos estamos perdidos. (Escupe en el suelo.)

Alizia. – Necesito su ayuda. (Tal vez adelantándose.) ...Y no me diga que todos necesitamos ayuda. (Pausa.) Quiero irme de aquí.

Ratón. – ¿Por qué quieres irte? (Chapoteando en los restos orgánicos que lo circundan.) ¿No disfrutas   entre la mierda? Todos disfrutan revolcándose en ella. Vitaminas, niña. Son vitaminas. (Cambio. Cierta premura.) ¿Tienes material?

Alizia. – ¿Material?

Ratón. – Material. Heroína. Cocaína. Nitroglicerina. Un viaje o algo que pueda pasar por un via.je.

Alizia. – El señor Lewis me ofrece pasteles con pa.sas cuando me viene a buscar. Pero hoy no he ido al          colegio. Y el señor Lewis...

Ratón. – (Inquieto: ¿síndrome de abstinencia?) Un camello. Mi reino por un camello.

Alizia. – ¿...?

Ratón. – Un camello... por el ojo de una aguja... hipodérmica...

Alizia. – (Sin saber bien qué argumentar.) Mi gata se llama Dina.

Ratón. – (Pánico.) ¿Una gata?

Alizia. – ...Aunque he visto camellos en la portada del National Geographic.

Ratón. – Yo los he visto en Vallecas o el Bronx. (Re.toma el sudor frío.) ¿Una gata, has dicho?

Alizia. – (Asiente, risueña.) Dina.

Ratón. – ...Una gata...

Alizia. – La mía. Dina. Se pasa las horas junto al fuego, ronroneando.

Ratón. – (Con terror en los ojos.) ¿Ron... ronean... do?

Alizia. – Y sólo maúlla cuando está hambrienta.

Ratón. – (Tragando saliva.) Ham... brienta... Ham.bre... Hamb...

Alizia. – ¿Se encuentra bien?

Ratón. – ...Mi dosis.

Alizia. – Ha palidecido. Aún más.

Ratón. – (Delira.) Coca... Ácido... Ácida Coca – Cola... Pepsi – Coca...

Alizia. – Tranquilícese. Preguntaré por alguna má.quina expendedora de refrescos. ¿Tiene un bo.tón?

Ratón. – ...La gata...

Alizia. – Ah, sí: Dina. Es muy buena. Y tan dulce...

Ratón. – Dulces... Dulce gata... que maúlla... Maúlla... Mau... Mau... Miau... (Se desmaya.)

Alizia. – Oiga. Oiga.

No hay respuesta. Verdadero apuro por parte de la joven.

Señor... Señor ratón...

Nada. Trata de reanimarlo. Imposible.

Oh, Señor. Oh, señor ratón. Socorro. Socorroooooo.

Aparece el Conejo, surcando – muy veloz – la escena. Ella llama su atención.

Ayúdeme. Ayúdenos.

Conejo. – No tengo – tictactictac – tiempo.

Alizia. – Aguarde.

Conejo. – Nononono. Tictactictac. Me esperan. Demasiadas enfermedades. Demasiados conflictos.      Demasiado trabajo acumulado. Dema.siado humano. Demasiado tarde. Tictactictac. (Se esfuma.)

Alizia. – Espere. Espere. Socorro. Socorro.

Entran varios pájaros: un Pato – de oscilantes an.dares y altivez férrea –, un Dodo – con cara de pocos amigos, como cualquier animal extinto –, un Loro –con casco prusiano –, un Aguilucho – de cabeza rasurada que enmarca un nimbo y la inscripción “uno, grande, libre” –.

Gracias al cielo.

Pato. – Del cielo venimos. ¿Qué ocurre? ¿Cua... cua... cuál es el problema?

Alizia. – Llamen a un médico.

Dodo. – Al suelo vamos. ¿Qué sucede? ¿Una especialidad concreta?

Alizia. – Este caballero...

Loro. – ¿Un caballerrrrrrrro? ¿Dónde?

Aguilucho. – Yo únicamente veo a un miserable ratón.

Loro. – Miserrrable rrratón.

Dodo. – Necesitarías un veterinario, muchachita.

¿Risas? Más bien... graznidos. Aleteos histéricos e histriónicos. Confusión.

Loro. – Un veterrrrrrrrrrrinarrrrrrrrrrrio. (Afirmaciones alemanas: no confundir con carcajadas latinas.) Ja, ja.

Aguilucho. – ...O un oftalmólogo.

Barahúnda cómica.

Alizia. – No se burlen. Parece grave.

Aguilucho. – Parece un ratón.

Nuevo jolgorio.

Loro. – Un rrrratón, ja.

Alizia. – Incomprensible. En qué país vivimos.

Loro. – Nein, nein; la prrrrrrregunta es: ¿de qué país vienes?

Aguilucho. – ¿Dónde está tu casa? Porque ésta... no es.

Alizia. – Pero... Pero... Pero... Loro. – (Burlándose.) Perro... Perro... Perro...

Dodo. – Guau.

Algarabía total.

Alizia. – (Iracunda.) MIAU.

Susto generalizado. Los animales corretean en círculo y saltan de modo grotesco.

Loro. – Gato... Gato... Gato... Rrrrrr...

Dodo. – Huyamos. Volemos.

Pato. – Cua... Cua... Cuán dura es la vida. Cua... Cua... Cuán fiero es el gato.

Loro. – Fiero y felino. Fierino y felio. Gato... Gato... Gato... Rrrrrrrrrrr... onroneo...

Alizia. – BASTA.

Los pájaros se detienen.

He sido yo.

Los pájaros intercambian miradas.

Dodo. – Ha sido la niña.

Pato. – Cua... Cua... Cualquiera lo diría.

Loro. – Una gamberrra.

Aguilucho. – Una subversiva. Una comunista.

Alizia. – (Asqueada.) Por favor...

Dodo. – Y ayuda a los drogadictos.

Loro. – A los malhechorrrrrrrrrrres. A los rrrrrr.rroedorrrrrres.

Aguilucho. – Comunista y zoofílica.

Pato. – (A Alizia.) ¿Cua... Cua... Cuál es tu número de identificación global?

Aguilucho. – (También dirigiéndose a ella.) Daremos parte a la policía. No te quepa duda. Comunista. Terrorista.

Loro. – Terrrrrrrrrrrrrrrrorrrrrrrrrrrrrrrrífica terrrrrrorrrrrista.

Dodo. – Las niñas son las peores: van provocando.

Aguilucho. – Las niñas... y los rojos.

Loro. – Rrrojos.

Pato. – (A la joven.) ¿Cua... Cua... Cuánto te han pagado por esto?

Dodo. – No te habrán dado un penique...

Aguilucho. – ...o un sestercio...

Loro. – ...o una lirrrrrra...

Los cuatro. – ...O UN BOTÓN...

Loro. – No serrrrrás extranjerrrrrrrrrrrrrrrra...

Aguilucho. – ...o intelectual...

Dodo. – ...o felina...

Alizia. – No, no, no y mil veces no. Me llamo Ali-zia.

Loro. – ¿Alicia? Qué nombrrrrrrrrrrre tan rrrrridí.culo. Donde esté la prrrrrrrrrrrofundidad de los          nombrrrrrrrrres gerrrrrrmánicos: Rrrrrrudolf... Rrricharrrrd... Rrrrrrepública Federrrrrrrrrrrr.rrrral...

Alizia. – Me gusta llamarme así.

Dodo. – ¿Cómo te llamas?

Alizia. – Ya se lo he dicho.

Aguilucho. – Contesta a las preguntas que se te hacen.

Se han introducido en la escena un flexo y una bas.ta silla donde ubican a la muchacha. La deslumbran, emulando el peor de los interrogatorios. Ahora, todas las aves fuman, expulsando el humo directamente sobre el rostro de Alizia. Ella, tose.

Alizia. – Yo sólo quiero... (tose) volver... (tose) a casa... (Tose.)

Aguilucho. – Tose cuando se te ordene.

Dodo. – ¿Cómo te llamas?

Alizia. – Alizia.

Tose. Reunión de urgencia de las aves.

Dodo. – Está a punto de derrumbarse.

Pato. – Tose cua... cua... cual animalejo acorralado.

Aguilucho. – Es el momento de actuar.

Loro. – Torrrrturrrrrrrrra psicológica.

Vuelven a centrar su atención en la ¿niña?

Dodo. – Te haremos la pregunta de otra manera.

Pato. – ¿Cua... cua... cuál es tu nombre?

Alizia. – Alizia. (TOSE.)

Loro. – Deletrrrrrrrrrrrrrrrrréalo.

Alizia. – A... Ele... I... Zeta...

Los cuatro. – ¿ZETA?

Alizia. – (Sigue deletreando. Sigue tosiendo.) ...I... A...

Dodo. – Un momento. Un momento. (Pausa.) ¿Zeta?

Alizia. – Zeta, sí. (Masticando su propio nombre.) Alizzzzzzzzia.

Dodo. – (A sus colegas emplumados.) Es una zeta, no cabe duda.

Loro. – (A ella.) ¿No serrrá una errrrrrrre?

Alizia. – No. En absoluto.

Murmullos entre los pájaros.

Aguilucho. – ¿Cómo te llamabas?

Alizia. – (Harta.) ALIZZZZIA.

Dodo. – (A los suyos.) Una zeta. Es una clara y diáfana zeta.

Pato. – Zeta cua... cua... cualificada.

Loro. – Zeta prrrincipesca.

Aguilucho. – Pelín anarquista.

Alizia. – ¿Van a ayudarme o no? Ayuden al ratón, al menos.

Aguilucho. – (Para sí mismo.) Zeta zzzoofílica.

Dodo. – Es tarde para él.

Alizia. – ¿Por qué? ¿Por qué es tarde? ¿Por qué lo sabe?

Pato. – Porque ya era tarde cua... cua... cuando lo conociste.

Aguilucho. – Siempre es tarde para ellos.

Alizia. – ¿Para quiénes?

Dodo. – Para los inadaptados.

Loro. – Para los rrrrrrarrros.

Aguilucho. – Para los otros.

Loro. – Para los rrrojos.

Dodo. – Para los que no son elegantes dodos.

Loro. – Ni lorrrrrrrros herrrrrrrrrrrrrrrmosos.

Pato. – Ni cua... cua... cualificados patos.

Aguilucho. – Ni unos aguiluchos grandes y libres.

Dodo. – Es tarde... para los que no sois como nosotros.

Aguilucho. – Para los otros.

Alizia. – Jamás podría ser como ustedes.

Dodo. – Lógico: te faltan las plumas.

Aguilucho. – (Señalando al ratón.) A él también.

Alizia. – Me refiero a que jamás podría ser como ustedes... porque yo tengo corazón.

Dodo. – ¿Quién te has creído que eres para faltarnos así al respeto?

Loro. – Son rrrrrrroedorrrrrrres.

Aguilucho. – Ella y él.

Pato. – ¿Cua... cua... cuál es tu nombre, ratita pre.sumida?

Alizia. – No volvamos a empezar.

Dodo. – ¿Te niegas a rendir cuentas ante la ciuda.danía?

Pato. – ¿Te niegas a rendir cua... cua... cuantas cuentas te exigimos?

Aguilucho. – (A sus compañeros.) Devorémosle los ojos. Brillan demasiado.

Loro. – Y después arrrrrrrrrrrojemos su cuerrrrrr.rrrrrpo a la calle. Nadie prrestarrrrrá atención. Los         ciudadanos ejemplarrrres no se meten en líos. Mañana serrrrá un drrrrrogadicto más en el montón      de drrrrogadictos sin nombrrrre.

Alizia. – Me llamo Alizia.

Aguilucho. – Contesta cuando te pregunten.

Pato. – Cua... cua... cuando te pregunten.

Alizia. – Al diablo.

Con decisión, se levanta de la silla y camina hacia el frente. Caos entre los pájaros. Ella rompe la cuarta pared, atravesando la sala, el patio de butacas o la penitenciaría donde se desarrolla el estrafalario argumento.

Dodo. – ¿Quién te has creído que eres, Alizia con zeta?

Aguilucho. – Todavía no hemos devorado tus ojos.

Loro. – Y brrrrrrrillan. Brrrrrillan mucho.

Pato. – Cua... cua... cuánto brillan.

Ella se ha perdido por el fondo opuesto a la escena de las aves.

Dodo. – Retorna al nido. Te lo exigen los buenos ciudadanos.

Loro. – Los ciudadanos rrrrrrrrrrrrrrrresponsables.

Aguilucho. – Cursarán orden de busca y captura. No te irás de rositas, (enorme insulto en su boca) DI –FE –REN –TE.

Se hace evidente para todos que Alizia ha desaparecido. Breve mutismo.

Dodo. – Se ha ido.

Loro. – Ha dejado al rrrrrrrratón a nuestrrrrrrrra merrrrced.

Aguilucho. – Cautivo y desarmado.

Pausa confusa.

Pato. – ¿Cua... cua... cuál es el camino a seguir?

Dodo. – El habitual.

Loro. – ¿La indiferrrrrrrrrrrrrrrrrencia?

Dodo. – Ajá.

Aguilucho. – ¿Y el roedor, el drogadicto, el otro?

Dodo. – Mañana será un recuerdo.

Van saliendo.

Aguilucho. – Mañana es muy tarde.

Pato. – Ya era tarde cua... cua... cuando llegamos.

Dodo. – Cambiemos de destino. Cambiémoslo todo para que todo siga igual. Para que todo siga siendo           legal. Como hicimos ayer. Como haremos después de hoy.

Aguilucho. – (Brazo/ala en alto.) ARRIBA EL PAÍS DE LAS MARAVILLAS.

Loro. – (Ídem.) Heil!

Juerga emplumada.

Loro. – Hagámonos mamíferrrros.

Aguilucho. – Nunca. Abajo los mamíferos. Abajo los demás. Los otros.

Dodo. – Oh, está bien. Limitémonos a cambiar de ruta.

Silencio comunal.

Loro. – ¿Vamos al merrrrrrcado?

Dodo. – (Encogimiento de hombros.) Vivimos en él.

Han salido el Loro, el Pato y el Dodo, este último portando el flexo pero no la silla. El Aguilucho queda atrás. Contempla al Ratón. Menea la testa.

Aguilucho. – No debe dejarse comida en el plato. Es de mala educación. (Ríe. Pausa.) Qué ojos tan          desaprovechados. Ñam. (Junto a la salida. Quieto, de pronto. Vuelve sobre sus pasos. Propina una           patada al inerte roedor.) ...Esto por yonqui.

Va a salir de nuevo. Vuelve a volver. Repite. Empie.za a escucharse una melodía hortera.

         Porrata. (Otra patada.) Por arrojar basura a la vía pública. (Y otra.) Por negro. (Una más.) Por ser como eres. (Otra.) Por no ser. (Otra.) Por... diosero. Por... tugal. (Se detiene. Se seca el sudor.

         Un último puntapié.) ...Por... ca miseria.

Fin de la música. El Aguilucho deposita una pluma sobre el inerte agredido. Se aleja, satisfecho y silbando la melodía de marras. Luz concentrada sobre el cuer.po del Ratón. Dicha luz va difuminándose a la vez que surge luminosidad en torno a una Alizia que reaparece en un bosque ignoto – vulgo “patio de butacas” –. Camina con lentitud, precavida, hacia el escenario. Ruidos inquietantes.

Alizia. – ¿Hola?

Dejamos de ver al Ratón, quien se sumerge en la oscuridad total y totalitaria.

¿Hay alguien? ¿Ho... hola...?

Silencio. Ráfaga sonora inidentificable.

¿Quién es...?

Silencio. La joven resopla.

         He cometido un error. Ya no soy una niña pe.queña y tengo que asumirlo. Ya no soy. (Pausa.) He          cometido un error. Cuánto mejor estaría encasa. “Cua... cua... cuánto mejor”, como dice el pato.   En casa. Me conformaría si volviera a casadel señor Lewis... aunque él quisiera retomar           susjuegos. No me gustan sus juegos, pero... Al me.nos el señor Lewis es humano. Un humano un        tanto inhumano, pero humano – demasiado humano – al fin y a la postre. Y sus postres... (Se           relame.) Mmmmmmmmmmm. Los pasteles conpasas que me ofrecía a la salida del colegio. Qué       ricos estaban. Por ellos merecía la pena jugar alo que el señor Lewis quisiera. Por ellos merecía la   pena bajarse las bragas. (Halo sombrío.) El señor Lewis es muy juguetón. (Alarma.) ¿Estará             grave? Yo no quise hundir profundamente el cuchillo en su vientre. Prácticamente se hundió solo.         Profundamente. En su vientre. Pobre señor Lewis. Mira dónde me veo por mi mala cabeza. Mira        dónde me veo. No sé ni dónde me veo. Desde hace un buen rato no sé ni lo que veo. ¿Quépaís es    éste? No es Inglaterra porque... ¿dóndeestán los bombines? Tampoco es Australia, no veo          canguros –pero es que no sé lo que veo –. ¿América? No, no: ¿y los sombreros texanos ylas sillas           eléctricas – la América eléctrica? Rusia, no: ¿y la momia de Lenin conservada en vodka?       (Recuerda.) Hey: el loro parecía alemán: su cas.co prusiano, su expresión desagradable... Hum.       No obstante... ¿y las salchichas? ¿Y el complejode culpa? ¿Y el bigote a lo Chaplin? (Niega con      la testa.) No es Alemania. (Pausa.) ¿Dónde me veo? ¿Con quiénes me veo? (Enumeración.) Un   conejo estresado, pájaros fascistas, un ratón agónico... (Mayor angustia.) Uf, el ratón. ¿Habrá           sobrevivido? ¿Estará grave? ¿Estarán graves él y el señor Lewis? No quería dejarlos, pero... soy     una ciudadana ejemplar y no me meto en líos.

El Conejo atraviesa la escena de un lado a otro.

Conejo. – (Mientras lo hace.) Ay de mí. Ay de mi pe.llejo apresurado. Ay de mis bigotes. Ay de mi      trabajo. Ahí hay un hombre que dice ay.

Alizia. – (Hablando consigo misma.) De ésta no se me escapa. (Grita.) UN ENFERMO TERMINAL.

Conejo. – ¿Dónde? ¿Dóndeeeeeeeeeeeeeeee?

Alizia. – (Aparte.) Lo sabía.

Conejo. – Niñita... ¿te burlas de mí?

Alizia. – Soy incapaz de ello. He gritado para lla.mar su atención.

Conejo. – ¿Llamar mi...? (Gruñe.) Para lograrlo hay que hallarse en trance de pasar al otro lado. Ser un viejo senil, un soldado de reemplazo en el frente, un político honesto en Sicilia... ¿Perteneces tú a         alguno de los... grupos de riesgo, niñita llena de vida?

Alizia. – Hace un rato le diría que no; ahora... no estoy tan segura.

Conejo. – (Suena el teléfono móvil.) Llego tarde... Tardetardetarde...

Alizia. – Es temprano... Tempranotempranotemprano...

Conejo. – Qué equivocada estás, muchacha vitalis.ta. No doy con la clave. Se me adelantan. Guerras...          Hambrunas... Suicidios... Hace años.. la peste, la guerra, el hambre o la quema de brujas... se         concentraban en puntos concretos. Y se expandían con lentitud. Hoy... las nuevas tecnologías, las        nuevas hipocresías... son demasiado para mis viejas patas traseras y mi reloj delantero que,         encima, atrasa.

Alizia. – La gente no sabe morir.

Conejo. – La gente no sabe vivir. Por eso mueren envida. Y me desconciertan. (Vuelve la vista hacia el          sempiterno reloj.) Disculpa, niña. Llego tarde.

Abandona el lugar muy rápido, sin que ella acierte a replicar.

Alizia. – Se empeñan en dejarme sola. ¿O soy yo la que se empeña en que me abandonen, a través de    mis preguntas? Mi madre siempre me recuerda que no debo hablar con extraños. En el consejo va     incluido el no hacerles preguntas, creo. ¿Será por esto? Mamá siempre tiene razón.

Entra una Paloma. Camina con la cabeza gacha y las alas juntas, en actitud de oración. Extraña música sacra. Extraño caminar. Una proyección muestra re.baños de ovejas pastando en la ignorancia.

Paloma. – (Arrullando, como es de ley.)

         InGodwetrustGodsavetheQueenAláakbarMonDieuporelamordeDiosporDiosporlaPatriayelReyvay         aconDioscomoDiosmandaladeDiosesCristoyMahomasuprofeta... (Detiene su avance. Cierra los    ojos. Abre el pico. Estornuda.)

Alizia. – Jesús.

Súbito fin de la melodía.

Paloma. – (Encolerizada.) ¿Cómo has dicho?

Alizia. – He dicho...

Paloma. – (Interrumpe.) Sé muy bien lo que has di.cho.

Alizia. – ¿Por qué pregunta, entonces?

Paloma. – ¿Por qué preguntas tú?

Alizia. – (Aceptando la derrota verbal.) Touché. (En un aparte.) ...Mamá tiene razón...

Paloma. – ¿Qué has dicho?

Alizia. – Que mamá tiene razón.

Paloma. – Antes de eso.

Alizia. – ¿Antes...?

Paloma. – Tras mi estornudo.

Alizia. – He dicho...

Paloma. – (Interrumpe, una vez más.) Sé muy bien lo que has dicho.

Alizia. – (Desbordada, cansada, hastiada...) Oh, Je.sús.

Paloma. – Ahí. Precisamente... ahí. Has invocado el nombre de Dios en vano.

Alizia. – Es una expresión hecha.

Paloma. – Dios no es ninguna expresión hecha. Si acaso... la expresión que hace a la totalidad de las      expresiones.

Alizia. – (Toma aire.) Mire... no pretendo ofender.la a usted ni a ninguno de los pájaros que habitan      este... (irónica) maravilloso lugar. Ni siquiera pretendo seguir en este lugar.

Paloma. – Lengua de víbora. Ojos de víbora. Cuerpo de víbora. Una tentación del diablo. (Se golpea a sí misma. Se flagela.) No pecaré, oh, mi Dios. No pecaré.

Alizia. – A la mierda.

Paloma. – ¿Cómo has dicho?

Alizia. – A LA MIERDA.

Paloma. – ¿Invocas el nombre de Dios... y lo man.cillas con excrementos?

Alizia. – ¿De qué habla?

Paloma. – Alá mierda. Lo has dicho. ¿Qué has di.cho? Has dicho lo que has dicho.

Alizia. – Escuche...

Paloma. – Escucho. Escucho lo que dices. Lo quehas dicho. Finjo oír... pero escucho. Realmente...        escucho. No sólo las personas estáis dotadas deoídos. Alá, Dios, Zeus... es justo y misericordio.so. Dota de oídos a las criaturas más diversas. Las dota de oídos, ojos, garras o          ubres. Y, a susfavoritos, los dota de alas. Alá akbar. (Rezos fanáticos.)

         ...AláakbarAláakbaraLaMecadelacecaaLa.MecaAláakbarHalaMadríHalaMadrí...

Alizia. – Santo cielo.

Paloma. – Perdónala, my Lord, porque no sabe lo que Buda.

Alizia. – ¿Cómo ha dicho?

Paloma. – (Cayendo en un trance místico.) Dios se apiade de tu Lama.

Alizia. – ¿Eh?

Paloma. – (Canturrea.) Shiva es amor, el Corán lo dice...

Alizia. – No... No entiendo...

Paloma. – (Sigue.) ...Dionisos es amor; Tutatis lo repite...

Alizia. – ¿Dionisos? ¿Tutatis?

Paloma. – (Sigue cantando.) ...Jehová es Amón...

Alizia. – Esto empieza a convertirse en una Torre de Babel sin torre.

Paloma. – (Y sigue.) ...búscalo y ve Ra...

Alizia. – (Tratando de zafarse de tan incómoda compañía.) Siento las molestias que le haya podido       ocasionar, señora... (titubea y acaba dejándolo por imposible) bueno... quien demonios sea   usted...

Paloma. – ¿Demonios? Demonio. DEMONIO. ¿In.vocas al Maligno?

Alizia. – La dejo rezando. Usted... a lo suyo.

Paloma. – No tan deprisa, víbora.

Abre su chaleco. Oh, Jesús: explosivos variados ja.lonan el cuerpo de la Paloma. Vuelve la música.

Alizia. – (Aterrada.) Oh, Jesús.

Paloma. – ¿Qué has dicho?

Alizia. – OH, JESÚS.

Paloma. – Lo has dicho. Sé lo que has dicho porque tengo oídos. Gracias a Dios. Deo Gratia. Adeu.

Alizia. – Serénese. Serénese.

Paloma. – Guardaré mis huevos de tu apetito vo.raz, serpiente pecaminosa.

Alizia. – No soy una serpiente.

Paloma. – El poder de Cristo te obliga, mujer.

Alizia. – No soy una mujer.

Paloma. – ¿Ah, no? ¿Qué eres? Di.

Alizia. – No soy más que... una niña pequeña.

Paloma. – A otro perro con ese hueso. A otra pa.loma con esa rama de olivo. A otra Biblia con ese rifle.

Alizia. – Es la verdad. (En voz baja.) ...Lo era... hasta llegar aquí...

Paloma. – Reza tus oraciones, víbora. Ejecutaré los designios de mi buen Dios.

Alizia. – NO LO HAGA.

Paloma. – ¿Que no lo haga? Arriba, en el cielo, en el cielo santo / santo cielo que tú has invocado... me esperan sesenta y nueve mil pichones vírge.nes. ¿Quién puede resistirse a eso?

Alizia. – Piense en su familia.

Paloma. – En ella pienso. Y pienso en el orgullo que experimentará al conocer mi martirio. Y pienso en mi pueblo, ese alféizar sin estado. Y pienso en Zoroastro, sentado a la derecha de Anubis Padre.      Y pienso en los pichones que me aguar.dan, Zeus mediante. Y pienso... luego embisto.

Alizia. – No embista. Contraviene la lógica zooló.gica.

Paloma. – Muuuu.

Alizia. – Ante ese argumento...

Paloma. – Es voluntad del de arriba, de quien vuela por encima de nosotras e incluso por encima de los pichones vírgenes.

Alizia. – ¿Qué pretende conseguir?

Paloma. – Probar que la fe mueve montañas... gracias a las bombas. Y a Dios, nuestro censor. (Se dispone a activar los explosivos.)

Alizia. – NO.

Paloma. – Ten fe. Redime tus pecados, víbora adolescente, Lolita bífida. Reza lo que sepas.

Alizia. – Ni siquiera pertenezco a su mundo.

Paloma. – (A punto de accionar el martirio.) Mundo inmundo.

Alizia. – NO.

Paloma. – (Ida.) Acógeme en tus senos, Hera. Llévame al paraíso de pichones inmaculados yviandantes           con traje de domingo. Vierte sobre ellos nuestras heces...

Alizia. – NO. POR DIOS.

Paloma. – ...nuestro terror...

Alizia. – ...DIOSSSS...

Paloma. – ...nuestro inductor...

Alizia. – NOOOOO.

Paloma. – Alá es grande. Jesús del Gran Poder. Gran Ra. Ra, Ra, Ra.

Activa el explosivo. Fuera música. Proyección con.gelada. Alizia, instintivamente, se protege la cabeza. Nada. Nada explota. Nada vuela en pedazos. Nada. La Paloma lo intenta, lo intenta y lo vuelve a intentar, perdiendo credibilidad y tiempo. La ¿niña? se rehace. Se serena. Carraspea, un tanto burlona.

Paloma. – (Al borde de las lágrimas.) No es posible. (Sigue intentándolo.) ¿Dónde están los       fragmentos? ¿Dónde está el paraíso? ¿Dónde... los pichones?

Alizia. – Tal vez al otro lado del espejo.

Paloma. – Y... ¿dónde está el espejo?

Alizia. – Al otro lado de su mente, creo.

Paloma. – (Impotencia rabiosa. Rabia impotente.) Víbora. Pagana. Alicorta.

Alizia. – (Seca.) Tenga usted buen día.

Paloma. – (Saliendo.) Amón... ¿por qué me has abandonado? (Gimotea. Ya casi fuera, indagando en los explosivos.) No debí confiar en aquel ten.dero judío.

Sale. La proyección se difumina. Alizia opta por tomar asiento. Resopla. El Conejo.

Conejo. – Yo que tú abandonaría la silla, niñita.

Alizia. – ¿Por qué?

Conejo. – No tengo tiempo. Me reclama una sequía en Eritrea. O un terremoto en Persia. O una             indigestión en Londres. O un... (Se esfuma.)

Alizia. – (Enfado.) ...o un cazador de conejos hipe.ractivos. (Pausa. Contempla su entorno.) Cuando     leía cuentos de hadas nunca imaginé que aque.llas cosas ocurrieran de verdad. Pensaba que las           fábulas eran como las novelas eróticas o las encuestas: un producto de la imaginación de algún   perturbado. Ahora... aquí me hallo... en me.dio de un cuento... real. (Pausa.) ¿En qué página           estaré?

Oruga. – (Desde la oscuridad.) Consulte en información.

Alizia abandona la silla. La luz deja ver – en un lateral – a una Oruga fumadora y somnolienta – a partes iguales – que ocupa su monótono puesto en una venta.nilla cualquiera. Por encima del conjunto, un letrero que reza: “DESINFORMACIÓN”.

Alizia. – Y... ¿dónde está ese sitio? ¿Tal vez al otro lado del espejo? ¿Al otro lado de mi mente, quizá?

Oruga. – No estoy autorizada para responder a esa pregunta... sobre ese sitio. No estoy autorizada para          indicarle dónde está.

Alizia. – ¿Quién es el responsable, pues?

Oruga. – Yo misma.

Alizia. – ¿En qué quedamos?

Oruga. – En que rellene estos impresos. (Se los ofrece.)

Alizia. – ¿Impresos? No me hacen falta.

Oruga. – Oh, sí; le hacen falta para rellenar esta instancia. (La muestra.) Alizia. – Le repito que...Oruga.            – (Interrumpiendo.) ...Una instancia que entregará cuando cubra los formularios preceptivos.

Alizia. – (Mordaz.) ¿Usted también rellenará formularios para convertirse en crisálida y después en       hermosa mariposa perezosa?

Oruga. – Opositaré.

Alizia. – (Rumiando hartazgo.) ...Me quiero mo.riiiiir...

Oruga. – Planta tercera. Seta derecha. Defuncio.nes voluntarias.

Alizia da media vuelta. Va a marcharse.

No es por ahí.

Alizia. – (Quieta. De espaldas a la Oruga.) Claro que no es por ahí. Nunca es por ahí. Nunca es por        ninguna parte. Nunca es verdad.

Oruga. – Todo se aclararía si presentara su docu.mentación.

Alizia. – ¿A quién?

Oruga. – Al responsable.

Alizia. – (Pausa. Ruge.) Y AHORA SI LE PREGUNTO QUIÉN ES EL RESPONSABLE ME DIRÁ QUE ES USTED, ¿VERDAD?

Oruga. – Depende.

Alizia. – ¿DE QUÉ?

Oruga. – De si tiene los papeles en regla.

Alizia. – (Largo silencio.) ¿Cómo puedo evitar que me contradiga?

Oruga. – Sometiéndose a las normas.

Alizia. – ...Pasando por el aro.

Oruga. – ...Pasando por el registro.

Alizia. – (Baja la cabeza. Abatimiento.) ¿Dónde está el registro?

Oruga. – Pregunte en información.

Alizia. – ¿Es que no habla mi idioma?

Oruga. – Aún no lo sé. Muéstreme su pasaporte.

Alizia. – No me he movido de mi país.

Oruga. – Mi país sigue en su sitio. Y mi país no es su país. (Severa.) Documentación, haga el favor.

Alizia. – (Sentándose. Tratando de obviar a la extra.ña funcionaria. En un aparte.) Es un sueño. Se trata de eso: una pesadilla.

La Oruga extrae un cuestionario de sus papeles e irá anotando las respuestas de la joven, quien contesta mecánicamente.

Oruga. – Nombre...

Alizia. – Alizia. Con zeta.

Oruga. – Edad...

Alizia. – Contemporánea.

Oruga. – Raza...

Alizia. – Humana.

Oruga. – Religión...

Alizia. – Ética.

Oruga. – Motivo del viaje...

Alizia. – Una cuchillada en la panza del señor Lewis.

Oruga. – ¿Quién es el señor Lewis?

Alizia. – Mi único enemigo al otro lado. Eso creo.

Oruga. – ¿Consume drogas habitualmente?

Alizia. – Pastelillos con pasas.

Oruga. – ¿Fuma?

Alizia. – Sólo en guetos habilitados para tal fin.

Oruga. – ¿Ha sido arrestada, condenada o confina-da en una prisión por cualquier razón incluyendo      razones políticas?

Alizia. – Mamá me castiga si vuelvo tarde. De casa del señor Lewis. Y castigaría al señor Lewis si p      udiera. Si no hubiera recibido su castigo ya.

Oruga. – ¿Ha trabajado en este país sin autoriza.ción?

Alizia. – Este país me ha trabajado a mí.

Oruga. – ¿Ha sido miembro de un partido político totalitarista?

Alizia. – Fui subdelegada en clase.

Oruga. – ¿Se ha involucrado en prostitución den.tro de este país o en cualquier otra parte del mundo?

Alizia. – Tengo acceso a internet.

Oruga. – ¿Ha padecido de tuberculosis u otra en.fermedad contagiosa?

Alizia. – Cof. Cof.

Oruga. – ¿Ha sido usted interrogada o arrestada por el servicio de migración?

Alizia. – ¿Antes de ahora?

Oruga. – ¿Ha pertenecido a alguna organización terrorista?

Alizia. – Estudio según las leyes educativas. Pri.maria... o secundaria. Depende.

Oruga. – ¿De qué?

Alizia. – Del partido que gobierne.

Oruga. – ¿Figura entre sus planes el derrocamien.to del gobierno de este país?

Alizia. – ¿Cuál es este país?

Oruga. – Éste.

Alizia. – Ningún país se llama “este país”.

Oruga. – Este país se llamará como decidan los ciudadanos de este país en referéndum libre y    democrático. Viva la democracia y abajo la hi.pocresía.

Alizia. – (Suspira.) ...No.

Oruga. – ¿CÓMO QUE NO?

Alizia. – No figura entre mis planes el derrocamiento del gobierno de este país.

Oruga. – ¿Por qué?

Alizia. – Porque este país me parece absurdo. Absurdo desde que llegué. Si absurdo es el país... sus       gobernantes no le andarán a la zaga.

Conmoción de la Oruga. Inmediato sonido de sirenas. Luces dignas del más típico y tópico filme policial. Alizia – alucinada – en pie.

         (Tratando de hacerse oír sobre el estruendo.) ¿Qué pasa?

Oruga. – (Ídem.) ¿Qué qué pasa? Pastelillos con pasas. Insultas a nuestro gobierno, a nuestro     maravilloso país... ¿y pretendes irte de rositas? Te burlas de nuestros procedimientos... ¿y    pretendes que no procedamos contra ti?

Alizia. – Yo...

Oruga. – Lo evitarías entregándome el certificado. Conoces el dicho, ¿no?: “Sin papeles no hay             pasteles; sin impresos... todos presos”.

La Oruga desaparece. Entran el Sombrerero Torero – clásica montera incorporada – y la Liebre –cuerpo inundado de chapas reivindicativas –, empujando una mesa que sitúan frente a Alizia y su asiento. En la mesa figuran todo tipo de sustancias alucinógenas, todo tipo de licores, todo tipo de vicios. Los dos recién llegados in.troducen al Lirón, que dormita sobre una silla, y lo ubican en lugar destacado. Ellos se sitúan a ambos lados de la muchacha. Concluye el estruendo de la sirena.

Sombrerero Torero. – En pie.

La Liebre – con torpeza – y el mismo Sombrerero Torero – con decisión – ejecutan la orden. Una mezcla de estupor y enfurruñamiento en el rostro de Alizia.

 

Alizia. – (Adquiriendo fuerzas para la ironía.) Sentada me encuentro bien. Muy amable.

Sombrerero Torero. – (Como si nadie hubiera hablado.) Preside la sesión el honorable, amable y             dormitable juez Lirón.

El Lirón sigue durmiendo.

Alizia. – Lo que me faltaba: un juicio. Si este país lo ha perdido hace mucho tiempo...

Sombrerero Torero. – (Ni caso.) Con su permi.so, señoría, pasaré a enumerar los cargos que se imputan a la acusada.

El Lirón sigue dormido. La Liebre toma asiento: se deja caer, hablando con propiedad.

(Como si le hubieran otorgado el permiso.) ...Gracias. El ministerio fiscal y fecal...

Alizia. – (Se anticipa.) ¿...fecal...?

Sombrerero Torero. – (Carraspea.) Ruego se sancione a la acusada por esta interrupción.

Alizia. – (Incorporándose.) Protesto, señoría.

Sombrerero Torero. – Al fin se pone en pie. Un paso. Literalmente.

Alizia. – El juicio es una farsa. Una porquería. Literalmente.

Sombrerero Torero. – Una porquería. Detritus. De ahí la necesidad de un ministerio fecal.

Alizia. – Han perdido el juicio, sin duda.

Sombrerero Torero. – Protesto, señoría. La acusada profetiza el veredicto.

Alizia. – Este... simulacro de justicia... no reúne garantías procesales.

Sombrerero Torero. – Protesto, señoría. La acusada emplea ocultos cultismos. Cultismos ocultistas.

Alizia. – ¿Y mi abogado defensor?

Sombrerero Torero. – Protesto, señoría. La acusada ignora a su abogado defensor.

Alizia. – ¿Quién es?

Liebre. – (En pie.) Yo. Paz, hermana.

Alizia. – ¿Una liebre?

Sombrerero Torero. – Protesto, señoría. La acusada manifiesta prejuicios raciales.

Alizia. – (Apunta al Lirón.) El reino animal no puede juzgar a los humanos. No tiene sentido.

Sombrerero Torero. – Protesto, señoría. Los humanos llevan siglos juzgando al reino animal. Incluso      ejecutando a los súbditos del reino ani-mal sin juicio – ni prejuicio – previo. Yo, sin ir más lejos,          me considero humano y acepto mi parte de culpa.

Alizia. – ...Cuánta demagogia.

Sombrerero Torero. – Memoria histérica.

Liebre. – Paz, hermanos.

El Lirón emite un sonido gutural, sospechosamente próximo a un ronquido.

Sombrerero Torero. – Por descontado, señoría.

Alizia. – No ha dicho nada. Está dormido.

Sombrerero Torero. – Protesto. La justicia nunca duerme. Protesto. Protestar figura entre mis     obligaciones. Entre mis atribuciones.

Alizia vuelve a sentarse. Los codos en la mesa. Las manos en la cabeza. El ánimo por los suelos.

Liebre. – Paz. Paz y talante. Buen talante.

Sombrerero Torero. – Protesto, señoría: no es el turno del/la abogado/a defensor/a.

Liebre. – ¿Quién da la vez?

El Lirón respira fuerte.

Sombrerero Torero. – (Despojándose de la mon.tera, en actitud de formal brindis taurino.) Con la          venia. (Se aparta de la mesa y deambula de un lado para otro, enardeciendo a un jurado que no       existe.) La acusada – y cuando hablo de la acusada me refiero a esta muchacha, un ejemplar de la            ganadería Carroll, de quinientos doce kilos de peso, bragado y astifino – ... la acusada, como iba           diciendo... esta muchacha de cabellos de oro, dientes de perla, labios de rubí, vestido azul celeste y ojos infantiloides... esta ternera justa de canal, algo corta de cuello, enmorrillada, baja, abierta   de cuerna y bizca del pitón izquierdo... esta mujer en potencia... este proyecto de arpía... es...          básica y específicamente... culpable.

Alizia. – ¿De qué delito?

Sombrerero Torero. – (Sentándose.) Lo decidiremos entre todos.

Se administra una dosis de cocaína. El Lirón se mueve y emite un ronquido estruendoso. La Liebre se

levanta.

Liebre. – (Alternando su mirada entre el Lirón y las drogas.) Con la venia por la vena. (Silencio. Su       mente, en blanco.) Eh... (Duda. Vuelve a sentarse. Prepara una dosis de lo mismo que ha ingerido el Sombrerero Torero. La aspira. Se incorpora, excitada. Música alucinante que embriaga poco a      poco los ánimos. Verborrea espasmódica.)

         Soypartidariadelapaznoalaguerrasíalamorentrelasna­cionesynoalhambrequierounmundoenelqueju         eguenlosniñosyreinelaamistadquieroquelasballenasencuentrenunespacioparavivirodio­lainjusticia         delajusticiayaspiroaqueliebresycazadorestorosytorerosbanderillerosybanderillasconejosybananasj         untoscomohermanosmiembrosdeunaiglesiainglesagritemosallyouneedisloveyankeesgohomeprolet         ariosdelmundouníosfascistascabronesnonosmiresúnetelibertadlibertadsiniralibertadigualdadfrater         nidadelfascismoavanzaavanzatúnolovesperoyosíhablapueblohablaaleluyasindejarnosllevarporlain         toleranciaelfanatismoylosmalostratosviolenciadegéneroocomopuñetassellameahoralahostiabienda         dadetodalavidaesloquehacefaltaenestaregiónmuertadejadadelamanodelcambioclimáticoyocantoal         amañanaquevemijuventudporunaviviendadignanuncamáisAméricaLatinacontraelimperialismonoa         ltráficodepieleslaschicasalpodertodosytodasos/asquébuenossonlospadressalesianosquébuenossonq         uenosllevandeexcursióngaypowerwearetheworldwearethechildrenimagineallthepeopleIMAGINE         ALLTHEPEOPLE...

Fin del atropellado discurso. Fin de la música. Alizia y el Sombrerero Torero, con los ojos abiertos de par en par.

...Eso es todo.

La Liebre se sienta. Los demás personajes observan la actitud del Lirón, que ha abierto los ojos.

Lirón. – (Voz gutural. Acartonamiento.) No. Eso no es nada.

Sombrerero Torero. – (Desmonterándose.) Olé.

Alizia. – (Lamento.) No ha dicho nada... No ha dicho nada...

Liebre. – (Los dedos tamborileando encima de la mesa.) Paz. Paz. Como sea. Paz.

Sombrerero Torero. – (Tras una pausa.) ¿Culpable, entonces...?

Alizia. – Protestaría si protestar sirviera de ayuda.

Sombrerero Torero. – Protesto, señoría: la acusada cuestiona la eficacia de nuestras leyes judiciales. Liebre. – Paz, niñita. Paz.

Alizia. – (De pie.) Solicito un aplazamiento. Un apaciguamiento.

Liebre. – Así. Así. Negocia. ¿Nuclear? No, gracias.

Alizia. – Considero este juicio una insensatez...

Sombrerero Torero. – Calla, insensata.

Alizia. – ...un atropello...

Liebre. – Negocia. Negocia.

Alizia. – ...una pamema...

Sombrerero Torero. – Protesto, señoría.

Alizia. – Pido la anulación del proceso.

Sombrerero Torero. – Proceso. Protesto. Solicito una estocada trasera.

Alizia. – No hay legalidad en esta sala... que, para colmo, ni es una sala.

Lirón. – Evidentemente, migradora común. Esta sala no es una sala porque este juicio no es un juicio.

Alizia. – Al fin un animal juicioso.

Lirón. – ...Es un “no juicio”.

Sombrerero Torero y Liebre. – (Cantan.)

         Feliz no juicio,

         feliz no juicio,

         feliz no juiciooooooooooo...

         ...y sentencia infeliz.

Cambio total de la escena: desaparecen mesa, silla y personajes – excepto Alizia y su asiento. Música. Brota la presencia de un Gato que ejerce de verdugo – capucha a tal efecto – y ríe sin cesar. Inmoviliza a la ¿niña? La silla que ocupaba ésta se ha transformado en un garrote vil. La melodía que aliña la escena va consumiéndose hasta que se apaga. Veloz proyección de imágenes que muestran diversas aplicaciones de la pena de muerte a lo largo de la Historia.

Gato. – Reza lo que sepas. (Risotada.)

Alizia. – (Sorprendente beligerancia.) No sé rezar. Soy amnésica.

Gato. – ¿Agnóstica?

Alizia. – Tal vez. No recuerdo.

Gato. – (Ríe.) Blasfema. Cágate en los dioses o en los reyes godos o en la alineación de “la naranja       mecánica”. Canturrea la tabla de multiplicar. Parafrasea. Cita. Recita. Haz lo que quieras,      ¿quieres? (Se carcajea.)

Alizia. – Maldito loco.

Gato. – Loca justicia. Maldita. Locos por la maldita justicia. La justicia de los locos. (Risa.)

Alizia. – No sé si es usted consciente de lo que está haciendo.

Gato. – (Se troncha.) Inconsciente justicia consistente.

Alizia. – Razone.

Gato. – (Ja. Ja. Ja.) Soy un gato. Animal irracional. Las bestias racionales os ocupáis de recordármelo.   (Nueva carcajada.) Minuto a minuto.

Vuelve el Conejo para atravesar aquel extraño te.rritorio. Habla a través del teléfono móvil.

Conejo. – ...Un minuto. Un minuto y estoy ahí. (Cuelga.) Ay. Un tsunami en Ceilán. Una envenenadora           en Florencia. No doy abasto. No doy abasto.

Alizia. – Señor conejo...

Conejo. – No me distraigas, niñita. (Suena su telé.fono.) ¿Quién será ahora? ¿Qué será ahora? Voy.       Voooooyyyy.

Sale. Las desagradables imágenes continúan proyectándose, al fondo. La desagradable realidad continúa pareciendo irreal.

Gato. – (Canta, situándose tras la joven.) Estaba la dulce niiiiiiiiiiiña sentadita en suuuuuuuuuuu            cadalso... – marramamiau, miau, miau – ...sentadita en suuuuuu cadaaaaaaaaaaalso...

Alizia. – (Para sí.) Otro juego. Estoy convencida. Otro juego. Nada es verdad. Los gatos no hablan. No            ríen. No ejecutan. Las ejecuciones ya no existen.

Gato. – (Risotada.) ¿Bromeas? Son la última moda en países tercermundistas. Y ahora vuelven con       fuerza al Primer Mundo. Y al Mundo Más Allá. Y al Otro Mundo. Mundo y lirondo. (Se muere    de risa.)

Alizia. – ¿Y mis derechos?

Gato. – ...Torcidos. (Se carcajea.) Los derechos ya no se llevan. Demodé. Sólo un derecho se mantiene derecho.

Alizia. – ¿Cuál?

Gato. – El derecho a una última voluntad.

Alizia. – ...Menudo consuelo...

Gato. – Un consuelo menudo, en efecto. Pero no deja de ser consuelo. No deja de ser una voluntad.

Alizia. – (Abatida – resignada – incrédula... Qué sé yo.) No me sirve.

Gato. – El Estado se empeña en servirte. Quiere demostrar que sirve. (Ríe.) ¿Un último deseo?

Alizia. – ...

Gato. – ¿Un... último... deseo?

Alizia. – ...

Gato. – (Tuerce el morro. Pausa.) ¿Un buen vino? ¿Un mal polvo? (Risa estúpida.) 105

Alizia. – ...

Gato. – ¿Una última cena? ¿Una sagrada familia?

Alizia. – ...

Gato. – (Como no sabe cómo reaccionar, ríe, nervioso.) Veo que te niegas a colaborar con las     instituciones – otro delito –. (Carraspea.) Será mejor que vayamos al grano: el Estado te ofrece un     amplio catálogo de penas capitales. (Extrae un folleto de sabe – el – Estado – dónde.) Observa,        presunta presunta: la electrizante silla eléctrica... la letal inyección ídem... el castizo garrote vil...    la encorbatada horca... la majestuosa guillotina... lapidación... crucifixión... linchamiento... fusilamiento... bang, bang... ratatatá...

Alizia. – (Lágrimas que arrollan.) ¿No son efectivas las súplicas?

Gato. – (Revienta de risa.) En las naciones civilizadas – y ésta (sea cual sea) es una de ellas – la súplica             se considera un estorbo. Lo que prima es la efectividad. (Risas y risas. Breve pausa)            ¿Procedemos?

Alizia. – (Llorando sin pudor.) ¿Puedo llamar a mi madre?

Gato. – La llamaré yo. Después del trámite.

Alizia. – ¿Puedo... gritar...?

Gato. – (Chasquea la lengua.) Despertarías a los reos. Y a la prensa. Y a la indignación de la chus.ma.   (Otra pausa.) ¿Procedemos?

Alizia. – ...

Gato. – Procedemos.

Hurga en el mecanismo del engendro manual. Alizia, lívida, adquiriendo la extraña dignidad que otorga la cercanía de una muerte injusta.

         Será limpio. Los gatos somos muy limpios. (Ríe.) Me he tomado la licencia de disponer para ti el menos vil de los garrotes viles. (Ríe.) Seré rá.pido. Los gatos somos muy rápidos. (Ríe.) Por     medio de un tornillo, este collar de hierro retrocederá hasta que avance la asfixia. (Ríe.) Seré   cabrón... Los gatos somos muy cabrones. (Ríe.) Hay otras variantes para ejecutar esta ejecución       ejecutiva, sí. La variante catalana, por ejemplo, incluye un punzón de hierro que penetra por la         parte posterior destruyendo las vértebras cervicales del/la condenado/a. (Ríe.) ...Demasiado...          chabacano, ¿hum? Perruno. Me inclino por el centralista garrote de siempre. (Ríe. Canturrea.)          ...Marramamiau, miau, miau... (Ríe. Se detiene.) Dispuesto. ¿Dispuesta?

Alizia. – (Gimoteando.) N... o... Gato. – (...Y más risa.) ...Todas sois iguales. (Pausa.) Procedamos.

Música imperial. Se detiene la proyección. Se detiene la ejecución. Alizia y el Gato, sorprendidos. Surgen varios Soldados –c ada uno de ellos vestido con una casaca que representa una carta de la baraja española –; abren paso a la Reina – pletórica –, quien saluda, acribillada por flashes de miles de cámaras. Mira hacia atrás. Reclama – con gestos – la presencia del Rey. Éste – achacoso, decrépito, conectado a la vida por múltiples gomas y un surtido de conductos – es introducido en silla de ruedas hasta ser ubicado a la vera de su esposa. La soberana se encargará de moverle una temblorosa mano para que responda a los flashes y a las hipotéticas aclamaciones de un pueblo invisible. El Gato, marcial, en posición de firme. La melodía va disminuyendo hasta dejar de oírse. Los flashes fotográfi.cos van perdiéndose en el recuerdo.

Soldado 1º. – Dios salve a la Reina.

Soldado 2º. – Dios salve al Rey.

Soldados. – (Al alimón.) Dios salve a don Heraclio Fournier.

Gato. – (Sin perder la firmeza en su compostura.) Majestades... constituye un honor para este in.feliz y             felón felino...

Reina. – (Sin prestar atención. A su esposo.) Mira, rey: un gato.

Rey. – (Costosamente. Voz aflautada y temblorosa, a lo caudillo contemporáneo.) Los gatos...   armonizarán el funcionamiento de todas las capacidades y energías del país, en el que, dentro de            la unidad nacional, el trabajo, estimado como el más ineludible de los deberes, será el único exponente de la voluntad popular, y, merced a él, podrá manifestarse el auténtico sentir del     pueblo a través de aquellos órganos naturales que, como la familia, el municipio, la asociación y      la corporación harán cristalizar en realidades nuestro ideal supremo.

Gato. – Eh... (Retoma la protocolaria bienvenida.) Majestades... les doy la bienvenida a ésta que es su   ejecución.

Reina. – ¿Una ejecución? (A su augusto y agónico marido.) ¿Has oído, rey? Ejecuciones. Han vuelto.

Rey. – Han vuelto porque... se nos presenta el dilema de conservar nuestros convencionalismos legales y perecer o salvar a la Nación, saltando por encima de ellos. Nuestra generación prefirió esto             último, sin que por ello sufriese en detrimento la libertad, que sólo bajo el orden, la paz y la     seguridad colectiva, pueden garantizar nuestra independencia.

Gato. – Sabias palabras, Señor.

Rey. – Las palabras obedecen a una conspiración masónica –izquierdista en la clase política en   contubernio con la subversión comunista – terrorista en lo social que, si a nosotros nos honra, a         ellos les envilece.

Gato. – Por descontado, Majestad. Y, para seguir envileciendo a los enemigos, a los malos malísimos...             he desempolvado y engrasado nuestro garrote vil.

Rey. – (Ido.) ...les envilece...

Reina. – (A él.) ¿Has visto, rey? El garrote. El garrote vil. Ha vuelto la pena. De muerte.

Rey. – ...les envilece...

Reina. – De muerte.

Soldado 1º. – Dios salve al Rey.

Soldado 2º. – Dios salve a la Reina.

Soldado 1º. – ...Que – pese a los rumores –...

Soldados. – (A la vez.) ...siempre se peina.

Rey. – (Parece reaccionar, dentro de las posibilidades que le deja su mermada salud.) ...les envilece...

         hoy. Hoy, sin embargo, tengo que preveniros de un peligro: con la facilidad de los medios de          comunicación, el poder de las ondas, el cine y la televisión, se han dilatado las ventanas de           nuestra fortaleza. El libertinaje de las ondas y de la letra impresa vuela por los espacios y los aires           de fuera penetran por nuestras ventanas, viciando la pureza de nuestro ambiente. El veneno del             materialismo y de la insatisfacción quiere asomarse a los umbrales de nuestros hogares, precisamente cuando los peligros que al mundo acechan son ahora mayores que nunca.

Soldado 1º. – Dios salve al Rey.

Soldado 2º. – Y a la Reina salve.

Soldados. – Reina de los mares.

Reina. – ¿Dónde se han metido los fotógrafos? Esto se merece una exclusiva. Titular: “Sus Majestades             visitan al funcionariado”.

Rey. – Funcionarios todos; a los que vivís bajo nues.tro cielo, a los que, impulsados por otros estímulos             o vocaciones, estáis más allá de nuestras fronteras, yo os deseo un Feliz Año Nuevo y que Dios    nos conceda en él a la Nación y a todos no.sotros todo lo que honestamente se puede de.sear:            unidad, convivencia y paz.

Reina. – (Escrutando a Alizia.) Ay. Mira, rey: una delincuente juvenil.

Gato. – Dispuesta está para que gocéis de una jornada memorable, Majestad.

Reina. – De muerte. Pero... ¿dónde se han metido los fotógrafos? Que les corten la cabeza.

Alizia. – (Hablando, al fin.) No soy una delincuente.

Reina. – Aunque... sí eres juvenil, ¿hum?

Rey. – (En sus trece.) ...la juventud forjará el imperio necesario y tradicional y lo forjará...

Reina. – (Ni caso. A la muchacha.) ¿Cómo te llamas?

Alizia. – (Fina. Macabra.) Me llamo Alizia, para servir a Dios y a Su Majestad.

Reina. – Qué rica.

Gato. – No más que Vuestra Majestad, Majestad.

Reina. – Y... ¿cómo una niña tan educada como tú, Alizia, ha caído en las garras del crimen?

Alizia. – Eh... Es que... El señor Lewis llevó muy le.jos su partida.

Reina. – ¿Quién es el señor Lewis? ¿A qué partida te refieres?

Gato. – ¿Procedemos, Señora? Los fotógrafos aguardan.

Reina. – Mmmmmmmmmmm... No.

Gato. – (Decepción.) ¿No?

Alizia. – (Ilusión.) ¿No?

Rey. – ...No puede ello hacerse en un día, pero lo conseguiremos siendo un camino firme si vosotros     mantenéis esa ilusión de unidad, porque a mí me sobra energía y bríos para dar cima a la            empresa...

Reina. – No habrá procedimiento. No habrá ejecución.

Gato. – (Sin atisbo de sonrisa.) ¿No habrá diversión? ¿No habrá exclusiva?

Reina. – La exclusiva es irrenunciable.

Gato. – ¿Por tanto...?

Reina. – Las revistas venderán un número mayor de ejemplares si en ellas se me ve perdonando la vida             a una joven y educada delincuente. La ternura, la campechanía y la capacidad de perdón arrasan         en los kioscos, entre el pueblo... entre los ignorantes que aclaman. Que aclaman ahora. Que      aclamaron ayer. Que aclamaron duran.te la coronación, durante la proclamación de la república,          durante la toma del Palacio de Invierno... Que aclamaron al Caudillo, al Conducator, al Martillo     de Herejes, al Emperador y al Primer Proletario... Nunca falta masa para aclamar a la guinda del          pastel. Nunca falta clamor clamoroso. Vergonzoso.

Soldado 1º. – Dios salve a la Reina.

Soldado 2º. – Reina por un día.

Reina. – (Gran enfado.) Que les corten la baraja.

Soldados. – (Rectificando.) UN DÍA ETERNO Y SOLEADO.

La monarca sonríe, complacida.

Gato. – El espectáculo, Majestad. Si no ejecuta.mos... se resiente el espectáculo.

Reina. – El espectáculo vendrá con la exclusiva del indulto. Posaré junto a la rea.

Soldados. – Dios salve a la rea.

Reina. – Posaré en topless. Fingiré que no veo a los paparazzi. Ellos fingirán que no me han visto antes.          Mientras indulto a la joven malhechora, restregaré el cuerpo contra los abdominales de un             socorrista hercúleo. Después acudiré a la televisión para desmentir mi acuerdo con los paparazzi     y el pacto con el socorrista hercúleo, quien, a la semana siguiente, acudirá por su parte a       desmentir que me conoce y a presentar a su nueva novia, una antigua concursante en un show de           intercambio de parejas. El socorrista logrará una plaza en la tertulia majadera de los viernes por la      noche y yo terminaré presentando los informativos.

El Rey, de una manera muy lenta, comienza a sufrir convulsiones.

Gato. – (En un aparte.) De locos.

Reina. – De muerte.

Alizia. – ¿Soy libre?

Reina. – Lo serás cuando cumplas tu cometido. Cuando accedas a vender tu epopeya.

Flashes fotográficos.

Ah. Ya están. (A la joven.) Finge desesperación. Finge naturalidad. Finge mientras busco al socorrista... o a un cubano... o a un socorrista cubano.

Las convulsiones del monarca se acentúan.

Soldado 1º. – Dios salve al Rey.

Soldado 2º. – Porque la medicina no puede.

Reina. – (Aproximándose a su real marido.) Rey. Rey. ¿Qué te pasa, rey? ¿Qué tienes? (A los    militares.) Que le corten la hemorragia.

Rey. – (Muy trabajosamente.) Al llegar para mí la hora de rendir la vida ante el Altísimo y compa.recer             ante su inapelable juicio...

Reina. – (Clamando en el desierto.) Fotos. Fotos que confirmen nuestra reconciliación in articulo mortis.

Una melodía fúnebre va ganando importancia. Des.bandada de los Soldados y el Gato, quien ríe histérico.

Gato. – Cambio de régimen. Cambio de régimen.

Alizia. – ¿Soy libre?

Se esfuman los militares y el minino.

Rey. – ...pido a Dios que me acoja benigno a su pre.sencia...

Reina. – Carroñeros. Carroñeros que paguen a to.cateja.

Rey. – ...No cejéis en alcanzar la justicia social y la cultura para todos los hombres, animales y cosas      del País de las Maravillas...

Reina. – Pescadores. Pescadores en este río revuelto.

Rey. – ...y haced de ello vuestro primordial objetivo...

Reina. – Lameculos. ¿Dónde están los lameculos, los chupapollas...?

Rey. – ...Quisiera, en mi último momento, unir los nombres de Dios y de este país, para gritar juntos,     por última vez, en los umbrales de mi muer.te...

Reina. – NOOOOOOOO.

Rey. – ...Arriba... parias de la tierra... con la camisa nueva... por el triunfo... de tu nombre tatuado... se hace camino al andar.

Expira. La Reina se lanza sobre su cadáver.

Reina. – Prensa rosa. Que venga la prensa rosa. (Lloro.) ¿Qué voy a vender de mí? ¿Qué va a ser de la Corona? ¿Cómo conseguiré una portada?

Alizia. – (Insiste, presa de cierta enajenación.) ¿Soy libre?

La Reina alza la vista. Ambas mujeres se contemplan, durante unos instantes preñados de música oscura. Oscuro musical. Una proyección nos muestra a ciu.dadanos pasando por delante de un cadáver egregio, rindiendo pleitesía a algún hombre de Estado, a algún miserable o a algún hombre de Estado miserable.

Alizia. – (En off.) ...Si al menos pudiera despertar...

Cuando finaliza la proyección, cuando finaliza la música, cuando vuelve la luz... lo hace sólo sobre Alizia, pálida, temblorosa, con los ojos cerrados. Porta el cuchillo delator.

Alizia. – Si al menos pudiera saber si estoy despierta... (Abre los ojos.) Si al menos pudiera saber           dónde estoy... si yo sigo siendo yo o el pronom.bre personal ha dejado de ser personal. Si me    creyeran... Si pudiera comprobar que mi verdad sigue siendo... la verdad...

Deja caer el arma. Se expande la luz. Dos Agentes la custodian. La toman por los brazos.

Agente 1º. – Vamos.

Lewis. – (Off.) ...Alizia...

Sobresalto de ella. Nerviosismo. Los Agentes controlan sus movimientos.

Agente 2º. – Tranquila. Ya pasó. Ya pasó.

Luz tenue sobre Lewis, postrado en el suelo, herido, confuso.

Lewis. – ¿Por qué, Alizia?

Alizia. – (A los Agentes.) No es mi mundo. Éste no es mi mundo.

Agente 1º. – Vamos.

Lewis. – ...Mi pequeña Alizia...

Alizia. – No es mi mundo. Sé que no lo es. Sé que no soy más que una niña. Una niña. Sólo una niña. Lewis. – ...Mi niña...

La iluminación va escabulléndose en lo que atañe a Alizia y sus forzados acompañantes, pero adquiere potencia en torno a Lewis.

         ...Mi niña... Mi Alizia...

Alizia y los Agentes han quedado en la más com.pleta oscuridad. Ante Lewis se ha situado el Conejo. Llegan las asistencias médicas.

         ...Alizia...

TELÓN