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BERLÍN

Laureano Mantaras

Personajes:

SERGUEI

COPOL

JONATHAN

DEAN

El espacio teatral dividido por un muro vertical al público. Campo yermo a ambos lados. En lo alto del muro, alambre de espino, para difi­cultar el paso. Luz de atardecer. En el trans­curso de la acción llega la noche. SERGUEI, está sentado en el suelo, recostado contra el muro. El arma, también contra el muro a su lado. Se desabrocha el cuello de la guerrera con aire molesto. Se pasa la mano por el cue­llo, en un gesto de cansancio, mientras comienza a oírse el ruido sordo de un motor que se aproxima. Suspende el gesto y escu­cha atentamente. El ruido aumenta regular y progresivo. El soldado de rodillas en el suelo, se abotona apresuradamente la guerrera, recoge su arma y se pone en pié. Ahora ya se identifica claramente el motor de un helicóp­tero. SERGUEI se ha distanciado del muro y de arma en posición, ensaya el paso propio de quien monta guardia. Por el volumen del ruido, el aparato, está encima de la posición. De pronto el haz de luz de un reflector, reco­rre lo alto del muro, inspeccionándolo. Tras varias oscilaciones, sobre lo alto del muro, cae sobre SERGUEI, lo rodea exponiéndole y acto seguido, cruza al otro lado del muro. Comienza a oscilar como buscando alguna cosa que no encuentra. Se mueve nervioso. El reflector cruza el muro y cae repentino sobre SERGUEI. Vuelve al otro lado y busca con desesperación. Se inmoviliza un momen­to, alcanza lo alto del muro y comienza a ale­jarse el ruido mientras el haz de luz se pierde por el foro. Cuando el ruido se extingue, el soldado rompe la postura y poco menos que arroja el arma al suelo y se deja caer. Precipitadamente, por el lado derecho del público y desde el foro, entra JONATHAN, viene asustado. Trae la guerrera desabotona­da. Sujeta el arma entre las piernas y empie­za a componer el uniforme.

JONATHAN.- ¡Joder! (En un grito) ¡¡ Iros a la puta que os parió!!

(SERGUEI, escucha el grito y se levanta en un salto y desaparece por el lateral izquierdo, preparando su arma. la misma reacción tiene JONATHAN, que sale por la derecha. Silencio prolongado. Poco a poco aparece SERGUEI, arrastrándose. Simétrica actitud tiene JONATHAN. Sin incorporarse totalmente,

SERGUEI emite un silbido. JONATHAN, le responde con el mismo silbido. SERGUEI se pone en pié y silba nuevamente. JONATHAN, contesta y se acerca)

JONATHAN.- (A media voz) ¿Quiénes eran?

SERGUEI.- (Igual) ¡Soy yo!

JONATHAN.- Ya sé que eres tú, joder. Pregunto qué bandera tenía el helicóptero.

SERGUEI.- ¡Y yo qué sé!

JONATHAN.- ¿Estabas en posición cuando vino el helicóptero?

SERGUEI.- Claro que estaba. No quiero que me empaqueten. (Un silencio) ¿Por qué? ¿Tú no estabas? (Silencio) ¿Qué te pasa?

JONATHAN.- Fui a tirar el calzón y la cagué.

SERGUEI.- Pues eso huele mal.

JONATHAN.- Y tan mal.

SERGUEI.- Mejor será que tomemos nues­tras posiciones. (Lo hace)

JONATHAN.- (No se mueve) Hasta dentro de una hora no aparecerán nuevamente, si apa­recen.

SERGUEI.- Mejor es no fiarse.

JONATHAN.- ¿Tienes fuego?

SERGUEI.- ¿No irás a hacer una hoguera?

JONATHAN.- Sí, la de S. Juan. ¿Tienes o no tienes fuego?

SERGUEI.- (Le tira las cerillas por encima del muro) ¡Cógela! Ya ves, si fuera para hacer una hoguera y poner fuego a todo esto, me apuntaba. Principalmente a este muro. No entiendo lo que hacemos aquí.

JONATHAN.- Yo no me hago ese tipo de pre­guntas. Me dijeron que cuidara del muro y aquí estoy.

SERGUEI.- Pues seguro que si lo piensas un poco no estabas tan conforme.

JONATHAN.- Mi negocio es, aquí te pillo, aquí te mato.

SERGUEI.- No sé de que hablas.

JONATHAN.- Digo, que lo mío no es pensar. Para eso están los jefes.

SERGUEI.- Puede que sea así. Pero yo lo hago. Y me fastidia pensar en este muro.

JONATHAN.- Este muro es igual que cual­quier otro.

SERGUEI.- Que te crees tú eso. No lo has mirado bien. Yo he perdido hasta el color de los ojos de tanto mirarlo.

JONATHAN.- Pensar, pensar. Yo no pienso, voy de frente. Soy americano. ¿Eso te dice algo?

SERGUEI.- El pueblo americano me parece muy simpático. Desde pequeño que me impresionan vuestras atléticas mandíbulas y los anatómicos vaqueros.

JONATHAN.- ¿Qué estas queriendo decir?

SERGUEI.- ¿Tú tienes unos pantalones vaqueros?

JONATHAN.- Esta conversación es idiota.

SERGUEI.- ¿Tienes pantalones vaqueros?

JONATHAN.- (Fastidiado) Sí, los tengo.

SERGUEI.- ¿Quieres hacer un cambio?

JONATHAN.- ¿Qué cambio?

SERGUEI.- Vamos a ver. Tengo cuatro latas de caviar rojo, una balalaica, un lápiz y una libreta.

JONATHAN.- ¿Un lápiz y una libreta? ¿Qué haces con un lápiz y una libreta?

SERGUEI.- Escribo mi diario.

JONATHAN.- Eso es cosa de niña tonta.

SERGUEI.- Quizás lo meta en una botella y lo tire al mar para las generaciones futuras.

JONATHAN.- Así que eres escritor.

SERGUEI.- Si el que escribe es escritor, lo soy.

JONATHAN.- Mariconadas. Sólo hay un libro que vale la pena. Está todo escrito en él. La Biblia lo dice todo.

SERGUEI.- No deja de ser interesante. Personalmente prefiero a Gogol. ¿Hacemos el trato?

JONATHAN.- Olvídalo.

SERGUEI.- (Reaccionando) Oye, esto de hablar así, a voces por encima del muro, es peligroso ¿Qué te parece si arrancamos un bloque y hacemos un agujero para poder hablar viéndonos las caras? Me gustaría saber cómo eres.

JONATHAN.- (Se mueve vigilando el muro como temiendo la aparición de SERGUEI) ¡Ni se te ocurra! Ahí sí que estaríamos jodidos.

SERGUEI.- ¿Por qué? Aquí no viene nadie. Podemos hacer lo siguiente: quitamos un blo­que y al final de la guardia lo volvemos a su sitio.

JONATHAN.- (Reacio) No, no. Nada de tocar en el muro. Son las órdenes.

SERGUEI.- ¡Qué órdenes, ni que nada! Este muro es una caca. Todos los muros son una caca. Si me apuras, te diré que son la raíz de toda discordia.

JONATHAN.- (Dudando) Mejor sería vernos... podríamos hacer una partida de póker...

SERGUEI.- Todo muro es divisor. Puedes verlo por cómo estamos nosotros. ¡Vamos, abramos el agujero!

JONATHAN.- No sé. No te olvides que las órdenes son de disparar contra toda persona o cosa que cruce el muro.

SERGUEI.- También las mías. ¡Tú no me vas a disparar! Yo no pienso hacerlo.

JONATHAN.- Yo tengo que cumplir con mi deber.

SERGUEI.- Aquí abajo, nuestro deber es entendernos, "tovarich".

JONATHAN.- ¿Qué has dicho?

SERGUEI.- La palabra que nos hace iguales. Camarada en ruso.

JONATHAN.- (Poniéndose en guardia) ¡Yo no soy camarada!

SERGUEI.- (Asustado por el tono) No te eno­jes. Sólo quiero conocerte, ser amigo.

JONATHAN.- ¡Camaradas son los comunis­tas! Yo defiendo América del comunismo. Este muro está aquí para parar el avance del comunismo.

SERGUEI.- (Se ríe) Pero si este muro, según tengo entendido, lo hicieron los comunistas.

JONATHAN.- (Medio perplejo) ¿Qué dices? ¡Mentira!

SERGUEI.- ¡Claro, vaquero!

JONATHAN.- Los diarios no dicen eso. ¡Y no me llames vaquero!

SERGUEI.- Perdona. Los diarios de aquí dicen lo contrario. A propósito ¿cómo te llamas?

JONATHAN.- (Vacilante) Jonathan, Jonathan Deam.

SERGUEI.- Bonito. Te lo han puesto por tu padre.

JONATHAN.- Mi padre era pastor.

SERGUEI.- ¿Por qué "era"? ¿Ya no lo es?

JONATHAN.- Está en el cielo.

SERGUEI.- (Confuso) El cielo... el cielo... ¿Y dónde está el cielo?

JONATHAN.- (Extrañado) ¿Tú de dónde sales? Quiero decir que está muerto.

SERGUEI.- Y ahora tú cuidas las ovejas. Lo siento por ti.

JONATHAN.- Ya hace tiempo. Estoy curado. ¿Y tú, cómo te llamas?

SERGUEI.- Serguei Copól. Y si te sirve de consuelo, mi padre, también fue muerto, en el "muro de los tártaros", en la defensa de Leningrado.

JONATHAN.- (No puede evitar la tensión) ¿Así que tú eres ruso? (Corto silencio) Pero... ¿Ruso ruso, de Rusia mismo?

SERGUEI.- Sí, sí, de Rusia mismo. (Cambiando el tono) Pero por accidente.

JONATHAN.- (Carga el arma accionando el cerrojo.

SERGUEI, se pone expectante) ¿Qué es eso de accidente? No sé si debo seguir hablando contigo.

SERGUEI.- (En guardia) De haber nacido en Finlandia podría ser lapón.

JONATHAN.- (Se mueve de un lado para otro inquieto) ¡Ruso! ¡Joder, ruso! ¡Vamos a dejar­lo! ¡Callémonos de una puta vez! ¡Hostia, ruso! ¡Si se entera el teniente, me jode! Ya me parecía que tú eras algo raro.

SERGUEI.- (Que acompaña todos los movi­mientos desplazándose orientado por la voz) ¿Qué sucede? ¿Cuál es la diferencia entre ruso, francés, americano o tailandés? No se puede escoger dónde se nace.

JOB.- (Corto silencio) Bueno, eso parece cierto.

SERGUEI.- ¿Tú dónde naciste? Uno se hace la idea de que todos los americanos miden más de dos metros y van a la universidad. ¿Tú cuanto mides?

JONATHAN.- (Le hacen gracia las preguntas de SERGUEI) No digas memeces.

SERGUEI.- Si no mides más de dos metros, seguro que eres demócrata.

JONATHAN.- Ni demócrata ni republicano. (Interesado) ¿Y tú... eres comunista?

SERGUEI.- (Hace un moviendo de cabeza) No. Pero hasta que aparezca algo mejor... ¡Ya sé! ¡Tú eres del ejército de salvación!

JONATHAN.- (Entre risas) Tú si que eres de circo.

SERGUEI.- Seguro, seguro. ¡Somos de circo! Tú me dirás qué hacemos aquí cuidando de esta mierda de muro. (Tocándose los bolsillos) ¿Me devolviste las cerillas?

JONATHAN.- (Saca las cerillas, coge unas cuantas y se las guarda al mismo tiempo que dice... ) Están conmigo. ¡Sorry! ¡Ahí van! (Tira la caja por encima del muro.

SERGUEI vigila el tope del muro esperando) Thank you ¿Tú qué haces?

SERGUEI.- (Que atrapa la caja en aire) ¿Qué hago? Aburrirme como una ostra. La verdad es que yo no sé como se aburren las ostras... ¿Tú lo sabes?

JONATHAN.- Hablas demasiado. Quiero decir qué hacías antes de venir al ejército.

SERGUEI.- Trabajaba en un pequeño taller de instrumentos musicales. Hago balalaicas. También canto en el coro del barrio.

JONATHAN.- Yo también canté en el coro de la iglesia de mi padre.

SERGUEI.- Óptimo, podemos hacer un dueto.

JONATHAN.- ¡No, no! Hace mucho tiempo que no canto.

SERGUEI.- Está bien, está bien. No cantes si no quieres. Cantar es algo que a uno le viene de dentro... ¿Arrancamos un bloque de estos para vernos la cara?

JONATHAN.- No sé. No estoy acostumbrado. Mi padre siempre me dijo que los muros deben de ser respetados.

SERGUEI.- No existe muro que sea respeta­ble. Piénsalo bien.

JONATHAN.- Ya estas tú con esa manía de pensarlo todo. ¿Y el muro de las lamentacio­nes?

SERGUEI.- (Sonriente) Jeremías, debe de tener noticias. Todos los muros son negativos a no ser los que nos protegen de las incle­mencias de la naturaleza. Dividen, castigan, prohíben, torturan o se tornan estúpidos como éste de aquí... Yo a éste, le meo dos o tres veces durante la guardia.

JONATHAN.- (Riéndose) Si he de confesarte la verdad, yo también le doy mis buenas meadas.

SERGUEI.- ¿Tienes alguna herramienta para limpiar la junta?

JONATHAN.- (Se palpa los bolsillos) Tengo una navaja (Saca una navaja automática)

SERGUEI.- ¡Formidable! Limpia la junta por occidente, que yo la limpiaré por oriente.

JONATHAN.- (Dudando) Yo también tengo ganas de verte la cara... ¿Y las órdenes?

SERGUEI.- Al cuerno con las órdenes. Las órdenes del ejército son el embudo donde se enchoriza al soldado. ¡Dale! ¿Cuál escoge­mos? (Comienza a pegar con la cuchara para identificar el bloque) ¿Éste?

(JONATHAN, no muy convencido, saca su navaja e intenta identificar el bloque elegido poniendo la mano para sentir la vibración pro­ducida por los golpes. Por un momento se enfrascan en un juego de golpes y respuestas con el mismo número de golpes y frecuencia, algo parecido al morse)

JONATHAN.- ¡Ya lo tengo! Es éste.

SERGUEI.- (Que tiene la mano en el bloque, certifica) ¡Sí, sí, ése es! ¡Dale! (Escarban la argamasa con ahínco) ¡Ya se mueve!

JONATHAN.- (Incorporándose) ¡Un momen­to! ¡Para, para! (SERGUEI percibe que la voz suena diferente y también se incorpora)

SERGUEI.- ¿Qué ocurre? (Corto silencio)

JONATHAN.- ¿Dónde vamos a dejar el blo­que?

SERGUEI.- (Relajando la pose) ¡Carámbanos! Que susto me diste. Eso qué importa.

JONATHAN.- (Que no ha bajado la tensión) Importa sí, y mucho. ¿De tu lado o del mío?

SERGUEI.- Lo que tú digas.

JONATHAN.- Yo no dejo que cruce el muro nada ni nadie.

SERGUEI.- Lo empujas hacia mi lado. ¿Vamos? (Se tira de bruces en el suelo y pro­sigue el trabajo. JONATHAN por su parte, reanuda el trabajo sin entusiasmo. Trabaja con la izquierda. Es clara la diferencia de intensidad de uno y otro)

SERGUEI.- ¡Dale, dale que ya se mueve!

(SERGUEI, empuja y cae del lado de JONAT­HAN. Éste se levanta visiblemente perturba­do. Carga su arma dispuesto a disparar. Se queda un instante mirando fijamente el blo­que. En movimiento rápido, se acerca al blo­que, posa el arma en el suelo, coge el bloque, lo encaja en el agujero y lo empuja hacia el otro lado. Está a punto de darle en el rostro a SERGUEI, que intentaba espiar por el boque­te abierto. Evita el golpe SERGUEI, levantán­dose veloz)

SERGUEI.- ¿Qué haces? ¡Casi me chafas la nariz!

JONATHAN.- ¡Ya te dije que no lo quiero de mi lado! (Corto silencio)

SERGUEI.- Faltó poco para acertarme.

JONATHAN.- Perdona. No era mi intención. Las órdenes son las órdenes. Antes ya hice una cagada y no quiero repetirla.

SERGUEI.- No te preocupes. Ni con diarrea harías eso en tan poco tiempo. (SERGUEI, se pone de bruces y mira por el agujero) ¿Dónde estás? Ponte enfrente que quiero verte. (JONATHAN receloso. Se miran en silencio. SERGUEI se sienta en actitud pensante. Al instante vuelve a mirar a JONATHAN por el agujero. Otro silencio) ¿Y el chicle?

JONATHAN.- (Reculando un tanto) Qué sucede con el chicle.

SERGUEI.- ¿Tú no masticas chicle?

JONATHAN.- No siempre. Cuando me apete­ce.

SERGUEI.- Americano que se precie, come hamburguesa, perrito caliente con muchas cebollas, ketchup, mostaza y bebe coca-cola: Y todo esto vistiendo pantalones vaqueros, camisa a cuadros y en el bolsillo las pastillas de chicle.

JONATHAN.- Eso son cuentos de películas.

SERGUEI.- ¿De veras? ¿Tampoco comen pavo en el día de acción de gracias?

JONATHAN.- América es grande y fantástica; bastante más fantástica que grande. En América como en todas partes, come el que puede, y el que no puede, se jode.

SERGUEI.- En Rusia, todos comen.

JONATHAN.- "Bella merda" ¿Y la libertad?

SERGUEI.- Por algo hay que empezar. En todo momento, es fundamental estar alimen­tado. Saco vacío no se aguanta de pie.

JONATHAN.- No es fácil conseguirlo. Un día te das cuenta de que estás en el mundo. Y todo parece perfecto. Cada cosa está en su sitio y no parece que pueda ser de otra forma. Hasta las cosas tienen un nombre que enca­ja en su naturaleza... Puedes verlo, nadie se pregunta por qué la salchicha se llama salchi­cha; todo el mundo se la come y sale corrien­do. El asunto se complica cuando necesitas comerte la salchicha y no tienes el dólar y medio... Entonces empiezas a darte cuenta que tienes que encajarte en el entramado. Está todo copado. Examinas el rompecabe­zas y no tiene ranuras por donde entrar. Todo está perfectamente y en su lugar. Buscas un lugar donde encajarte y no lo hay. Todo lo que deseas, sea cosa o lugar, todo tiene dueño. Ahí te dices: seguro que mi salchicha la tiene otro. Te baja el espíritu de león. Tienes que aprender a usar los codos. Tienes que abrirte un lugar a codazo limpio o te mueres de asco. Tienes que luchar si quieres triunfar. "He de vencer" te dices y te desollas las rodillas escalando porque hay que llegar a lo mas alto, a la cima y rápido. Si no luchas, si no compites, estás fuera, acabado. Si te dejas atrapar por el rebaño, te pasa por encima, te tritura, la maquina te escupe por la comisura, como la boca del stadium en la super Bowl, si pones un pie fuera del espiral sales dispara­do, el engranaje te muele y vas directamente por el desagüe a la cuneta. (Corto silencio) Y si en la cuneta no andas vivo, todavía el alu­vión puede arrastrarte a un lugar tan profun­do del que no saldrás en toda tu vida. Ésa es mi América. La gloria y la mierda corren tan juntas que se confunden. (Silencio)

SERGUEI.- Todo eso para comerse una sal­chicha. Desisto.

JONATHAN.- Es un decir. Vivir es luchar. Si no vas a la lucha, pierdes el tren y ahí estás frito.

SERGUEI.- Vivir es disfrutar, cama... (Se inte­rrumpe) compañero. En Rusia no tengo que pelear por la comida, ni por el trabajo y mucho menos para estudiar lo que me guste. Para mí hacer instrumentos musicales es estar a bien con el mundo. Es mi vocación.

JONATHAN.- ¿Y cuánto ganas en tu trabajo?

SERGUEI.- Lo suficiente para subsistir. Hago lo que me satisface y cuando llega fin de mes, aún me dan dinero.

JONATHAN.- ¡Pero no eres libre!

SERGUEI.- ¿Quién te contó ese cuento? Soy tan libre como tú.

JONATHAN.- ¡Y una mierda! ¿Puedes tener una casa?

SERGUEI.- La tengo. Vivo en una casa.

JONATHAN.- ¡Pero no es tuya!

SERGUEI.- ¿Qué diferencia hay? ¿Qué haría con una casa? (Hace el gesto de cargar la casa en las espaldas) Cuando te vas, haces como el caracol...

JONATHAN.- Si tienes una casa, tierras, acciones, bienes patrimoniales, puedes espe­rar tranquilo la vejez. Lo importante es ser dueño. Tener las cosas, atrincherarse.

SERGUEI.- No hay mas propiedad que la integridad física. El patrimonio se lleva en la cabeza. Lo demás son cuentos chinos. Historias de corderillos para dormir a los niños.

JONATHAN.- (Incorporándose) No aguanto pasarme la guardia en esta postura.

SERGUEI.- (Animado) Vamos a quitar unos bloques para poder hablar sentados.

JONATHAN.- No, no. Sería peligroso por demás. Pueden verlo desde el helicóptero.

SERGUEI.- Que nada. Después los pone­mos.

JONATHAN.- Nos la estamos jugando.

SERGUEI.- ¿Vas a echarte atrás ahora, "capitán Kirk"?

JONATHAN.- (Picado en su amor propio. Con un gesto) Un triángulo sólo.

SERGUEI.- Establezcamos un orden de tra­bajo.

JONATHAN.- Eres un bicho raro. ¿Para qui­tar unos bloques se establece un orden?

SERGUEI.- Todo debe ser pensado y planea­do.

JONATHAN.- Cuando estás con una chica, también haces un plano...

SERGUEI.- Venga, no seas ganso... Tú arrancas los bloques de tu derecha y yo los del lado opuesto y así hasta arriba.

JONATHAN.- ¡Hasta arriba no! Lo suficiente para vernos sentados.

SERGUEI.- De acuerdo.

(Se ponen a trabajar. Arrancan el primer blo­que y JONATHAN lo deja caer hacia el lado de SERGUEI. Éste al ver que JONATHAN, ha puesto el bloque en su lado, para un momen­to, pero reanuda el trabajo nuevamente. SERGUEI arranca un bloque y lo deposita en el lado de JONATHAN. Éste repite el mismo gesto de SERGUEI, pero continúa su trabajo. Arrancan los bloques de forma que se abre un boquete con el formato piramidal. Hecha la abertura se observan con insistencia. SER-GUEI se aproxima de la abertura. JONAT­HAN le grita mientras recula)

JONATHAN.- ¡No te aproximes!

SERGUEI.- (Para un momento cerca de la abertura.

JONATHAN, que ha puesto el arma en posición, le mira fijamente) ¿Qué sucede?

JONATHAN.- ¡No te acerques! ¡No cruces!

SERGUEI.- (Se arrodilla mientras le mira) Es igual que el mío.

JONATHAN.- ¿De qué hablas?

SERGUEI.- El uniforme.

JONATHAN.- Todos los uniformes son igua­les.

SERGUEI.- ¿Y el casco? ¿No tienes casco?

JONATHAN.- (Se toca la cabeza y al percibir que está sin casco, lo busca apresurado. Lo encuentra, se lo pone, y vuelve rápido a la posición en la que estaba) ¡Ya está!

SERGUEI.- (Comienza a reír, al ver con que celeridad se ha puesto el casco) ¿Se puede saber qué te pasa? (Silencio)

JONATHAN.- Nunca he visto un comunista tan cerca.

SERGUEI.- (Divertido, se da vuelta y le muestra el trasero) Mira, no tengo rabo. (Con un gesto) Y tampoco cuernos... y también juro que nunca me comí un niño crudo.

JONATHAN.- ¡No hagas el tonto! Esto para mí es muy serio.

SERGUEI.- Muy serio... Pues verás. (Se levanta y se pone a orinar contra el muro)

JONATHAN.- (JONATHAN que no le ve, se levanta y quiere saber lo que pasa) ¿Qué haces? ¿Dónde estás? (Corto silencio en que

JONATHAN amaga cruzar por el boquete pero se vuelve atrás)

SERGUEI.- ¡Adivínalo! ¡Estoy orinando en las órdenes!

JONATHAN.- (Examina el terreno por el boquete) El terreno es igual. Son iguales los dos lados...

SERGUEI.- Pues claro... ¿Qué esperabas?

JONATHAN.- Entonces... ¿Para qué se ha hecho este muro en medio de la nada?

SERGUEI.- (Están frente a frente) Para ate­morizarnos... Dividirnos, acogotarnos.

JONATHAN.- ¿A nosotros, insignificantes sol-daditos de plomo? No recuerdan ni que esta­mos aquí.

SERGUEI.- Intereses oscuros de los que quieren manejar todos los hilos.

JONATHAN.- No me puedo creer que después de 22 años de acabarse la guerra mundial, aún estemos aquí tú y yo, aguantando la resaca.

SERGUEI.- Si Alemania hubiera ganado la guerra, vete tú a saber dónde estaríamos ahora.

JONATHAN.- No tendríamos culo para sentar­nos.

SERGUEI.- (Hace un gesto con las manos) La próxima guerra ¡Pum! El planeta Tierra explo­tará, como un globo de feria.

JONATHAN.- No exageras tú que digamos.

SERGUEI.- ¿Qué me dices de Hiroshima y Nagasaki?

JONATHAN.- Aquello fue un experimento. Además los japoneses se habían puesto chu­los.

SERGUEI.- ¿Un experimento y se matan a 200.000 personas en 5 minutos?

JONATHAN.- No querían acabar la guerra.

SERGUEI.- ¡La guerra! ¡La guerra no tenía que haber comenzado!

JONATHAN.- ¡Díselo a Hitler! ¿Y qué me dices de Pearl Harbor?

SERGUEI.- Otra canallada propia del silencio­so zorro asiático. Pearl Harbor, fue la gran coartada de Harry Truman frente al pueblo americano para justificar su crimen. Con aque­lla pinta de vendedor de mercería, os engañó como a chinos.

JONATHAN.- Como quiera que sea me da igual. Quiero que todo esto se acabe para vol­verme a América y hacerme rico. Podre de rico. Quiero ganar tanto dinero, pero tanto, que salga por el ladrón. Me compraré una limusina, un deportivo, barco de recreo en Florida (Se pasea ampuloso) apartamento en Manhattan, en la 54, esquina con la 47, un rancho en Menphis, con briosos caballos y chicas, muchas chicas, siempre rodeado de chicas conejito y champaña, ríos de champaña, cata­ratas de champaña francés.

SERGUEI.- ¿Y a quién le vas quitar todo ese dinero... ?

JONATHAN.- Al que se ponga por delante.

SERGUEI.- El dinero son habas contadas. Para tú tener tanto, alguien se quedará sin nada.

JONATHAN.- ¡Me importa un carajo! La salva­ción del mundo, empieza por mí.

SERGUEI.- Jonathan, escucha. ¡Mírame! (Lo hace. SERGUEI, acompaña la palabra con el gesto para recalcar lo que dice) Nosotros, somos dos. Tenemos dos platos de rancho. Si yo me zampo un plato y medio, tú te quedas con hambre.

JONATHAN.- Si lo consigues y la ley te ampa­ra...

SERGUEI.- ¡Ninguna ley está por encima del ronquido de tu estomago cuando está con hambre!

JONATHAN.- Vete con esa historia a mi tierra y te cagan en la cabeza. Oye, por qué no puedo ser yo quien se coma el plato y medio.

SERGUEI.- Tienes más concha que los galá­pagos. (Mirando el agujero) Este agujero me recuerda un cuento que leí cuando era niño: Bertoldo, Bertoldino y Cacaseno, ¿lo conoces? (JONATHAN niega con la cabeza) Te lo cuento:

"En un país de no se sabe dónde, había un rey, feliz y contento, que tenía por amigo incondi­cional un leñador llamado Bertoldo. Bertoldo se casó y tuvo un hijo que se llamó Bertoldino que a su vez también se casó y tuvo un hijo lla­mado Cacaseno, y todos recibían el favor del rey. A pesar de la estrecha amistad, Bertoldo y Bertoldino, guardaban todas las formas que un súbdito le debe a su monarca. No sucedía lo mismo con Cacaseno. Cacaseno, entraba y salía de la sala del trono, sin la menor reve­rencia. El rey ofendido por la indiferencia le comentó al abuelo:

—Bertoldo, sabes todo el aprecio que os tengo, pero esta falta de respeto de tu nieto, he de castigarla.

—Señor, sois el rey: entiendo vuestro enojo. Hablaré con él, y si es preciso le prohibiré venir a palacio— le dijo Bertoldo.

—No Bertoldo, quiero que venga a palacio para que tenga que saludarme. Hará la reve­rencia debida como todo súbdito. No soporta­ría saber que existe una sola persona en el reino que me niega el saludo. Yo mismo hablaré con él.

Pasados los días y en presencia del padre y el abuelo el rey le dijo a Cacaseno:

—Cacaseno, por qué me faltas al respeto y no me saludas como bien hacen tu abuelo y tu padre.

—Señor, que Dios me castigue si os faltara al respeto.

—Cómo osas decir semejante despropósito. Cada vez que vienes a mi presencia me nie­gas la reverencia debida.

—  Majestad, una cosa es respetar y otra muy distinta es hincar la cerviz." (Descomponiendo el tipo) Bueno, me parece que estoy inventado alguna cosa. JONATHAN.- Sigue, sigue, no importa. Te manejas bien.

SERGUEI.- Prosigo: "— ¿Soy tu rey?

—Desde que nací no conocí otro, señor.

—¿Soy justo?

—Justísimo, como es vuestro deber.

—¿Por qué no me saludas con la reverencia debida como exige el protocolo?

—No existe ningún ser, lo suficientemente superior, para que otro hombre tenga que doblar la cerviz por él."

JONATHAN.- ¡Chúpate ésa! (SERGUEI, lo mira y prosigue)

SERGUEI.- "El rey lo mira largamente y al final esboza una sonrisa: —¿Cuántos doblones de oro tendré que poner sobre tu espalda para que se doble?

—  No hay oro suficiente en el reino para doblar mi voluntad.

El rey cerró los ojos para disimular su contra­riedad.

—  Vendrás a palacio pasados tres días y harás la reverencia debida. Ahora retírate. Bertoldino, vete con tu hijo. Bertoldo, quédate un momento.

El rey, le confidenció a Bertoldo, lo que había pensado para doblegar a Cacaseno, pidiéndo­le secreto absoluto, a lo que Bertoldo le dijo:

—  Señor, no pongo en duda vuestro ingenio... Mi nieto es muy terco...

— Yo doblaré su terquedad. Pasados los tres días, el trío familiar volvió a palacio para cumplir la orden real. Al llegar ante la puerta de la sala del trono que estaba abierta, encontraron que habían clavado unas tablas en la parte superior de la puerta, dejan­do una abertura de un metro apenas, de tal forma que para entrar en la sala, había que inclinarse. Bertoldo y Bertoldino se inclinaron y entraron en la sala aprovechando el lance para saludar al rey... El rey, sonriente los recibió complacido y se regocijaba esperando ver a Cacaseno inclinado ante sí. Pero... ¿Qué hizo Cacaseno? Giró sobre si mismo y entró en la sala culo atrás para no inclinarse ante el rey."

JONATHAN.- ¿Y el rey, qué hizo?

SERGUEI.- Se le arrugaron las pelotas. Cacaseno hizo así (SERGUEI, se pone de espaldas al boquete, se inclina y comienza a caminar hacia atrás. JONATHAN, que lo ve acercarse, se levanta asustado y se retira a una distancia prudencial. SERGUEI al cruzar, tropieza en los bloques arrancados, cae aparatosamente y empieza a reírse. JONAT­HAN le apunta con el arma decidido. SER­GUEI, ante la expresión de JONATHAN, para de reírse y también se pone expectante. Silencio tenso.)

JONATHAN.- (Hace un movimiento brusco con el arma, indicándole el otro lado. SER-GUEI, mira hacia el otro lado y volviéndose a JONATHAN, le hace un gesto como diciendo "al otro lado". JONATHAN, repite el gesto con mayor intensidad si cabe. SERGUEI, se sien­te intimidado por lo agresivo del gesto y se levanta, para un momento para mirar a JONATHAN cuando éste le dice) ¡Fuera! ¡Rápido, rápido!

SERGUEI.- (Cruza al otro lado) No consigo entenderte. Está por encima de mis posibili­dades.

JONATHAN.- (Calmándose) Es simple. Tú eres ruso. Yo soy americano. Tú en tu lado y yo en el mío. Al menos hasta nueva orden.

SERGUEI.- La nueva orden sabes que no vendrá, si no la imponemos nosotros.

JONATHAN.- Algo no va bien en tu cabeza. ¿Nosotros vamos a dar las nuevas órdenes? ¿A quién?

SERGUEI.- A nosotros mismos.

JONATHAN.- (Hace una caricatura de auto orden) ¡Soldado Jonathan levante la prohibi­ción de cruzar la línea y permita que el solda­do enemigo frecuente su posición para poder ir de putas juntos!

SERGUEI.- Enemigo, enemigo. ¿Desde cuándo soy tu enemigo? No hace ni media hora que nos vimos por primera vez. ¿Cómo puedo ser tu enemigo?

JONATHAN.- ¡Joder, pero tú estás de ese lado y yo de éste!

SERGUEI.- Esto no lo hicimos nosotros, por qué tenemos que jodernos y aguantarlo.

JONATHAN.- (Dudando) ¿Qué podemos hacer dada la situación?

SERGUEI.- Cuando menos intentar convivir pacíficamente.

JONATHAN.- (Lo piensa) Para comenzar eso me parece que está bien. Pero cada uno en su lado.

SERGUEI.- No sé qué puedo hacer para mostrarte que todo es uno y lo mismo.

JONATHAN.- A mí también me parece, pero están los otros.

SERGUEI.- Aquí estamos solos.

JONATHAN.- Verás que pronto aparece el helicóptero.

SERGUEI.- Sabes que no siempre viene.

JONATHAN.- Sé que estamos en el culo del mundo. Así y todo puede volver.

SERGUEI.- No sé de dónde te viene ese miedo. Es hora de que despiertes.

JONATHAN.- Quien tiene que recordar eres tú, que pareces el hombre de las cavernas. Para ti todo es fácil. Todo el monte te parece que es orégano, y no lo es.

SERGUEI.- Pues sí, todo el monte es oréga­no, aunque a ti no te parezca. Son los fantas­mas que te metieron en la cabeza, que no te dejan verlo.

JONATHAN.- Yo no tengo fantasmas. Soy objetivo. Yo soy ¡Tris! ¡Tras! ¡Pum! ¡Aprieto el botón tiro de la palanca y a volar!

SERGUEI.- Mejor será que aterrices. Aquel resplandor, a lo lejos son las luces de Berlín, esto es el muro y estamos iniciando la prima­vera de 1967. Y ha sonado la hora de acercar nuestras diferencias ideológicas.

JONATHAN.- (Hace pose de estar herido en el corazón) Ahora sí, me has dado en pleno corazón. (Cae de rodillas frente al agujero. Pegándose en el estomago) Las diferencias ideológicas están aquí.

SERGUEI.- Qué falta te hace leer "Hojas de hierba" de Walt Whitman.

JONATHAN.- (Irónico) ¿Ah sí? Para que te forniques: tuve que estudiarlo en el liceo.

SERGUEI.- Bonito, verdad... (Corto silencio) ¿No te gustó?

JONATHAN.- No lo sé.

SERGUEI.- El espíritu de Cacaseno. Libre como un pájaro.

JONATHAN.- No recuerdo casi nada.

SERGUEI.- Pues te hace falta. Los poetas abren los caminos de la vida. Te ponen en otra dimensión.

JONATHAN.- (Levantándose) Lo que a mi me pone en otra dimensión es un buen trago y sobre todo una golfa bien desvergonzada.

SERGUEI.- ¿Sabes qué te digo? Estás aca­bando con mi paciencia. No se puede mante­ner una conversación seria contigo que dure 5 minutos.

JONATHAN.- (Lo mira un instante y rompe a reír con ganas. SERGUEI le mira reírse sin inmutarse. JONATHAN, a medida que se calma, se acerca y le dice con un gesto:) Muchacho, tú tienes algún circuito defectuoso. ¿Cuántas cosas conoces tú en este mundo mejores que un buen y escandaloso coño?

SERGUEI.- De acuerdo que es la sal de la vida. Pero tú hablas de eso con la saña del cazador cuando va detrás de la presa.

JONATHAN.- Ya veo que el chico es poeta. Oye, este suelo está húmedo. Me quedan las piernas entumecidas (Se levanta)

SERGUEI.- (Se acerca al agujero) Voy a tu lado y haremos unos ejercicios juntos.

JONATHAN.- No. Nada de eso. Hazlos de tu lado. (Se pasea calentando los pies y frotando las manos. SERGUEI da unos pasos atrás, posa el arma en el suelo y vuelve a la boca del agujero. Pasa la línea silencioso y se queda agachado. Inicia unos pasos más cuando JONATHAN lo descubre y monta el arma apuntándole) ¿Qué haces aquí? ¡Vete a tu lado!

SERGUEI.- Calma. No pasa nada, vengo en son de paz.

JONATHAN.- Así comienza todo y después acaba en guerra. ¡A tu lado!

SERGUEI.- (Desde el suelo de espaldas al boquete) Los soldados ni hacen ni van a la guerra. A los soldados los tiran, los arrojan a las guerras.

JONATHAN.- (Apuntándole resuelto) ¡Cierra el pico y vete a tu lado ahora mismo!

SERGUEI.- (Visiblemente irritado) ¡Deja ya de apuntarme! ¡Yo no te apunto! ¡Soy pacifis­ta! ¡Estoy aquí obligado! (Se arranca la gue­rrera y la tira) Lo ves, me obligaron a poner­me este uniforme que detesto.

JONATHAN.- (Manteniendo la pose) Puede ser que tú no lo quieras pero el gobierno ruso, sí quiere acabar con EE.UU.

SERGUEI.- (Igual) ¡Yo no soy el gobierno! ¡Yo no soy Stalin!

JONATHAN.- ¡Levántate! ¡A tu lado! ¡Vete a tu lado!

SERGUEI.- (Cada vez mas enfadado) ¿Pero tú quién carajo te crees que eres? ¿El comi­sario del orden mundial? En menos de una hora ya me apuntaste tres veces. No ves que estoy desarmado.

JONATHAN.- (Corto silencio en que lo mira fijamente) ¿Qué estás insinuando? ¡Leván­tate y vete a tu lado!

SERGUEI.- ¿De qué lado hablas? ¡Los dos lados son iguales! ¡Lo has dicho tú!

JONATHAN.- Como quiera que sea, es mejor que estés del otro lado.

SERGUEI.- (Sugestivo) Vete tú al otro lado.

JONATHAN.- ¡No! Éste es mi lado. (Le tira la guerrera) Recoge tu sahariana y vete.

SERGUEI.- (Recoge la guerrera y ofreciéndo­sela le dice) ¿Lo cambiamos?

JONATHAN.- ¿El qué?

SERGUEI.- El uniforme.

JONATHAN.- (Un silencio en que se le queda mirando) El uniforme. (Rompe la pose y comienza a caminar en círculos oscilantes, al mismo tiempo que agita los brazos en el aire. Se para y lo mira) Cambiar el uniforme. (SER­GUEI, sonríe y asiente con la cabeza. JONATHAN, le mira con insistencia) ¿Sabes qué te digo? ¡Que te follen! ¡Estás sonado! SERGUEI.- El que está pirado aquí eres tú, que a la primera, te baja el espíritu de Al Capone; no haces más que tirar de arma.

JONATHAN.- (Le apunta con el dedo al mismo tiempo que con el arma) Sé lo que estás queriendo.

SERGUEI.- Entenderme contigo, eso es lo que quiero.

JONATHAN.- Conozco esa técnica. Quieres comerme el coco. Lavarme el cerebro.

SERGUEI.- ¿Eso fue lo que te enseñaron en el liceo?

JONATHAN.- ¡Ahora entendí el golpe del faquir! Me habían dicho que entrabais "sua­ves, lentos, pero firmes, seguros". Conmigo no te vale.

SERGUEI.- (Se pone en pie, la guerrera arrastrando en el suelo) ¿Quieres ver lo lento y suave que lavo tu cocoliso? Mira. (Gira hacia el muro y repentinamente avanza y empuja la parte alta del boquete, con las manos y el pecho. Los bloques ceden y los derriba al mismo tiempo que cruza. JONAT­HAN no puede creer lo que acaba de ver, se mueve como paloma mensajera que ha per­dido el rumbo)

JONATHAN.- ¡Estás loco! ¡Quieres que nos maten! ¿Por qué has hecho eso?

SERGUEI.- Te quito los obstáculos para que tengas la libertad que tú tanto aprecias.

JONATHAN.- ¡Yo no quiero saber nada de esto! ¡Diré que has sido tú! (Se tira en el suelo en posición de tiro y le apunta)

SERGUEI.- ¿Y cómo lo harás? Me matas pri­mero y después me denuncias o viceversa.

JONATHAN.- ¡No me provoques que disparo!

SERGUEI.- (SERGUEI, levanta las manos) ¡Dispara, venga dispara! (JONATHAN, se pone de rodillas y escucha con atención. SERGUEI le sigue los movi­mientos) ¿Qué pasa?

JONATHAN.-  (Con  un gesto)   ¡Cállate! Escucha. (Lo hacen)

SERGUEI.- No oigo nada...

JONATHAN.- ¡Chisss! (Se incorpora) ¡El heli­cóptero!

SERGUEI.- (Igual) Sigo sin oír nada.

JONATHAN.- ¡Te digo que es el helicóptero, joder! ¿Qué hacemos? ¡Vamos a cerrar el agujero! (Suelta el arma y se dispone a poner los bloques para cerrar el boquete)

SERGUEI.- (Por el contrario recoge su arma y va hacia JONATHAN) ¡Déjalo! Si vienen para acá, no hay tiempo para eso. Lo mejor es escondernos.

JONATHAN.- ¡Verán el destrozo!

SERGUEI.- ¡Mientras no sepan que fuimos nosotros! ¡Vamos! (SERGUEI inicia la carrera e instintivamente JONATHAN salta por el boquete al otro lado y le sigue. Se da cuenta de que ha cruzado y quiere volver. SERGUEI le agarra de la manga y tira de él) ¡No hay tiempo para volver! ¡Ya lo has hecho! ¡Vamos que nos atrapan!

(Salen corriendo por lateral izquierdo del público. Corto silencio. Al final no se oye nin­gún zumbido de motor. De pronto entra JONATHAN corriendo, salta por la abertura del muro e inicia un paso de montar guardia. Cuando está en la segunda media vuelta, comienza a oír a SERGUEI silbar, la primera estrofa de "La internacional". Tímidamente JONATHAN responde con la segunda, SER-GUEI hace la tercera, JONATHAN contesta con la cuarta y al ritmo de la quinta estrofa entra SERGUEI desfilando mientras silba. Llega al centro de su lado, se cuadra, saluda y le dice:)

SERGUEI.- ¡Capitán Kirk, falsa alarma en el espacio! La vida sigue.

JONATHAN.- Joder que susto. Déjame las cerillas. (Saca los cigarrillos)


SERGUEI.- Ahí van. (Se las tira)

JONATHAN.- ¿Quieres? (Le muestra el paquete de cigarros)

SERGUEI.- (Con un gesto) ¿Puedo ir ahí?

JONATHAN.- (Se encoge de hombros) Ahora ya... (Se quita el casco y lo pone en el suelo)

SERGUEI.- ¡Caramba, Camel! Nunca fumé un Camel. (Se sienta a su lado)

JONATHAN.- ¿O prefieres un petardo?

SERGUEI.- Petardo... ¿Qué quieres decir?

JONATHAN.- Un porro. Hierba, marihuana.

SERGUEI.- ¡Ah sí, sí! Pero no, no. No gasto. (Corto silencio)

JONATHAN.- Nada mas fumar el cigarro, vamos a poner los bloques en su lugar.

SERGUEI.- Como tú digas. (Corto silencio)

JONATHAN.- Mañana traeré el transistor para escuchar los Rolling Stones.

SERGUEI.- Prefiero los Beatles.

JONATHAN.- ¿Hablas de esas niñitas vesti­das de hombrecitos?

SERGUEI.- Ya sabes lo que dijo Aaron Copland, los años 60, son los Beatles.

JONATHAN.- Yo soy de Mick Jagger; rata, ta ta, ta; rata, tata,ta... La guitarra, el macho.

SERGUEI.- Pues Mick, parece un bacalao al sol. ¡Para macho Muhammad Alí! ¿Has visto lo que ha hecho?

JONATHAN.- No. ¿Qué ha pasado?

SERGUEI.- Lo escuché en la radio esta mañana. ¡Se declaró objetor! Dice que "su fe islámica no le permite luchar en la guerra del Vietnam" Se niega a ir a la guerra. (Se levan­ta) Los tiene, que no le caben entre las pier­nas. (Camina con las piernas abiertas)

JONATHAN.- Ya puede tomar cuidado. ¿Negro y contra el gobierno? Y en EE.UU. Lo tiene crudo.

SERGUEI.- Lo arreglarán. A un campeón del mundo no se le mete mano así como así.

JONATHAN.- Me lo figuro. Saldrán una legión de abogados, asistentes sociales, economis­tas, todas esas ratas de universidad que viven del blablabla cagando reglas que ellos mismos no cumplen, pero que si no las cum­ples tú, estás jodido. Si fuese yo quien me negase a ir a la guerra, me metían un código militar por el rabo y me enjaretaban en el pri­mer avión.

SERGUEI.- (Que ha terminado de fumar se levanta y con la metralleta como guitarra, comienza a tararear la música de The Beatles, "Help". JONATHAN, se suma hacien­do el sonido de la batería. Al final de la estro­fa grita:) ¡"Help"! ¡"Ayúdame a poner los pies en el suelo"!

JONATHAN.- (Mientras SERGUEI, decía la última frase, le parece haber oído algo) ¿Qué es eso?

SERGUEI.- (Escucha) No oigo nada. Tienes oído de tísico.

JONATHAN.- Escucha, escucha ¿No oyes? (Lo hacen)

SERGUEI.- Es un camión a lo lejos.

JONATHAN.- (Acción de escuchar. recoge el casco precipitado) ¡Es un cabrón que se acer­ca!

SERGUEI.- Vas a hacer la de antes.

JONATHAN.-   (Dispuesto   a   marcharse) ¡Escondámonos!

SERGUEI.- ¡Un momento!

JONATHAN.- ¡Ahí te quedas! (Desaparece por su lado)

(SERGUEI que se ha quedado solo, ahora sí percibe que el helicóptero se acerca. Salta por la abertura del muro y sale por su lado. El ruido del motor hace una pasada así como el haz de luz, por lo alto del muro continuada, sin interrupción. Silencio. JONATHAN apare­ce medio agachado para reconocer la situa­ción. Se para agachado. Escucha. Silencio corto. SERGUEI, aparece medio arrastrando el arma. Llega al centro de su lado y mira a JONATHAN)

JONATHAN.- (Acercándose) ¿Te han visto?

SERGUEI.- (Se encoge de hombros con indi­ferencia) No lo sé. Creo que no. Sólo si tienen ojos de gato.

JONATHAN.- Es igual. Pronto lo sabremos.

SERGUEI.- La verdad es que el bicho no paró. El reflector pasó por el boquete sin detenerse.

JONATHAN.- Eso es muy buena señal.

SERGUEI.- Al final, esta gente es así. Cazan las pulgas y dejan pasar a los elefantes.

JONATHAN.- De cualquier forma, no son de fiar. Siempre de ojo avizor y oreja en pie.

SERGUEI.- (Imitando el tratamiento que se ve en las películas del ejercito americano) ¡Señor, si, señor! (Rompiendo la pose, son­riente) Me gusta el tratamiento que tenéis en el ejército americano. Suena democrático. Es simpático, de buen compañerismo.

JONATHAN.- Sí, muy simpático. Hasta que viene el sargento instructor y te da una pata­da en los huevos que te los deja hechos caldo.

SERGUEI.- Pues no parece. Todo parece justo y en su lugar.

JONATHAN.- En el cine. Poco sabes tú de la democracia americana. Vamos a poner todo esto en su sitio.

SERGUEI.- ¡Un momento! En su sitio no. Querrás decir, "como estaba".

JONATHAN.- (Deja el arma en el suelo y se quita la guerrera sin darle importancia) ¿Cuál es la diferencia?

SERGUEI.- Los alemanes que hicieron estos bloques, seguramente no sabían que eran para este muro.

JONATHAN.- (Que comienza a poner los blo­ques para cerrar la abertura) A lo mejor lo sabían.

SERGUEI.- Es posible. Con esa férrea y rec­tilínea disciplina, son capaces de cavar su propia tumba y meterse dentro.

JONATHAN.- Ven a arrimar el hombro, venga. ¿Crees que se aguantarán sin arga­masa?

SERGUEI.- Deja que tu mano la guíe Dios.

JONATHAN.- (Le mira serio) ¿A qué juegas? ¡Ayúdame joder!

SERGUEI.- (Lo hace con poco entusiasmo) ¿Sabes cuántos kilómetros tiene este muro? Cuarenta kilómetros.

JONATHAN.- ¡Joder, todo eso!

SERGUEI.- Como lo oyes. Dime tú a quien se le habrá ocurrido semejante genialidad.

JONATHAN.- (Que continúa trabajando) A cualquier soplapollas.

SERGUEI.- (Deja de trabajar) ¡Basta! ¡No quiero más! (Se aleja y comienza a tararear una música del folklore ruso "la balalaika", y se enzarza con unos pasos de baile que acompañan a la música. JONATHAN, lo con­templa curioso. Al oscilar en el baile se acer­ca al muro donde JONATHAN está colocando los bloques y en uno de los giros, empuja con el pie los bloques que acaba de colocar JONATHAN y los derriba. JONATHAN, se aparta para no ser alcanzado. Está descon­certado) ¡Perdón! No es lo que parece. Te pido disculpas.

JONATHAN.- ¿Qué cojones haces?

SERGUEI.- No es falta de respeto a tu traba­jo. ¡Perdón!

JONATHAN.- ¡Tú me quieres joder! No me fiaré más de ti.

SERGUEI.- No te enfades, disculpa.

JONATHAN.- ¡¡Fock you!!

SERGUEI.- ¡Cálmate! Los pondré de nuevo. Yo solo los pondré todos. (Lo hace mientras trabaja) No tienes por qué preocuparte. Tú quédate ahí mirando. Siéntate, si quieres. Ha sido un impulso involuntario. ¡Lo juro! Seguro que Pauvlov lo explica. (JONATHAN le mira estupefacto) Debe de ser algo que me viene de muy adentro sabes, que está muy arraigado. Habla tú, mientras yo los pongo, o canta, puedes hacer lo que te de la gana. Toma, súbete aquí y haz un discur­so (Le pone un bloque a los pies para que se suba y vuelve al trabajo) ¿Está bien, ver­dad? Está derecho. ¿Lo ves cómo no era nada contra ti?

JONATHAN.- (Se acerca) Te voy ayudar. (Le da una patada a los bloques que acaba de levantar. Los que quedan en pie los empuja con las manos) ¡Yo también sentí ese impul­so incontrolable! (Se ríen)

SERGUEI.- ¡La civilización recobra la cordura!

JONATHAN.- ¡Vamos a mostrarles a esos cabrones de militares, dirigentes analistas, negociantes y demás golfos, que no hay torre de Babel que se nos resista!

SERGUEI.- ¡Reventaremos las tripas de este muro, enfrente mismo de la puerta de Brandeburgo!

JONATHAN.- (Corre hacia el bloque y se sube en él) ¡Y ahora!

SERGUEI.- (Eufórico) ¡El discurso, bien!

JONATHAN.- (Desconcertado) ¿Qué les digo?

SERGUEI.- Lo que tú quieras. Puedes decir­les todo. A poco que busques encontrarás todos los personajes dentro de ti. Háblales de lo que fueron, lo que pueden... ¡Muéstrales tu mejor cara!

JONATHAN.- Habéis seguido la ruta del Dorado y sois unos cerdos. Algún día vendrá el diluvio universal y estaréis sin salvavidas y perderéis vuestro culo por esa pasividad desesperante. Estoy asqueado de ese mon­tón de mierda y cadáveres inocentes que vais dejando pudrir en ese saco sin fondo de la indiferencia. Con la mano en el corazón, voy a mostraros mi mejor cara. La cara que no miente. ¡La que puede ser el espejo de la vuestra! (Da media vuelta, se baja el panta­lón y muestra el trasero a la humanidad)

SERGUEI.- (Le sigue el juego) ¡Polifemo, pagarás cara tu impúdica osadía!

JONATHAN.- (Ajustándose el pantalón) ¿Me habrán visto?

SERGUEI.- Lo dudo. El color de Alemania es demasiado gris para ver a distancia.

JONATHAN.- (Pone las manos en forma de bocina) Cuando menos... ¡Mi recado viajará en el éter!

SERGUEI.- No te esfuerces, están dormidos.

JONATHAN.- Qué pena. Podías haber apro­vechado y hacerme una foto para mandárse­la a mi chica.

SERGUEI.- Seguro que no te iba a reconocer, por mucha intimidad que gastéis. Así que tie­nes novia...

JONATHAN.- Bien, no es exactamente una novia, es... un pequeño lío. ¿Y tú?

SERGUEI.- Estoy casado. Tenemos una niña de dos años. Nació el mismo día que yo cum­plí los veinticinco. Tiene los ojos de un azul intenso. En el pelo, los mismos visos que los campos de trigo, cuando está para segar y la brisa lo acaricia. (Silencio)

JONATHAN.- ¿Y tu mujer, es bonita?

SERGUEI.- ¡Hermosa por dentro!

JONATHAN.- ¡Joder! Tú le das vuelta a las cosas. Y por fuera, ¿Es bonita por fuera?

SERGUEI.- (Sonríe sereno) Bueno, sí, tam­bién.

JONATHAN.- (Con una sonrisa picara)... Está buena, ¿eh?

SERGUEI.- (Igual) Bastante mejor que tú. Está sanísima. (JONATHAN se queda ensi­mismado. SERGUEI se dirige a la abertura, cruza, se da vuelta y le dice a JONATHAN señalando los bloques derribados) ¿Y esto?

JONATHAN.- ¡Que le den por el culo!

SERGUEI.- ¿Qué te pasa, estás enfadado?

JONATHAN.- Estoy jodido, cabreado, enfada­do... ¡Puto con mi vida! ¡No quiero más! ¡Se acabó! Sabes qué te digo. No me esconderé de nuevo.

SERGUEI.- Cálmate. Mañana durante la guardia lo estudiamos.

JONATHAN.- ¡Y una mierda! (Recoge su gue­rrera y se la pone) Nada me moverá de mi posición.

SERGUEI.- Ni a mí.

JONATHAN.- ¿Entonces estás de acuerdo?

SERGUEI.- Totalmente de acuerdo. Los de abajo raramente estamos fuera de lugar.

JONATHAN.- Recoge el arma y vete a tu posición.

SERGUEI.- Lo que tu digas (Lo hace)

JONATHAN.- Esperaremos firmes que acabe todo esto.

SERGUEI.- Tan firmes como podamos.

JONATHAN.- Ahora estamos juntos, ¿ver­dad? ¿Tú estás conmigo?

SERGUEI.- Si tenemos que hacer algo, lo haremos juntos. De no hacerlo juntos, seguro que se quedará por hacer.

JONATHAN.- No se hable más.

(Largo silencio en el que se pasean uno per­pendicular al otro. Por momentos se oye el ruido del motor y se extingue, para volver a oírse. Se miran un tanto inquietos. Ahora ya se oye nítido el motor del helicóptero que se acerca. JONATHAN le hace una seña a SERGUEI de que aguante firme. Éste le res­ponde afirmativamente. La luz del reflector viene por lo alto de muro. Los soldados aguantan en sus posiciones. El ruido del motor se acentúa y el viento producido por la hélice, agita los pequeños arbustos y las ropas de los soldados. Repentino el reflector ilumina el destrozo hecho en el muro. La luz oscila examinando la situación. El polvo removido por la hélice se remolina en el ambiente. El reflector se desdobla y simultá­neos enfocan a los soldados. Las luces oscilan y los expone. La insistencia y la intensi­dad de la luz, obliga a los soldados a usar las manos a guisa de pantalla. Hacen gestos para que les quiten la luz de encima. Ante lo pertinaz de la luz, intentan salir del halo, pero este les persigue. Están atrapados. Lo que antes eran unos pasos bruscos ahora ya son carreras. Tiran las armas y levantan las manos para mostrar que están desarmados. JONATHAN, cae de rodillas. SERGUEI se sube a los bloques en el boquete y le grita algo a JONATHAN, al mismo tiempo que le hace seña para que se acerque. JONAT­HAN, se levanta y va hacia él. Cuando están juntos los dos reflectores se funden en uno y simultáneo se oye el tableteo de una ame­tralladora. Los soldados convulsionados por las balas caen intentando ayudarse. La inmovilidad indica que están muertos. Tras breves segundos el reflector reconoce la situación, se rompe en dos, cae sobre las armas abandonadas en los lados. Los reflectores vuelven sobre los cadáveres, tor­nan a ser uno y el ruido del motor indica que se alejan. La luz se pierde por lo alto del muro. Silencio total mientras se hace el oscuro.)

FIN