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Cuenta atrás

Antonio Cremades y Pedro Montalbán Kroebel

Obra ganadora del IX Premio Literario de Teatrode la Fundación AMIBA (Barcelona)

Personajes:

Ana

Bernardo

Claudio

(Ancianos)

Espacio Escénico:

Asilo. Una vieja institución.

Escena I

(Tres espacios simultáneos en el asilo: Ana en el locutorio, Bernardo en la capilla y Claudio en su escritorio. No existe comunicación entre ellos.)

Ana: ¿Por qué lo haces?

Bernardo: ¿Por qué me has abandonado?

Claudio: ¿Por qué no respondes?

(Pausa breve.)

Ana: ¿Por qué?

Bernardo: ¿Por qué?

Claudio: ¿Por qué?

(Pausa breve.)

Bernardo: No espero nada de ti...

Ana: Me he resignado a hablarle a esa maldita máquina.

Claudio: Tengo que asumir que ya no habrá más correspondencia.

(Pausa breve.)

Ana: Eres consciente de que ese silencio...

Bernardo: Sabes de sobra de lo que estoy hablando... El vacío...

Claudio: Supongo que te darás cuenta… Tu indiferencia...

Ana: ... es el mayor castigo.

Bernardo: ...lacera mi espíritu.

Claudio: ...despeja mis dudas.

(Pausa breve.)

Ana: Debes pensar que tu forma de actuar es la más justa: pagarme con la misma moneda.

Bernardo: Debes pensar que soy un necio... pretender arrancarte una palabra después de veinte siglos...

Claudio: Debes pensar que estoy acabado. Para ti es lógico ignorarme.

(Pausa breve.)

Ana: Quizá no sepas a lo que me condena tu au.sencia. Bernardo: De algún modo me empujas a seguir tus pasos. Claudio: Tal vez, en el fondo, no sea tan descabellado pasar a la práctica. No veo otra     opción.

(Pausa breve.)

Ana: Hubiera sido tan fácil.

Bernardo: Es tan poco lo que te pido.

Claudio: Un simple acuse de recibo habría bastado.

(Pausa breve.)

Ana: ¡Nada!Bernardo: ¡Nada!Claudio: ¡Nada!

(Pausa breve.)

Ana: Ésta es la última llamada.

Bernardo: Es la última vez que me inclino ante ti.

Claudio: La última carta con la que me humillo.

(Pausa breve.)

Ana: Si esto es lo que quieres...Bernardo: Si es tu voluntad... Claudio: Si lo decidiste así...

(Oscuro gradual.)

Ana: Que así sea. Bernardo: Que así sea. Claudio: Que así sea.

(Se repiten como un eco que se va perdiendo, hasta el oscuro total.)

Escena II

(Habitación: cama, mesa, silla. Dos puertas. Al iluminarse la escena, vemos a Bernardo mirando a través del ojo de la cerradura de una de ellas.)

Bernardo: ¡Ole! (Pausa.) ¡Ole ahí la gracia! (Pausa.) ¡Ole las cosas bonitas! (Pausa breve.) ¡Ole las hembras con arte!

Claudio: (Entra con una caja de medicamentos en la mano.) ¡Pero bueno...!

Bernardo: (Sorprendido, como a quien han cogido en falta.) ¿Eh?

Claudio: ¿Se puede saber qué diablos estás haciendo?

Bernardo: (Por la caja.) ¿Qué traes ahí?

Claudio: ¿Te parece normal... a tu edad?

Bernardo: ¿Yo? (Con un gesto alusivo de su mano le pide que baje la voz.) Nada.

Claudio: ¿Nada?

Bernardo: No grites. (Ensayando una excusa.) Vi.gilo.

Claudio: ¿Vigilar?

Bernardo: Sí.

Claudio: ¿A quién?

Bernardo: ¿A quién va a ser?

Claudio: Aquí al único que habría que vigilar es a ti.

Bernardo: Pero... si fuiste tú quien lo propuso.

Claudio: ¿Proponer qué?

Bernardo: Que debíamos estar juntos en todo momento. Protegernos unos a otros.

Claudio: Sí, pero...

Bernardo: Pues eso es lo que estoy haciendo.

Claudio: ¿Te parece que son formas...?

Bernardo: La vigilo para... protegerla.

Claudio: ¿Me tomas por idiota?

Bernardo: ¿Por qué dices eso?

Claudio: Que... ¿por qué lo digo?

Bernardo: Sólo trato de...

Claudio: Tú lo que eres es un indecente.

Bernardo: ...controlar la situación.

Claudio: Un inmoral y un obsceno.

Bernardo: Un respeto, ¡eh!

Claudio: De quien habría que protegerla es de ti. Eso es indigno de un caballero. ¿No te da vergüenza?

Bernardo: Sin faltar he dicho. No te tolero... Por menos de eso le he partido a otros la boca.

Claudio: Hay que saber controlarse y más en una situación como la presente, a la que deberíamos          dedicar los cinco sentidos. Y en cambio... míra.te... Procura dominar tu lujuria. ¡Eres patético!

Bernardo: Lo que pasa es que yo todavía soy un hombre...

Claudio: ¿Un hombre? Yo diría más bien un viejo verde. No se puede ir por ahí como si tuvieras veinte            años.

Bernardo: Estoy vivo...Claudio: Lo único que nos queda ya es la digni.dad. Bernardo: Todavía me       corre sangre por las venas.

Claudio: Mantener la compostura. Y tú la pierdes arrastrándote por los suelos ante la primera fal.da que            ves.

Bernardo: A este cuerpo le queda mucha batalla que dar...

Claudio: Eres un depravado.

Bernardo: No como tú, que estás más muerto que vivo.

Claudio: Un descerebrado. Eso es lo que eres. Un descerebrado que sólo piensa en...

Bernardo: Será porque a mí todavía me funciona lo que me tiene que funcionar.

Claudio: ¿Qué insinúas?

Bernardo: Lo que oyes. (Pausa breve.) Que las co.sas se atrofian por el desuso. Y yo no estoy dispuesto           a convertirme en una momia. ¿Te enteras? Además, ¿qué hay de malo en ir de romería de vez en cuando? Sólo intento disfrutar de lo que dentro de poco será pasto de gusanos. Tampoco es para          que te pongas así.

Claudio: Soy tan hombre como el primero.

Bernardo: A ti lo que te pasa es que estás celoso.

Claudio: (Con desprecio.) Yo estoy muy por enci.ma de todo eso. Tengo problemas más impor.tantes   en que pensar.

Bernardo: No soportas no ser el centro de aten.ción. Eres como una vedette, en cuanto alguien brilla     más que tú, te corroe la envidia por den.tro.

Claudio: ¡Pero...! ¿Es que no lo ves? (Trata de interponerse entre Bernardo y la puerta.) Está ju.gando   contigo.

Bernardo: Un manso y un celoso. Eso es lo que eres.

Claudio: Le encanta provocarnos.

Bernardo: (Apartándolo.) No soportas que le gus.te.

Claudio: Celoso, ¿de quién? ¡Vamos, por Dios!

Bernardo: Ésta quiere guerra, te lo digo yo. Que de otra cosa no entenderé pero lo que es de mu.jeres...

Claudio: Sólo ves lo que te interesa... (Pausa breve.) Te salva que soy un caballero.

Bernardo: ¿Tú un caballero? Permíteme que lo dude...

Claudio: Se cree que todavía vuelve locos a los hombres.

Bernardo: Y que me ría.

Claudio: Pero lo que es conmigo, esas tretas no le servirán de nada.

Bernardo: ¡Celoso!

Claudio: ¡Pervertido!

Bernardo: ¡Manso!

Claudio: ¡Viejo verde! Yo jugándome el tipo... (Enseñándole la caja de medicamentos.) y tú mientras tanto divirtiéndote.

Bernardo: ¡Y dale con la cajita dichosa! Déjala ya que parece que se te haya pegado al dedo.     (Socarrón.) Jugándose el tipo.

Claudio: Sí, jugándome el tipo. (Pausa breve.) Al pasar he visto la habitación de Mariano vacía...

Bernardo: ¿Qué?

Claudio: (Bajando la voz y llevándoselo al otro extremo de la habitación.) Que también han desaparecido sus cosas.

Bernardo: ¿Mariano?

Claudio: ¿Te das cuenta…?

Bernardo: ¿Estás seguro? Dijo que le iban a hacer una analítica.

Claudio: ¿Cuántos días hace que se lo llevaron al hospital?

Bernardo: No me acuerdo, pero más de una semana, seguro.

Claudio: Ya debía haber regresado. No le he dado importancia hasta que he visto su habitación va.cía.

Bernardo: No puede ser.

Claudio: Sí, sí, puede ser. Sí, es.

Bernardo: (Pausa.) ¿Qué habrán hecho con él?

Claudio: Vete a saber.

Bernardo: ¿Tú crees que...?

Claudio: Lo único que yo sé es que ahora sólo que.damos los tres.

Bernardo: ¿Y qué vamos a hacer?

Claudio: (Mostrándole la caja de medicamentos.)Lo que hablamos.

Bernardo: Pero...

Claudio: Ya no podemos retrasarlo por más tiem.po.

Bernardo: No, espera... No...

Claudio: No pienso discutir otra vez. A mí tam.bién me da miedo, pero me controlo. Lo he saca.do del          botiquín. No me han descubierto de mi.lagro.

Bernardo: Déjame ver.

Claudio: Ten cuidado.

Bernardo: (Después de una pausa.) Toma. (Pausa breve.) No, lo siento, pero no estoy dispuesto... Esto es absurdo. Conmigo no cuentes. A mí to.davía me quedan cosas que hacer...

Claudio: Estábamos de acuerdo. Es una cuestión de dignidad. Ha de ser así. Todos o ninguno. ¿Por qué           ese cambio de opinión?

Bernardo: Porque, porque, porque... tengo ganas de vivir.

Claudio: Y yo. Pero... ¿cuánto? ¿Y en qué condi.ciones? (Pausa breve.) Mira, todo esto ya lo he.mos    discutido. Ahora no puedes echarte atrás... Será la única forma de dejar huella de nuestro paso por             aquí. Hay que llamar la atención de algún modo.

Bernardo: En eso estoy de acuerdo. Sí, yo también quiero dejar huella y pensar que todo ha servido      para algo. (Pausa breve.) Pero... tiene que haber otra solución...

Claudio: Tal vez la haya, pero de lo que estoy seguro es de que no disponemos del tiempo ne-cesario    para buscarla. Estamos solos. ¿Cuántas veces quieres que te lo repita?

Bernardo: Antes hagamos un último intento...

Claudio: ¿Intentar qué?

Bernardo: Escaparnos.

Claudio: ¿No te bastó la experiencia del otro día?

Bernardo: Todo salió mal porque no nos acompañaste. No debí confiar en Ana. No anda muy bien de la          cabeza... (Ensimismado y con una tris.te sonrisa congelándosele en los labios.) Nos iba a ayudar   su hija. (Encogiéndose de hombros.) ¡Nosé cómo! (Claudio se dirige hacia la puerta.) Ya estaba             muerta cuando la ingresaron aquí. No le quedan familiares. Lo leí en su ficha cuando fuimos al       despacho del director. (Pausa breve.)¡Dios, qué vergüenza! Apresados por la policía como dos          vulgares delincuentes. (Con renovada esperanza.) Pero esta vez va a ser diferente...

Claudio: No te engañes... Nadie va a fugarse... Yo tampoco sabría a dónde ir...

Bernardo: Pero...

Claudio: Hay dos alternativas: dejar que acaben su trabajo o hacer de una vez el nuestro. Es la últi.ma   oportunidad que tenemos para salvar nues.tra dignidad. Utilicémosla.

Bernardo: ¡Dignidad! ¡Dignidad! Claudio y su dig.nidad. (Acercándose a Claudio.) Se te llena la boca cada vez que pronuncias esa palabra. Ya es.toy harto de oírla. ¿Es que no sabes decir otra cosa?

Claudio: ¿Has pensado que el próximo podrías ser tú?

Bernardo: ¿Por qué yo?

Claudio: Es fácil cuando es otro.

Bernardo: ¿Por qué no tú?

Claudio: El problema es asumir que nos ha toca.do el turno.

Bernardo: (Como un animal acorralado.) ¿Por qué no Ana?

Claudio: Aceptémoslo. No tenemos escapatoria. ¿Lo entiendes? Es inevitable. Dilo. ¡Dilo! Quiero que lo repitas conmigo: el próximo puedo ser yo. El siguiente voy a ser yo... Seré yo... Yo...

Bernardo: (Después de una pausa. El tiempo sufi.ciente para tomar conciencia del peligro.) No, tú no,   seré yo, yo, sí, seré yo...

Claudio: (A la vez. Como disputándoselo.) Yo, seré yo...

(Se abre la puerta y entra Ana.)

Ana: (Coqueta.) Eso me tocará a mí decidirlo. ¿No os parece?

(Oscuro.)

Escena III

(Claudio escribiendo.)

Claudio: Muy Señor mío. El motivo por el cual me dirijo a Usted es… No, mejor… el motivo por el      cual me dirijo “nuevamente” a Usted es… De.masiado directo, no, quito… nuevamente, es poco          elegante.El motivo por el cual me dirijo a Usted es saber si ha tenido la oportunidad de… si ha tenido ya la oportunidad, sí mejor con… ya… si ha teni-do… ya… la oportunidad de leer mi          manuscrito. Hay que buscar un equilibrio entre elegancia y firmeza… No quisiera que pareciese        que pretendo agobiarle, pero habiendo transcurrido… cinco meses desde que le hice llegar mi      primer borrador y siendo ésta además la tercera vez que me dirijo a Usted, sin obtener respuesta,   comprenderá que me sienta algo preocupado por la ausencia de noticias. Me consta que el   original se encuentra en su poder, al menos llegó a su editorial, pues así lo atestigua el acuse de        recibo que obra en mi poder. No es desconfianza sino prudencia. No. Demasiado suave, amable.     Demasiado contemporizador. (Arruga la hoja y empieza una nueva.) Muy Señor mío. No andaré       con rodeos e iré directamente al grano. Es la tercera vez que me dirijo a Usted y sinceramente         espero no recibir “nuevamente” el silencio como única respuesta.

         Comprendo que sus obligaciones le mantengan muy ocupado, pero le recuerdo que tiene   contraída conmigo una deuda. Es del todo inacep.table que como editor no me haya manifestado     su opinión. Le recuerdo que fue Usted, hace casi dos años ya, quien me animó a emprender este trabajo. ¡Fantástico! ¡Manos a la obra! Fueron sus palabras. Conservo todavía su carta original.    ¿Por qué no me contesta ahora? Tal y como le he mencionado en mis escritos anteriores, he   seguido trabajando sobre el original y ampliado considerablemente el capítulo tercero. Antes de     dar por concluida esta segunda versión, quisiera conocer sus impresiones. ¿Acaso ha cambiado de          opinión? De ser así... ¿Por qué no me lo hace saber? ¿No es esto lo que esperaba?   Desgraciadamente los años no perdonan y siento, cada vez más, la urgencia... (Una pausa muy      larga.) No. (Arruga la hoja y empieza una nueva.)

         Muy Señor mío. Aunque me basten razones para ello, no utilizaré la ironía, sería como per-fumar a los cerdos con Chanel. Es Usted un impresentable. Y un cobarde. No, mejor… Es Us.ted un           cobarde impresentable. Suponía quetendría la deferencia de responder a mis cartas pero ya veo    que hasta en eso me he equivocado. Ya me imagino que no le interesa nada de lo que he escrito.          Mejor dicho, soy yo el que no le debo de interesar. Usted y los de su calaña sólo son mercaderes a los que el rigor intelectual no les dice nada. Comprendo que para la política de su editorial, lo          primordial ahora sea la lista de ventas… Lamento no poder complacerle en eso, pero aunque sólo   sea por respeto hacia mí y hacia mi obra, debería darme una respuesta. Sí, sépalo Usted, al            contrario de lo que piensa no estoy acabado: todavía me quedan muchas cosas que aportar...   Tengo derecho a que se me escu.che... Y usted no es quién para negármelo, para cerrarme las         puertas de ese modo sin darme ni siquiera una explicación…

(Oscuro.)

Escena IV

(Todavía en oscuro se escucha a Bernardo re.soplar. Al iluminarse la escena vemos una habita.ción triste, austera: una cama y algunos enseres. Bernardo intenta hacer la cama: pelea torpemen.te con las mantas; tira de un extremo y se deshace del otro. Por la puerta abierta en el lateral izquier.do, asoma Ana, quien en silencio le observa unos segundos.)

Bernardo: (Percatándose de su presencia.) ¡Ah!

¡Estás ahí! No te había visto.

Ana: ¿Se puede saber qué estás haciendo?

Bernardo: Recoger margaritas, ¿no lo ves?

Ana: (Dirigiéndose hacia donde se halla Bernardo.) Deja que te eche una mano.

Bernardo: Ya puedo yo solo.Ana: Entre los dos se hace en menos que canta un gallo.

Bernardo: (Resistiéndose.) No necesito que nadie...

Ana: (Extendiendo la manta a la altura del cabezal.) Si es un momento, hombre. No seas cabe.zota. Tú coges de un extremo y yo del otro y verás qué pronto acabamos.

Bernardo: (De un brusco tirón le arranca la manta de las manos.) ¡He dicho que no!

Ana: ¿Qué mosca te ha picado hoy?

Bernardo: ¿A mí?

Ana: ¿Estás enfadado por algo?

Bernardo: No.

Ana: Entonces...

Bernardo: No quiero que pienses que soy un in.útil que no sabe hacerse la cama...

Ana: Como quieras. Pero te advierto que ni tan siquiera se me había pasado por la imaginación.

(Se sienta en una silla y permanece en silencio observándole.)

Bernardo: (Continúa peleando infructuosamente con las mantas.) ¡Pues no he hecho pocas camas yo en            el servicio militar! La mía y la del hijo de un ricachón que dormía en la litera de enfrente. No era   señorito ni nada el, este... ¿cómo diantres se llamaba el condenado?... ¿Sabes a quién me   recuerda?... (Asintiendo con la cabeza.) A Claudio. Sí, como lo oyes. Igual de estirados. Salvando las distancias, claro. De esos que siempre andan restregándote por la cara su   superioridad. Me gustaría verlo en el campo con la azada en la mano. Parece... como que los        demás estemos en el mundo a su servicio... Eso sí, del mío no se podía quejar, le dejaba la cama      sin una arruga.

Ana: (Que ha estado reprimiendo varios intentos y finalmente no puede contenerse ante semejante        demostración de incompetencia. Se incorpora y con determinación se pone manos a la obra.) Por          lo que se ve, has perdido la práctica.

Bernardo: (Molesto pero ya sin demasiada convicción.) Es que... me pones nervioso...

Ana: ¿Yo?

Bernardo: No estoy acostumbrado a que me mi.ren mientras trabajo...

Ana: (Tomando las riendas.) La he pasado en vela.

Bernardo: ¿Qué?

Ana: La noche.

Bernardo: ¿En vela?

Ana: Sí.

Bernardo: ¡Ah!

Ana: No he podido pegar ojo.

Bernardo: Ni yo.

Ana: ¡Esta cama está imposible! ¿Desde cuándo no se hace como Dios manda?

Bernardo: Desde que no vienen los asistentes únicamente la estiro un poco... Como no puedo    agacharme bien...

Ana: (Extrayendo las mantas de los pies de la cama.) No veo por qué no podemos hacerlo.

Bernardo: ¿La cama?

Ana: (Mirándolo con un gesto de resignación.) Huir de aquí.

Bernardo: Imposible.

Ana: ¿Por qué?

Bernardo: (Comprendiendo. Resuelto.) ¡Porque no!

Ana: Eso no es una respuesta. Y mucho menos una razón.

Bernardo: Ya hemos hablado largo y tendido so.bre el tema. No sé por qué vuelves a insistir en ello...

Ana: Cuidado.

Bernardo: No merece la pena seguir discutiéndo.lo.

Ana: Estira más de ese lado.

Bernardo: ¿Así está bien?

Ana: Un poco más.

Bernardo: ¿Y ahora?

Ana: Mejor.

(Pausa breve.)

Ana: Lo oí hablando con el director.

Bernardo: ¿A quién?

Ana: A Claudio. A quién va a ser...

Bernardo: (Encogiéndose de hombros.) ¿Y?

Ana: ¿Cómo que y?

Bernardo: Sí, ¿qué tiene eso de extraño?

Ana: Pero...

Bernardo: Yo también he hablado con él alguna que otra vez, y seguro que tú...

Ana: ¿Ayer precisamente? (Pausa breve.) ¿No te parece sospechoso?

Bernardo: ¿Sospechoso?

Ana: Además... No es la primera vez.

Bernardo: ¿Qué tratas de insinuar?

Ana: Últimamente, como aquel que dice, no sale de su despacho.

(Pausa breve.)

Bernardo: ¿Y él?

Ana: ¡Me pregunto qué se traerá entre manos! Ha.blaban en voz baja....

Bernardo: ¿Te ha dicho algo?

Ana: ¿A mí?

Bernardo: Sí.

Ana: ¿Qué me va a decir?

Bernardo: ¿No le preguntaste?

Ana: Pues no.

Bernardo: Debiste hacerlo.

Ana: ¿Tú crees? (Pausa breve.) Cuidado con esa arruga. Estírala.

Bernardo: (Obedece.) Hubiéramos salido de du.das.

Ana: O no. (Pausa breve.) Así está mejor. No, si al final aprenderás y todo. Ya lo verás.

Bernardo: Ya te he dicho que soy un experto. (Llevándose las mana al costado.) Pero la espalda...

Ana: Ya, ya...

Bernardo: (Después de una pausa.) Lo que no acabo de entender es...

Ana: ¿Qué?

Bernardo: ¿Por qué le implicaste si tanto descon.fías de él?

Ana: Porque era necesario.

Bernardo: Como estés en lo cierto...

Ana: Es el único a quien podía acudir.

Bernardo: Lo que has conseguido con eso es po.nerlo sobre aviso.

Ana: Él entiende de letras. Y también era una for.ma de probarlo. (Pausa breve.) Deja un poco más de sábana para el embozo.

Bernardo: Hay de sobra. ¿Probarlo?

Ana: Quise ver cómo reaccionaba.

Bernardo: ¿Y cómo lo hizo?

Ana: Con excesiva frialdad. Como quien oye llover. Aunque insistió en que la devolviésemos de in-      mediato. (Pausa breve.) Bueno...

Bernardo: ¿Qué?

Ana: ¿Has tomado ya una decisión?

Bernardo: ¿Sobre…?

Ana: Lo de marcharnos.

Bernardo: No te das por vencida.

Ana: Si nadie está dispuesto a acompañarme, no importa, me voy sola y punto.

Bernardo: Espera, espera... eso sí que no lo podría permitir...

Ana: Entonces... ¿te vienes conmigo?

Bernardo: ¿Tú y yo?

Ana: Sí.

Bernardo: ¿Solos?

Ana: (Asintiendo con la cabeza.) Solos.

Bernardo: Pero...

Ana: No necesitamos a nadie más.

Bernardo: ¿Dónde vamos a ir?... ¿Eh?... ¿Tienes al.guna idea?

Ana: Eso no es problema.

Bernardo: ...Por ahí... los dos...

Ana: Mi hija nos ayudará.

Bernardo: (Mordiéndose la lengua.) ¡Oh! Sí, ya. Tu hija. (Pausa.) Ahí ha quedado una arruga. Es-pera   que levanto un poco la manta.

Ana: Ahora mismo voy a llamarla para que nos busque un sitio seguro. Lo primordial es ponerse a         salvo. Cuanto antes mejor.

Bernardo: La arruga.

Ana: ¿Qué me dices?

Bernardo: Todavía se nota.

Ana: (Le mira fijamente a los ojos, consciente del poder que ejerce sobre él.) ¿Vendrás conmigo?

Bernardo: (Acercándose a ella con la excusa de la manta.) Contigo... al fin del mundo.

Ana: Te estoy hablando en serio.

Bernardo: Yo también. Si no me crees, ponme a prueba. ¿Y cómo lo vamos a hacer? (Pausa breve.) Lo de escaparnos, quiero decir.

Ana: En la parte trasera del edificio, junto a los se.tos, hay un trozo de verja en mal estado.

Bernardo: ¿Y tú cómo sabes eso?

Ana: ¿Te acuerdas de Julián?

Bernardo: ¿Julián?

Ana: Sí, hombre. Julián Olmos. Aquel tipo alto y bien plantado que utilizaba sonotone.

Bernardo: ¡Sí, ya sé quién dices!

Ana: Él fue quien me lo enseñó.

Bernardo: Pero...

Ana: (Falseando la voz.) ¿Te apetece comer un día como Dios manda?, me dijo. Conozco un     restaurante muy cerca de aquí.

Bernardo: ...eso...

Ana: Ya sé que se lo proponía a todas. ¿Te crees que me chupo el dedo? Ahora me arrepiento de no      haber aceptado.

Bernardo: ¡Ana! Me ofendes.

Ana: No pude. Me fue imposible. Cuando llegamos a la verja me quedé como paralizada. Sentí pánico.             Pensé, qué estupidez, que era demasiado vieja para... Si no hubiera sido por ese horrible chisme. (Pausa breve.) Pero... ¿para qué quieres tantas mantas?

Bernardo: Paso mucho frío y...

Ana: Mira que eres exagerado.

Bernardo: Desde que quitaron la calefacción...

Ana: (Sacando una de las mantas.) Con dos tienes más que suficiente.

Bernardo: Con frío y solo no puedo dormir.

Ana: Lo que no podrás dormir es con tanto peso. (Ofreciéndole un extremo de la manta.) Anda,            ayúdame a plegarla, ¿quieres? (Bernardo coge la manta. Después de una pausa.) El sábado a las       siete y media te espero en la puerta del almacén. ¿Vendrás? (Doblan la manta, cuando se acercan    para el pliegue final, él intenta abrazarla.) Prométemelo.

Bernardo: Prometido.

Ana: Muy bien. (Interpone la manta entre ambos, como un muro protector.) No te retrases.

Bernardo: Aunque quiero que te quede bien claro que lo hago únicamente por...

(Algo les llama la atención. Se giran y descubren una sombra en la puerta. Es Claudio. Oscuro.)

Escena V

(Bernardo de rodillas.)

Bernardo: …el pan nuestro de cada día, dánosle hoy. (Pausa breve.) Padre, una vez más vengo a ti para          reclamar tu ayuda. ¿Por qué no me escu.chas? Respóndeme. Rompe de una vez tu silencio y         atiende a esta alma en pena que reclama tu auxilio. No es justo, Señor. Por muy pecador que sea,          no merezco tu silencio. Yo jamás te he negado... en todo momento acudo a ti... y sin embargo      últimamente siento que me faltas. Siempre, en los peores momentos has estado ahí, cercano.   Cuando más desesperado he estado, de algu.na forma me tranquilizabas con tu presencia... con       una señal: la sonrisa de un niño, la lluvia que salvaba mi cosecha, los rayos del sol después de la    helada... Siempre he sentido, aun en los peo.res momentos, que estabas ahí, en cada palabra, en      cada gesto, como un buen padre… ¿Cuántas pruebas más tendré que superar? (Pausa.) ¿Es ésta la          última? ...no nos dejes caer en la tentación. Me siento como un trasto inútil y abandonado, incluso           por ti, en este destartalado almacén. Por mucho que lo intento no logro encontrarte. ¿Me evitas?           Sólo siento vacío y silencio a mi alrededor. Tengo miedo. (Golpeándose el pecho en acto de   contrición.)Todos los días te he dado las gracias por vivir, aunque fuese sufriendo; santificando tu   nombre. Pero no puedo dejar de caer en la tentación, y tú lo sabes. Cada vez me cuesta más   encontrar motivos... para seguir creyendo... Envíame una señal, un gesto en el que poder          reafirmarme. Últimamente debes de estar muy ocupado. ¡Qué te importa un viejo como yo!          (Transición.) Padre, ayúdame. No puedes darme la espalda cuando más te necesito. (Pausa breve.          Mirando para todos lados.) ¿Dónde estás? ¿Señor, señor, por qué me has abandonado? Quiero tu          bendición, sentir que todavía formo parte de tu rebaño. …mas líbranos del mal. (Pausa. Se           persigna.) Amén.

(Oscuro.)

Escena VI

(Despacho del director. Una mesa de madera, la-cada en un tono oscuro, casi negro. Sobre ella un teléfono-fax, una agenda, facturas y tres bandejas para dossieres. A ambos lados de la mesa dos archivadores metálicos. En el momento de iniciarse la es-cena reina una densa semipenumbra rasgada por el haz de luz proveniente de una linterna al otro lado del cristal esmerilado de la puerta de acceso a la oficina, en el lateral izquierdo. Se oye el girar de llaves en la cerradura. Entra Bernardo con una linterna en una mano y una carta en la otra, se acerca a la mesa, rebusca entre las carpetas. Escucha un ruido en la puerta y se esconde detrás del archivador. Entran Claudio y Ana, sigilosos, casi arrastrando los pies para no hacer ruido.)

Claudio: (Deteniéndose.) Está bien, dámelo.

Ana: ¿Que te dé, qué?

Claudio: ¡Qué va a ser, mujer! ¡La carta!

Ana: ¿Cómo?...

Claudio: ¡La carta! Que me la des.

Ana: (Temerosa de que no sea así.) ¿No... la llevas tú? Claudio: ¿Yo?

Ana: Sí, tú.

Claudio: Pero...

Ana: ¿No te acuerdas...?

Claudio: (Como intentando hacer memoria.) ¿Acordarme...?

Ana: Sí, hombre...

Claudio: ¿A mí?

Ana: Juraría que te la di.

Claudio: (Negando con la cabeza.) Te equivocas.

Ana: Creo que sí. (Pausa breve.) Sí, estoy segura, totalmente convencida.

Claudio: (Esperando a que acabe, estoico.) No me diste nada.

Ana: Sí. (Señalándolo.) Te la guardaste en el bolsi.llo del batín. Primero la plegaste con mucho cui-       dado y luego te la guardaste en ese bolsillo. Sí, la plegaste con mucho esmero, lo recuerdo        perfectamente.

Claudio: (Buscándolo donde ella le dice. Con cier.ta ironía.) Pues debe de haber volado.

Ana: (Encogiéndose de hombros.) A mí no me digas. Tú sabrás lo que has hecho con ella.

Bernardo: (Encendiendo su linterna y escupiendo con ironía y algo de resentimiento las palabras.) Por   casualidad, ¿no andaréis buscando esto, verdad?

Claudio: (Sorprendiéndose. Casi gritando.) ¿Qué haces tú aquí...?

Ana: (Ídem.) ¡Bernardo!

Bernardo: Estáis haciendo mucho ruido.

Claudio: (A Ana.) Lo ves como yo nunca he tenido esa carta en mi poder. ¡Nunca!

Ana: (A Bernardo. Por la carta.) ¿Y cómo ha lle.gado a tu poder?

Bernardo: (A Claudio.) Me la encontré en el pasillo junto a la puerta de tu habitación.

 (Claudio dirige una mirada recriminatoria a Ana.)

Ana: (Tratando de disculparse.) Pues, fíjate tú lo que son las cosas...

Bernardo: Afortunadamente fui yo el primero en descubrirla.

Ana: Yo hubiera jurado que...

Claudio: Sí, estabas segura de que la había plega.do cuidadosamente.

Ana: (Dudando de su memoria.) Sí, la plegaste y la guardaste en ese bolsillo.

Bernardo: ¿Se puede saber lo que estáis traman.do?

Claudio: (Encarándosele.) Algo tan sencillo como dejar las cosas en su sitio.

Bernardo: (A Ana.) Esto era algo entre tú y yo.

Ana: (Un tanto acorralada por la situación.) Verás...

Bernardo: No es necesario que digas nada.

Ana: No es lo que tú te piensas.

Bernardo: Yo sí te creí.

Ana: Se la mostré para ver si él… sabía lo que significaba…

Claudio: Podemos estar discutiendo hasta que nos sorprenda el celador, espero que hayáis preparado    una buena excusa, o por el contrario dejamos esa carta donde la encontraste y volvemos cada uno   a su dormitorio. Son las tres y media de la madrugada, no sé vosotros, pero lo que es a mí estas      correrías nocturnas me fatigan mucho. Es.toy muerto de frío y no veo el momento de acostarme.    (A Bernardo.) ¿De dónde la cogiste?

Bernardo: De la mesa. En una de las carpetas.

Claudio: (Instándolo a que la restituya.) ¿En cuál? Adelante. Y recemos porque todavía no la hayan echado en falta.

(Bernardo se acerca a la mesa y empieza a abrir diferentes dossieres.)

Claudio: (Impaciente.) ¿Qué haces ahora? ¡Vamos! No te entretengas.

Bernardo: Espera, no estoy seguro de en qué carpeta la encontré.

(Después de unos segundos de vacilación coge un dossier, pasa con rapidez los documentos que contiene hasta detenerse en uno que, por cualquier mo.tivo, le llama poderosamente la atención.)

Ana: ¡Quieres darte prisa, por favor!

Bernardo: Espera un momento. (A Ana.) La conversación que escuchaste… ¿Qué fue exactamente lo   que oíste?

Ana: ¿Por qué me preguntas eso ahora? Ya os lo dije.

Bernardo: Sí, bueno... pero quiero que me lo vuel.vas a contar... sin dejarte ningún detalle.

Ana: Sí… eso…

Bernardo: Haz memoria. Vamos...

Ana: …lo que os conté…

Bernardo: Intenta reconstruir lo que hacías. Vamos. Pasas delante de la puerta y escuchas cómo            hablan...

Ana: (Asintiendo.) Sí.

Claudio: ¿Y qué importancia tiene eso ahora?

Bernardo: ¿Por qué te detuviste a escuchar?

Ana: ¿Qué insinúas?

Bernardo: ¿Qué dijo que te llamara tanto la aten.ción?

Claudio: (A Bernardo.) ¡La carta!

Ana: ¡Ah! No sé… Que estaban surgiendo más pro.blemas de los esperados, eso fue lo que dijo. Bernardo: ¿Problemas? ¿Mencionó de qué tipo?

Ana: No. Creo que no.

Claudio: (A Bernardo.) Déjala en su sitio y marchémonos de aquí cuanto antes.

Bernardo: (A Claudio.) Un momento. (A Ana.)¿Crees?

Ana: No. No los mencionó. Al menos mientras yo...

Bernardo: Continúa.

Ana: Luego comentó algo de los plazos, como que no sabía si podrían cumplir los plazos acordados.

Claudio: ¿Plazos? De eso no habías hablado hasta ahora.

Ana: Y le pidió que le enviase un fax.

Bernardo: ¿Un fax?

Ana: (Asintiendo.)

Bernardo: ¿De qué?

Ana: No sé. No pude escuchar más. Oí abrirse la puerta de los servicios y tuve que dejarlo...

Bernardo: (Le muestra el documento a Ana.)

Ana: ¿Y esto...? (Lo coge y le enseña el documento a Claudio.) ¿Qué significa?

Bernardo: Te lo he preguntado a ti, no a él.

Claudio: ¡No puede ser!

Ana: ¿Qué sucede?

Bernardo: ¿Qué me dices?

Claudio: (Después de leerlo.) Imposible.

Ana: ¿Qué pasa?

Bernardo: Lo parece.

Claudio: Pero...

Bernardo: No sé qué pensar.

Claudio: Están...

Bernardo: ¿No te parece sospechoso? La conver.sación telefónica, la carta y ahora esto.

Ana: Entonces… No eran simples elucubraciones mías, ¿verdad? (Espera una respuesta. Viendo que no            llega.) ¿Oí lo que oí?

Claudio: (Después de una pausa.) Es posible.

Ana: Aquí pasa algo. (Asustada.) Y gordo. ¡Vaya que si pasa!

Claudio: Pero… la pregunta es…

Ana: ¿Qué vamos a hacer?

Bernardo: Propongo que sigamos buscando.

Ana: ¿Seguir buscando?

Bernardo: Quizá encontremos más pruebas.

Ana: ¿Para qué?

Claudio: (Estudiando la prolija documentación del dossier.) Los archivos. Mirad a ver qué encontráis    en los archivos.

Ana: Yo no pienso seguir buscando… que lo sepáis… Si lo que sospecho es cierto y nos encuentran      husmeando aquí… (Por su tono parece una excusa.) Además… no tengo linterna.

Bernardo: Toma la mía.

Ana: ¿Y tú?

Bernardo: (Mostrándole una caja de cerillas.) Soy un hombre precavido.

Ana: No, déjalo.

Bernardo: (Guiñándole un ojo.) Ya sabes lo que dicen de nosotros. Valemos por dos.

(Ana coge la linterna sin demasiado convenci.miento y se dirigen a sus respectivos archivos. Largo silencio, roto únicamente por la suave incandes.cencia del fósforo cada vez que Bernardo enciende una nueva cerilla.)

Claudio: (Incorporándose con una expresión de sorpresa y temor en el rostro.) Creo que he encontrado             algo.

Ana: ¿Qué?

(Claudio continúa leyendo detenidamente el documento.)

Bernardo: (Extrae una carpeta del archivador y la ojea con interés.) Aquí están nuestras fichas. (No se   da ni cuenta de que se le acaba la cerilla. Se quema. Agitando violentamente la mano.) ¡Maldita         sea!

Claudio: ¡Pero bueno...! ¿Te has propuesto que nos descubran o qué?

Ana: (Junto a Claudio.) ¿Y todos esos nombres?

Bernardo: (Con el dedo lastimado en la boca. La.mentándose en un tono casi infantil.) Me he quemado.

Ana: ¿Por qué están tachados?

Bernardo: (A Ana) Mira, aquí está tu ficha. (Se detiene a leerla.)

Claudio: (A Bernardo.) Podrías poner un poco más de atención en lo que estás haciendo. No es tan       difícil. (A Ana.) Fíjate. Coinciden con los desaparecidos.

Ana: Es cierto.

Claudio: (Se queda pensativo.)

Ana: ¿Y nosotros?

Claudio: ¿Qué?

Ana: Hay un signo de interrogación al lado de cada uno de nuestros nombres.

Bernardo: (Acercándose a comprobarlo.) ¿Un sig.no de interrogación?

Ana: Deberíamos avisar a los demás.

Claudio: No creo que sea una buena idea.

Ana: Permaneciendo aquí corremos un grave peligro.

Claudio: Cierto.

Ana: Tienen derecho a saberlo, ¿no te parece?

Claudio: No podemos sacar estos documentos del despacho. Tarde o temprano descubrirían que hemos            sido nosotros... Y sin documentos que lo atestigüen nadie nos creería. (Pausa breve.) Por otro            lado, todo esto parece tan descabellado.

Bernardo: Tú lo has dicho. Cabe la posibilidad de que estemos equivocados.

Ana: ¿Equivocados?

Bernardo: Al menos deberíamos contemplar la posibilidad.

Ana: ¿Y me quieres explicar entonces por qué ra.zón está desapareciendo todo el mundo? ¿Por arte de          magia?

Bernardo: No lo sé. Pero… yo lo único que digo es que… deberíamos… cerciorarnos… preguntar         antes de…

Ana: ¿Preguntar?

Claudio: Sería una total imprudencia por nuestra parte. Si hiciéremos eso que propones nos        delataríamos.

Ana: No seas ingenuo.

Claudio: Nadie nos aclarará nada. Al contrario. Estarán todos conchabados en este asunto. ¿No lo ves? Desde el primero hasta el último. Todos compinchados.

Ana: Huyamos.

Bernardo: (Que no había contemplado esa posibi.lidad.) ¿Huir?

Ana: Sí. Marchémonos ahora que aún estamos a tiempo.

Claudio: No, huir tampoco es la solución.

Bernardo: ¿Y adónde?, si se puede saber.

Ana: No sé. Lo importante es salir de esta ratone.ra. Una vez fuera… podría llamar a mi hija. Ella nos   ayudará.

Claudio: Bernardo tiene razón, Ana.

Ana: Denunciémosles. Acudamos a la Policía y de.nunciémosles.

Claudio: No perdamos la calma. (A Ana.) Supongo que ya habrán considerado y resuelto esa     contingencia. Pondría la mano en el fuego a que poseen la mejor coartada: una explicación lógica         para todo. De ser así, ¿en qué situación que.daríamos? No lo olvides sólo somos unos viejos       contra todo el aparato de una institución. Y eso contando con que la cosa quede ahí.

Bernardo: ¿Qué quieres decir?

Claudio: Nada. No quiero decir nada. (Pausa bre.ve.) Seamos prácticos.

Bernardo: Nos estamos precipitando extrayendo conclusiones de algo tan… confuso y… en mi             opinión… deberíamos seguir buscando… antes de…  (Removiendo papeles frenéticamente.)

Ana: ¡Oh, claro! Seamos prácticos. No nos preci.pitemos. Permanezcamos aquí hasta que esos signos    de interrogación se conviertan en nuevas cruces en esa macabra lista de espera. ¿A quién le importa un viejo más un viejo menos? (A Claudio.) ¡Yo no quiero ser práctica! (A Bernardo.)   ¿Necesitas que te tachen para estar seguro?

Bernardo: (Ofendido.) A mí no me hables así.

Ana: ¿Resolvería eso todas tus dudas? Mira, no me importaría nada precipitarme si con ello lograra       salvar el pellejo.

Bernardo: (Le cuesta creerlo.) Deshacerse de no.sotros... ¿para qué? Si lo pensáis un poco… Es             absurdo.

Ana: ¿Absurdo?

Bernardo: Completamente.

Ana: Me da igual. Porque no pienso quedarme a averiguarlo.

Claudio: ¿Os acordáis de la última ola de calor?

Bernardo: (Desplegando un plano.) ¿A qué viene eso ahora?

Claudio: ¿Cuándo fue?

Bernardo: Juraría que es el asilo…

Claudio: En París… En el verano del 2003, creo… Durante el mes de agosto murieron casi dos centenares de ancianos… Dijeron que debido a las altas temperaturas… A lo que voy… es que             nadie los reclamó.

Ana: Sí. Bueno…

Claudio: Después de unos días los enterraron…

Bernardo: Pero… entonces…

Claudio: ¡Casi doscientos ancianos! No eran ni uno ni dos.

Ana: No es comparable.

Bernardo: ¿Qué significan estas calles?

Claudio: Quizás tengas razón. Pero da que pen.sar.

Ana: (Decidida.) ¿Quién me acompaña?

Claudio: Estoy de acuerdo en que no podemos permitirnos perder ni un minuto más de tiempo. Pero     por otro lado huir no me parece la solución más acertada. ¿Quién nos asegura que ahí afuera no            nos encontraríamos con el mismo problema?

Ana: Si no salimos no lo averiguaremos nunca.

Bernardo: (Mostrándoles el plano a sus dos com.pañeros pero ninguno de los dos le presta la menor      atención.) ¿Habéis visto...?

Claudio: No podemos confiar en nadie. Estamos solos en esto. Aceptémoslo. Aquí dentro somos más   fuertes. (Pausa breve.) Ahora más que nun.ca debemos permanecer unidos. No tenemos otra       opción que esperar el momento oportuno y pasar a la acción.

Bernardo: (Que no da crédito a lo que oye.) ¿Pasar a la acción?... (Golpeándose la sien con el dedo       índice.) Vosotros... vosotros no estáis bien... lo vuestro se llama demencia, esto, demencia…       senil, creo. La culpa la tienen todas esas pastillas con las que nos atiborran… estoy seguro… Conmigo no contéis… Lo siento… pero yo no estoy dispuesto a…

Claudio: (Asiéndolo fuertemente del brazo.) Hagas lo que hagas no se te ocurra irte de la lengua.

Bernardo: (Soltándose con un movimiento enérgi.co.) ¿Me estás amenazando?

Claudio: Te estoy advirtiendo. Nada más. Quiero asegurarme de que no vas a ir por ahí cogiendo más   papeles ni haciendo preguntas comprome.tedoras. Esto no tiene que salir de aquí, ¿entendido?        (Ambos mantienen un pulso de miradas.) Si sospecharan de alguno de nosotros… ¿Sabrás     mantener la boca cerrada? Ahora más que nun.ca nuestra seguridad depende de ello. Y no estoy          dispuesto a arriesgarme por…

Ana: Sigue en pie mi oferta. ¿No se anima nadie? (Espera.) Yo no pienso quedarme aquí para acabar     mis días sacrificada como un cordero.

Bernardo: ¿Por qué no ingresan a nadie más?

Claudio: ¿Ingresar?

Bernardo: ¿Lo habéis pensado? (Pausa.) Lo están vaciando poco a poco. ¿Cuánto hace que no entra      nadie nuevo?

Claudio: No sé, más de un mes…

Bernardo: Si fuera un plan para exterminarnos, como sugieres, entonces… (Pausa breve.) ¿Qué sentido             tiene esta lentitud? Y… sobre todo, ¿con qué fin? Lo único que pretendo es que veáis que… todavía existen… demasiadas… lagunas… dudas razonables… En mi opinión estamos dando         palos de ciego.

Claudio: (A Bernardo. Agitando el documento como una prueba irrefutable.) En el holocausto los         judíos pensaban lo mismo que tú. Que no era posible.

Bernardo: ¿A quién se le iba a ocurrir semejante atrocidad?

Ana: ¡Vayámonos! Llevamos demasiado tiempo aquí.

Claudio: ¿Y qué es lo que hicieron? Exactamente lo mismo que tú planteas. Esperar. Permanecer con    los ojos cerrados a una realidad que no les gustaba y que por lo tanto no podían aceptar.

Bernardo: Estáis exagerando. Esto a la luz del día lo veremos con más claridad.

Claudio: Y mira para lo que les valió toda su pru.dencia. Hemos de demostrarles que todavía sabemos cuidar de nosotros.

(Del corredor llega un vago ruido que dispara la alarma.)

Ana: ¿Qué ha sido eso?

Bernardo: Pasos.

Claudio: ¡Vamos!

Bernardo: Alguien se acerca.

Claudio: ¡Rápido! Salgamos de aquí.

(Salen los tres ancianos por el lateral izquierdo. Después de una breve pausa.)

Voz en off de Ana: ¡La carta!

(Sobre el oscuro observamos la silueta de Bernardo entrando de nuevo y acercándose sigilosamente a la mesa con el sobre en la mano.)

Escena VII

(Ana al teléfono.)

Ana: Esperanza... ¡Esperanza!... ¿Quieres hacer el favor de descolgar el teléfono de una vez?... Sé que estás ahí... A mí no puedes engañarme... te conozco demasiado bien... ¿Tanto te cuesta?...        Esperanza, cariño... por lo que más quieras, coge el teléfono... Necesito hablar contigo, nena... No    entiendo por qué te escondes de mí... Sé que me escuchas, puedo oír tu respiración... Tengo algo         que contarte... Todo es muy raro... créeme... no son manías mías, te lo aseguro... mi cabeza, este        sitio, no hay una explicación lógica... y nadie hace preguntas... Algo está pasando... he oído        cosas... Tengo miedo.... ¿Me oyes?... Ya no me siento segura... No puedo hablar con nadie. Todos         piensan que estoy loca. ¡Por el amor de Dios, Esperanza, apiádate de tu pobre madre y sácame de aquí! Me prometiste que mi estancia sería sólo provisional... ¿tam.bién eso lo has olvidado?... que       una vez resolvieses tus problemas me llevarías contigo... pero... han pasado casi tres años,       Esperanza... Me has engañado. Por favor, contesta, hija. Sí, ya sé que eres joven, que tienes tu vida y que soy un estorbo. Yo también he tenido treinta años y me sentía tan libre y dueña del       mundo como tú, por eso te comprendo, pero todo este tiempo sin saber nada de ti, ni una visita, ni         una triste carta, es demasiado... Tres largos años esperando que des.cuelgues ese maldito teléfono      para convencerme de que aún sigues acordándote de mí... ¿Por qué lo haces?... ¿Te complace         verme sufrir?... ¿Qué te he hecho?... Te equivocas, que yo haya sido una mala madre no te da   derecho ni te obliga a ser una mala hija... Esperanza... no me castigues más con tu silencio,         cielo.... perdóname y coge el teléfono, por lo que más quieras... necesito oír tu voz... saber que       todavía te importo... Ya no re.cuerdo la última vez que me diste un beso... que sentí el calor de tus brazos... Me siento sola... ¿Esperanza?...

(Oscuro.)

Escena VIII

(La habitación de Claudio. Lo único que la distingue del resto de las habitaciones es la presencia de una pequeña mesa sobre la que descansan una vieja Olivetti, libros y manuscritos apilados en desorden. Al encenderse la luz Ana está hojeando ensimismada los papeles que hay sobre la mesa. Entra Claudio.)

Claudio: (Sorprendiéndola.) ¿Qué haces?

Ana: (Grita y se le caen los papeles de las manos.)

Claudio: ¿Qué? ¿Te parece interesante?

Ana: ¡Virgen santísima! (Por los papeles.) ¡Mira lo que has hecho!... Esas no son maneras de entrar.

Claudio: Ésta es mi habitación. ¿Acaso lo has olvidado? (Se acerca e indignado comienza a recoger los             folios desperdigados por el suelo.)

Ana: ¡Vaya susto me has dado!

Claudio: ¿Se puede saber qué haces aquí?

Ana: (Llevándose la mano al pecho.) Seguro que me ha subido la tensión...

Claudio: ¡Menudo desastre has formado! ¿Qué hago ahora? ¿Eh? Dime. ¿Me quieres decir qué hago     ahora yo con todo esto?

Ana: Bueno... verás... (Comienza a recoger hojas del suelo ella también.) Yo había venido a ver si...

Claudio: ¡Está todo desordenado!

Ana: ...a ver si podías ayudarme a...

Claudio: Es de mala educación que entres aquí sin mi permiso, es inaceptable que te dediques a             fisgonear en mis escritos, pero lo que me parece del todo imperdonable es que hayas causado semejante estropicio con tu imprudencia... Todo mi trabajo patas arriba...

Ana: ¡Mira que eres exagerado! Tampoco es para tanto... Se vuelven a ordenar y en paz. Cogemos un    montón cada uno y...

Claudio: Odio perder el tiempo... Y últimamente no he hecho otra cosa...

Ana: (Mirando las hojas.) ¿Están sin numerar?

Claudio: ¿Qué?

Ana: ¿Las páginas? ¿No las numeras?

Claudio: Pues no. No tengo costumbre de hacer.lo.

Ana: No me lo puedo creer. ¿Cómo es posible que no numeres las páginas?

Claudio: (Un tanto molesto.) ¿Ves los números?

Ana: ¿Qué números?

Claudio: Los de las páginas. ¿Los ves?

Ana: No. Claro que no los veo. ¿Cómo los voy a ver si no están?

Claudio: ¿Entonces para qué preguntas?

Ana: Por esa misma razón. Pregunto porque no los veo.

Claudio: No necesito numerar las páginas porque no está previsto que se desordenen, no es necesario    porque, excepto yo, nadie más las toca.

Ana: Sí, pero...

Claudio: Y porque a mí no se me caen...

Ana: De acuerdo. Todo eso está muy bien. Pero las páginas normalmente se numeran, quiero decir, que            los libros tienen las páginas numeradas...

Claudio: (Arrancándole las hojas de las manos y blandiéndolas con cierta violencia.) ¿Es esto un libro?          Contesta. ¿Es esto un libro? No. Esto es un manuscrito, mi manuscrito, y yo jamás he necesitado numerar ninguno de mis manuscritos.

Ana: (En sus trece.) Pues muy mal hecho. Claudio: (Deseando poner fin a tan desafortunado     encuentro.) Mejor será que te marches.

Ana: Antes recojamos todo esto.

Claudio: Deja, ya me encargo yo...

Ana: Insisto. Haces que me sienta culpable.

Claudio: Está bien... toma. (Le entrega unas cuantas hojas del manuscrito.) Ve diciéndome en voz alta el final de cada página y yo las iré casando...

Ana: (Leyendo.) Displacer...

Claudio: Más.

Ana: ¿Qué?

Claudio: La última frase. Léeme desde el último punto y seguido.

Ana: ¡Ah! (Obedeciendo.) Un abrumador principio de displacer...

Claudio: (Buscando entre las hojas sueltas.) ...displacer... principio de displacer... un abrumador            principio de displacer... un instinto de muerte... eso es, un instinto de muerte... (Encontrándola.) Aquí está. Vamos. Dime otra.

Ana: Cuánto mejor un artista...

Claudio: Cuánto mejor un artista... más vulnera.ble. Toma... (Le entrega parte del manuscrito.) Busca    tú también entre éstas. Tiene que empezar por “más vulnerable”.

Ana: (Sin mirar las hojas.) Un momento...

Claudio: Busca, por favor... Más vulnerable... Date un poco más de aire o no vamos a acabar nunca.      (Pasando rápidamente las hojas.) Más vulnerable... Ya lo tengo.

Ana: (Que no sale de su asombro.) ¿Te lo sabes de memoria?

Claudio: Continúa leyendo.

Ana: Te he hecho una pregunta.

Claudio: ¿Qué?

Ana: ¿Te sabes todas las páginas de memoria?

Claudio: (Encogiéndose de hombros.) Por supues.to. ¿De qué te extrañas? Las he escrito yo.

Ana: Pero entonces...

Claudio: ¿No querías ayudarme?

Ana: ...no lo entiendo...

Claudio: Pues sigue leyendo.

Ana: ¿Por qué te has enfadado tanto conmigo? Si total te lo sabes de memoria.

Claudio: ¿Necesitas que te repitan las cosas cien veces?

Ana: Hay que ver lo maniáticos que sois los intelec.tuales... No numeras las páginas, luego te pones       como un energúmeno y ahora resulta que te lo sabes de memoria. Avisa. ¿Quedan más sorpre.sas?

Claudio: ¡Vamos! Lee de una vez.

Ana: (Leyendo.) Se llevó el arma al ojo...

Claudio: ...al ojo izquierdo y apretó el gatillo...

Ana: (Comprobándolo.) ¿Cómo lo consigues?

Claudio: Cuestión de práctica.

Ana: ¡Es increíble!

Claudio: No tiene mérito. Pura gimnasia intelec.tual. (Encontrando la página.) Ésta es... izquierdo y apretó el gatillo... (Pausa breve.) No he de.jado de leer y escribir ni un solo día desde que tengo uso de razón. De algo me tendría que ser.vir. (Señalándole los papeles, pidiéndole que con.tinúe.)

Ana: A mí cada vez se me olvidan más cosas. (Pau.sa breve. Leyendo.) Yo levanté en mi...

Claudio: Yo levanté en mi casa un cadalso. Casa... casa... Cadalso... cadalso... Aquí... (Apremiándola.) Otro.

Ana: Mai... mai... maiiav...

Claudio: (Quitándole la hoja.) ¡Trae! Maiakovski... Maiakovski se mató por orgullo, para condenar        algo que había en él.

Ana: ¡Vaya una tontería!

Claudio: ¿Cómo dices?

Ana: Matarse por orgullo.

Claudio: No emitas juicios a la ligera. (Encontran.do la hoja.) …algo que había en él...

Ana: Se encontró un cadáver... ¡Pero esto qué es! Como sigamos así no va a quedar vivo ni el    apuntador...

Claudio: ¿Quieres hacer el favor de callarte y concentrarte en lo que estás haciendo?

Ana: ¿No has encontrando nada mejor de lo que escribir? Mira que hay temas, ¿eh? Pues no, has ido a elegir el más escabroso.

Claudio: (Encontrando la hoja.) Se encontró un cadáver a treinta metros... (Mirando a Ana, expectante.)

Ana: Hay solo dos razones...

Claudio: Hay solo dos razones... Dos razones... dos razones para no matarnos... Aquí está... el dolor y   el miedo al otro mundo.

Ana: Me estás asustando. Deberías hablar con el psicólogo. Esto no es normal, Claudio, créeme. (Leyendo.) Y también se mataron, dale Perico al torno, también se... eso, Cesare Pavese, Modi...          Modi...

Claudio: Modigliani, Modigliano, Pollock, He.mingway...

Ana: ¡Ah! Mira...

Claudio: Aquí lo tenemos...

Ana: A ese sí que lo conozco.

Claudio: Pollock, Hemingway...

Ana: Mister Ernest Hemingway... Eso fue lo que me llamó la atención... cuando vine a buscarte y leí su          nombre entre tus papeles.

Claudio: Continúa.

Ana: Sentí la curiosidad de saber lo que habías es.crito sobre él.

Claudio: ¿De qué estás hablando?

Ana: ¿De qué va a ser? De Hemingway. El escritor, el americano grandote... Si me escucharas alguna    vez... Te acabo de decir que le conocía.

Claudio: ¿A Hemingway? ¿Tú?

Ana: Yo.

Claudio: Querrás decir que lo viste alguna vez en televisión o en los periódicos.

Ana: Más que eso. En mis tiempos compartimos alguna que otra memorable borrachera juntos.

Claudio: ¿En serio?

Ana: ¿Qué te piensas? Si te contara la de gente im.portante que ha desfilado por mi camerino te sorprenderías...

Claudio: No te creo.

Ana: Estás en tu derecho.

Claudio: Cualquiera sabe que era un escritor ame.ricano que bebía más de la cuenta. Venga, sigamos     con lo nuestro.

Ana: Debió ser en el cincuenta y nueve, sí, durante el verano del cincuenta y nueve, cuando iba con los          toreros, de plaza en plaza y de sarao en sarao, en alguno de los cuales coincidimos.

Claudio: Entonces... ¿Es cierto que lo trataste en persona?

Ana: Personal y muy estrechamente.

Claudio: Eso me interesa. ¿Podrías contarme más detalles? Quizá haya alguna cosa que pueda ser de     utilidad para mi trabajo.

Ana: De eso hace ya muchos años. Además, estás hablando con una señora, ¿qué te has pensado? Yo   no aireo mis intimidades. Y mucho menos para que nadie las traslade a un papel.

Claudio: ¿Cómo y cuándo lo conociste? Cuenta.

Ana: (Por las hojas que todavía siguen desordena.das.) ¿No tenías prisa?

Claudio: Deja, ya lo acabaré yo luego...

Ana: (Haciéndose de rogar.) No tienes tiempo que perder. Vamos. (Leyendo.) En esta vida... Vamos...          Busca...

Claudio: Tal vez en otro momento...

Ana: (Golpeándole con el índice los papeles.) En esta vida...

Claudio: Sí... En esta vida... En esta vida morir no es difícil. Más difícil es vivir. (Pausa breve.) Re-       fresca tu memoria. Intenta recordar todo lo que puedas de aquellos encuentros... Más difícil es vivir... Aquí lo tengo.

Ana: Se prepara en el silencio del corazón.

Claudio: Y es una gran obra de arte... ¿Dónde estará?... Aquí.

Ana: El esplendor del combate contra la muerte.

Claudio: Con gusto hubiera dado mi brazo derecho por codearme con alguien como él. Una luz en        medio de las tinieblas. Me duele reconocerlo: soy un mediocre que se ha movido entre mediocres        en una mediocre existencia. (Buscando.) El esplendor del combate contra la muerte no ra.dica en   el resultado sino en la dignidad del acto. (Cogiendo un folio.) ¿Esto qué es? No es mío.

Ana: ¿El qué? (Claudio se lo muestra.) Ah, sí. Lo he traído yo. Se me habrá caído cuando entraste.

Claudio: (Entregándoselo.) Toma, no lo vayamos a mezclar con el resto.

Ana: Tiene que ver con lo que os conté.

Claudio: Aquí está... la dignidad del acto. Vamos, léeme la siguiente, ya nos queda poco.

Ana: Con la conversación...

Claudio: Con la conversación... (Busca entre sus papeles.) ¿Qué más? No me suena...

Ana: Lo que os dije de la conversación...

Claudio: ¿Con la conversación o lo que os dije de la conversación? (Sigue buscando.) No puede ser. No           me encaja con ninguna...

Ana: Me refiero a lo que os conté el otro día...

Claudio: ¿Contarnos qué?

Ana: La conversación telefónica...

Claudio: ¿Quieres dejarte ahora de conversaciones y estar en lo que tienes que estar? Léeme la   siguiente hoja si no es mucho pedir.

Ana: El ascenso súbito y pronunciado...

Claudio: Ya decía yo que eso de la conversación no me sonaba de nada... El ascenso súbito y    pronunciado… del número de bajas en el arte.

Ana: Le pedí a Bernardo que fuese al despacho del director.

Claudio: ¿Que le pediste qué?

Ana: Estaba muy preocupada.

Claudio: ¿Por qué?

Ana: No sé... para ver si descubría algo que nos diera una pista...

Claudio: ¿Una pista…?

Ana: Encontró esto.

Claudio: ¿Estás insinuando, acaso, que Bernardo ha cogido esa carta del despacho del director?

Ana: Sí.

Claudio: ¿Y lo dices así, tan tranquila?

Ana: Verás... Precisamente eso es lo que trato de...

Claudio: ¡Os habéis vuelto locos! Locos de remate. ¿En qué demonios estaríais pensando?

Ana: Es que no acabamos de entenderla del todo y...

Claudio: ¿Cómo se te ha ocurrido traerla aquí?

Ana: ...hemos pensado que tal vez tú... como tienes más costumbre...

Claudio: (Indignado.) ¡Fuera! ¡Fuera de aquí inme.diatamente!

Ana: Mira, habla de unos plazos. De un incumplimiento de plazos...

Claudio: ¿No me has oído? Sal ahora mismo de mi habitación.

Ana: ¿Qué te cuesta echarle un vistazo? Te prome.to que luego me marcho.

Claudio: No quiero saber nada de ninguna carta.

Ana: Mira que te gusta hacerte de rogar. Soy una testaruda, siempre me salgo con la mía. Ahorra.rás     tiempo si...

Claudio: Está bien. (Arrebatándosela de las ma.nos. Después de leerla por encima.) Tú lo has dicho.      (Se la devuelve.) Es una sanción por incum.plimiento de plazos.

Ana: (Entregándosela de nuevo.) ¿Qué plazos?

Claudio: (La carta, como la falsa moneda, va de mano en mano.) No lo menciona.

Ana: ¿Lo has leído todo?

Claudio: ¿Tienes idea de lo que habéis hecho?

Ana: La carta. Estoy segura de que tiene que poner algo más.

Claudio: ¿Me estás oyendo? Habéis robado un documento del despacho del director. ¿Sabes las           consecuencias que eso os acarrearía si por ca.sualidad se llegara a descubrir? No quiero tener      nada que ver en este asunto. Sólo con enseñármelo ya me habéis comprometido. ¡Maldita sea! Y    a mí lo único que me importa ahora es acabar mi ensayo, ¿lo entiendes? Pues entonces haz el     favor de coger esa carta y marcharte ahora mismo de aquí.

Ana: Muy bien, ya veo que no puedo contar con.tigo.

Claudio: Para eso por supuesto que no.

Ana: Me voy. (No se mueve del sitio. Pausa breve.)En el fondo no sois tan diferentes.

Claudio: ¿Quiénes?

Ana: Ernest y tú. A él también era lo único que le importaba.

Claudio: ¿A Hemingway?

Ana: Escribir. No concebía su vida de otro modo. (Pausa breve.) Tienes razón, será mejor que me          marche. No te molesto más. (Le muestra la carta del Director, regalándole una sonrisa.) No        quisiera comprometerte.

Claudio: (Después de una pausa. Finalmente la coge.) Tú ganas. (Leyéndola con mayor deteni.miento.) Está claro que es una sanción por incumplimiento de plazos. Aquí remite a un artí.culo de un           reglamento... se supone que será el que han infringido... ¿Hablabas en serio?

Ana: ¿A quién?

Claudio: Antes. Cuando has dicho que nos pare.cíamos.

Ana: La sanción. ¿A quién se la han impuesto? ¿Al asilo?

Claudio: Sí, claro. ¿A quién si no? (Pausa breve.) ¿Hablabas en serio?

Ana: Totalmente. Continúa.

Claudio: Por no cumplir las condiciones mínimas exigidas...

Ana: Entonces lo de la conversación...

Claudio: ¡Esto es una locura! Tienes que devolver.lo.

Ana: De acuerdo. Pero antes termina de leerla, a ver si pone algo más.

Claudio: No. Eso es todo. No sé por qué estoy haciendo esto. ¿Qué pensarán de mí si nos des.cubren? Hay que devolverla cuanto antes. Esta misma noche sin falta. ¿Me has oído? Esta mis.ma noche   dejas la dichosa carta donde estaba. No, mejor aún. Yo te acompañaré. No me fío. A las tres en      punto te espero en la puerta del comedor. (Acompañando a Ana hacia la puerta.) Ahora márchate     y no hables de esto con nadie. Y cuando digo con nadie quiero decir con nadie. ¿Entendido?

         (Claudio juega durante unos segundos, nervioso, con la notificación, acto seguido la dobla          cuidadosamente y la guarda en el bolsillo de su batín.)

Ana: (Saliendo.) Entendido.

(Oscuro.)

Escena IX

(Salón de estar. Bernardo y Claudio sentados a una mesa redonda sobre la que hay un tapete ver.de, un mazo de cartas y dos montones de monedas de distinto tamaño. Claudio absorto en la lectura de un libro. Bernardo en actitud de espera y sin quitar la vista de la puerta.)

Bernardo: Mucho tarda.

Claudio: ¿Eh?

Bernardo: ¿No crees que está tardando mucho?

Claudio: Sí.

(Pausa breve.)

Bernardo: ¿Cuánto hace que se fue?Claudio: Mucho.

(Pausa breve.)

Bernardo: Mucho, sí, pero ¿cuánto? (Señalando el reloj.)

Claudio: Veinte minutos.

 Bernardo: ¿Tanto?

Claudio: Sí.

Bernardo: Demasiado tiempo.

Claudio: Incluso para ella.

(Pausa breve.)

Bernardo: ¿Crees que volverá?

Claudio: ¿Te refieres a si se acordará de que tiene que hacerlo?...

Bernardo: (Sonriendo con aire de complicidad.) También.

Claudio: (Se encoge de hombros.)

(Pausa breve.)

Bernardo: Y...

Claudio: ¿Eh?...

Bernardo: ¿Qué?

Claudio: ¿Qué, qué?

Bernardo: ¿Qué hacemos? (Pausa breve.) Esperar, ¿no?

Claudio: Yo me marcho.

Bernardo: ¿No irás a dejarnos ahora?

Claudio: ¿Qué quieres que haga? ¿Seguir aquí como un pasmarote?

Bernardo: ¿Vas a dejarnos a medias?

Claudio: Lo siento.

Bernardo: No quiero quedarme… solo.

Claudio: Cinco minutos más...

Bernardo: El caso es que iría a buscarla, pero creo que es mejor seguir aquí. (Pausa breve.) Esperamos,   ¿no?

Claudio: Cinco minutos.

(Pausa breve. En ese instante entra Ana con paso rápido y nervioso.)

Bernardo: ¡Alabado sea el Señor! Ya apareció la oveja descarriada.

Claudio: Y yo acabo de perder la tarde.

Ana: Vengo pasmada...

Bernardo: Deberías haberme hecho caso y no de.jar la medicación... ¿Qué es…

Ana: ¿A qué no sabéis lo que acabo de oír hace un momento?...

Bernardo: …una nueva moda?

Ana: Mientras venía para aquí...

Bernardo: Vayamos a lo importante.

Ana: En el despacho del director...

Bernardo: ¿Traes el dinero?

Ana: …la puerta estaba abierta.

Claudio: El dinero.

Ana: Sí.

Bernardo: ¿Pues a qué estas esperando para sentarte y liberar tus deudas con la banca? (Ana toma         asiento. Apremiándola.) Son diez céntimos.

Ana: Ya, ya voy. ¡Desconfiado!

Claudio: Todo puede esperar, pero las deudas de juego son sagradas, aunque sea lo último que hagas en           vida, hay que liquidarlas.

Ana: No he podido evitar escucharlo...

Bernardo: ¿Escuchar qué?

Ana: La conversación.

Claudio: ¿Con quién?

Bernardo: (A Claudio.) ¿Quién da?

Ana: No sé.

Claudio: (A Bernardo.) Quien dice quién.

Claudio: ¿No sabes?

Bernardo: ¿Estás seguro?

Ana: No.

Claudio: (A Bernardo.) Quien sale de mano, lue.go reparte.

Ana: Hablaba por teléfono.

Claudio: Así de sencilla es la regla. Ya veo que Ana no es la única que ha dejado de tomarse su             medicación.

Bernardo: (Coge el mazo de cartas, las baraja conparsimonia, y después se lo ofrece a Ana.) Corta.

Ana: ¿No repartía yo?

Claudio: Corta.

Ana: (Dividiendo el mazo en dos mitades casi idénticas.) No es que yo me meta donde no me llaman    pero...

Claudio: (En tono de burla, sin darle importancia a lo que va a decir.) Y bien... ¿qué es lo que has oído esta vez?

Ana: Más que hablar, gritaba...

Bernardo: (Deteniéndose.) ¿Cuántas lleváis?...

Claudio: Tú sabrás.

Bernardo: Si lo supiera no lo preguntaría, ¿no te parece?

Claudio: Pues deberías. Eres el que reparte.Bernardo: Me he descontado... Claudio: (Obedece   disgustado.) ¡Vaya una forma de jugar una partida!

Ana: A mí me falta una. (Pausa breve.) Estaba exci.tado, muy nervioso... como si no le gustase nada lo             que le estaba diciendo el otro.

Bernardo: (A Claudio.) ¿Y tú? Claudio: (Contándolas.) Ocho.

         (Bernardo recoge todas las cartas y repite de nuevo todo el proceso.)

Ana: Parecía preocupado... Sí. Bastante preocupa.do... El del teléfono debía de ser alguien importante,             algún pez gordo... me lo imagino porque le hablaba con mucha educación.

Bernardo: (A Ana.) Va.

Ana: ¿Eh?

Claudio: ¿Estamos en lo que estamos?

Bernardo: (A Ana.) Sales tú.

Ana: ¡Ah! Perdón. (Coge una carta del mazo y la suelta de inmediato como si quemara.) ¿Ya     empezamos? ¡Se ve que hoy estoy de racha! Menuda colección de caballos y reyes que llevo esta       tarde.

(Pausa breve. Bernardo coge una carta y se deshace de otra.) Dijo que habían surgido más problemas de los esperados...

Claudio: (A Bernardo.) ¿Qué has tirado?

Bernardo: ¿Yo?

Ana: ¿A qué se referirá?

Bernardo: El siete de copas. ¿Por qué?

Claudio: ¿Y aún me lo preguntas?

Ana: ¿Tendrá algo que ver con...?

Claudio: (Sin dejarla acabar.) ¿Pero es que no te has dado cuenta?

Bernardo: ¿Darme cuenta de qué?

Ana: ¿No os parece extraño?

Claudio: (A Bernardo.) Deberías concentrarte un poco más en el juego, de lo contrario no me.rece la pena seguir perdiendo el tiempo, la ver.dad.

Ana: Más que extraño...

Bernardo: (Señalando a Ana.) Es que con tanta cháchara no me concentro en lo que tengo que concentrarme.

Ana: …sospechoso. (Repitiendo la frase como in.tentando descifrar en ella un código interno.) Es.tán   surgiendo más problemas de los esperados.

Bernardo: ¿Qué has tirado?

Claudio: El rey. Está visto que no hay manera.

Ana: Luego le pidió que le enviase algo...

Claudio: Os habéis empeñado y al final lo vais a conseguir. Como sigáis así no acabamos la par.tida.

Ana: Ha dejado bien claro que bajo ningún concepto va a permitir que nadie le chafe el negocio.

Claudio: Y no hay nada que me fastidie más que dejar las cosas a medias.

Ana: Así de claro y tajante lo ha dicho.

Claudio: Lo que se empieza se acaba.

Bernardo: Tranquilo, no eres el único que quiere terminar esta partida.

Claudio: Finalizar con dignidad. Ése ha sido siem.pre mi lema. Y si es ganando, tanto mejor.

Ana: (A Claudio.) Hasta el último momento no se puede cantar victoria.

Bernardo: (A Claudio.) Y hablando de todo un poco: ¿cómo vamos de números?

Claudio: (Consultando una libretita de notas.)Ana y tú, ochenta y siete, y yo, sesenta y cuatro.

Ana: ¿De veras no os interesa?

Claudio: ¿El qué?

Ana: Eso mismo. (A Bernardo.)¿Es tuyo el cuatro de copas?

Claudio: Sí, hija, sí. Es suyo.

Bernardo: (A Ana.) ¿También tú me vas a sermonear?

Ana: (Su rostro se ilumina con una sonrisa de satis.facción mientras coge la carta desechada por su        compañero de juego. Claudio, resignado, suspi.ra ante lo inevitable.) Aseguró que si fuese          necesario, él mismo se desharía de ellos. (Mirando a ambos, triunfal, extiende sobre la mesa sus       cartas gritando con júbilo.) ¡Chinchón!

(Oscuro.)

Escena X

(Amplio comedor. Una larga mesa en el centro del escenario con trece sillas alrededor de ella aun.que en escena sólo veamos a tres comensales: Ana, Claudio y Bernardo, sentados frente a una enor.me sopera a la que contemplan como si encerrase un misterio del que dependieran sus vidas. Una luz amarillenta, débil, enmarca la escena. Esperan, en completo silencio, hasta que...)

Ana: (Sin dejar de mirar, hipnotizada, la sopera.) Se va a enfriar.

Bernardo: (Con un hilo de voz.) Sí.

Ana: Yo fría no me la pienso tomar.

Bernardo: Para otro día…

Ana: Eso que os quede bien claro.

Bernardo: ¿No lo podíamos dejar para otro día?

Claudio: (Taxativo.) Imposible.

Bernardo: Mañana mismo...

Claudio: Es correr un riesgo innecesario.

Bernardo: Pero si...

Claudio: (Trascendente.) ¿Quién te asegura que mañana no sea demasiado tarde ya?Bernardo: ¿Tú        crees?

Ana: (Sin quitar los ojos de la sopera.) Vosotros seguir, seguir hablando... Ya no sale ni humo.

Claudio: Confía en mí, Bernardo. Estamos haciendo lo que procede. No tenemos otra alternativa. Ya    sabes lo que hay. (Señalando la sopera.)Esto o...

Ana: (Que teme hasta oírlo.) Por favor. Ni lo men.ciones...

(Claudio saca del bolsillo de su chaqueta una caja de medicamentos.)

Claudio: (A Bernardo.) Anda, ve a vigilar. (Pau.sa breve.) ¿Es que no me has oído? (Pausa.) Te estoy    hablando a ti.

Bernardo: ¿Y por qué yo?

Claudio: (Del interior de la caja extrae tres o cua.tro cápsulas. En actitud desafiante.) Alguien tendrá    que hacerlo, ¿no te parece? (Lo mira fi.jamente.)

Bernardo: Sí, pero... ¿por qué tengo que ser yo?

Claudio: Acordamos que trabajaríamos en equipo.

Bernardo: Nadie dijo nada acerca de que tú lleva.ses la batuta.

Ana: ¿Os queréis callar? Siempre estáis con lo mismo. Sois como niños. Hasta para...

(Una vez más se le atasca la palabra en la boca. Un pequeño esfuerzo y se la traga.)

Bernardo: No soporto que me esté dando órdenes a toda hora. Pero, ¿quién diablos se habrá creído que es?... Además... ¿Tú te has fijado en el tono con que lo ha dicho? ¿Eh?

Ana: ¿Cómo quieres que me fije?

Bernardo: Ya me tiene harto.

Claudio: (Sin darle la menor importancia a las palabras de Bernardo, como si no fueran con él,   preocupado en otro menester que absorbe totalmente su atención.) Se nos acaba el tiempo.

Ana: Desde que estamos aquí no he podido dejar de pensar en esa… sopa.

Bernardo: (Enfrentándose a Claudio.) Entérate de una vez.

Claudio: (En sus trece.) Hay que darse prisa. Bernardo: No soy tu criado. Ni tuyo ni de nadie. Si           quieres uno propio, te lo buscas.Claudio: Dentro de nada vendrán con el segundo plato.

(Claudio le tiende las cápsulas a Bernardo.)

Bernardo: ¿Y ahora...?

Ana: Tibia, ya sólo pido que esté tibia.

Bernardo: ¿A mí qué me das?

Claudio: Reparto de tareas. Si yo he de vigilar, entonces... tú tendrás que...Ana: (Interrumpiéndoles. Conciliadora.) Está bien, ya voy yo...

(Ana se dirige hacia el lateral izquierdo donde se halla la puerta de acceso al comedor desde la coci.na. Mientras tanto Claudio se dispone a echar el contenido de una de las cápsulas en el interior de la sopera.)

Bernardo: (Sin perderse un solo movimiento de Claudio.) ¿No te habrás equivocado?

Claudio: ¿Equivocarme?Bernardo: (Señalándolas.) De pastillas.

Claudio: No.

Bernardo: Parecen las de la próstata. Son del mismo color. ¿Estás seguro?

Claudio: Segurísimo.

Bernardo: A mí me lo parecen. Con esos nombres tan raros que les ponen resulta fácil confundirse... Coges la que no debes y ya está el lío montado. Vete a saber lo que puede pasar después...

Claudio: (Abriendo otra de las cápsulas.) Ana: ¿Va?

Bernardo: (Asustado.) ¿Qué pasa?

Ana: Estáis tardando…

Claudio: Tranquila, Ana.

(Pausa breve.)

Bernardo: ¿Cuántas llevas?

Ana: (Desde la puerta.) ¿Os queda mucho?

Bernardo: ¿No estarás echando demasiado?

Claudio: (A Ana.) Ya acabo. (A Bernardo. Abriendo otra de las cápsulas.) Ésta es la última.

Bernardo: Oye... el dolor, ¿será…? Quiero decir…

Claudio: Listo.

Bernardo: ¿No dolerá mucho, verdad?

Claudio: Nada. (Remueve la sopa con el cucharón para disolver el producto.) Ni lo notarás.

Bernardo: ¡Y... que no! Ya siento retorcerse las tri pas.

Claudio: Nos quedaremos dormidos. Eso es todo lo que nos ocurrirá. Sumidos en un plácido y re-         confortante sueño. (A Ana.) Ya puedes venir.

Bernardo: (Mirando en el interior de la sopera.) Muévelo un poco más que estás dejando grumos.

Claudio: (Entregándole a Ana el cucharón.) Le cedo el honor.

Ana: (Siguiéndole el juego, en un intento de restarle dramatismo a la escena.) Es usted todo un caballero. (A Bernardo.) ¿Me pasas los platos?

Bernardo: (Se los va dando y Ana escancia en ellos la sopa.) La verdad, no sé cómo podéis tener ganas            de bromas en un momento como éste.

Ana: Ya lo dice el refrán: Al mal tiempo...Claudio: (Como advirtiendo algo que no le cuadra.) ¡Espera! ¡Espera!Ana: ¿Qué ocurre?

Claudio: Te falta una.

Bernardo: ¿Una?

Claudio: Cucharada.

Ana: ¿Dónde?

Claudio: En ese plato.

Ana: No entiendo.

Claudio: En los otros dos...

Ana: Sí...

Claudio: ¿Cuántas echaste?

Ana: No sé.

Bernardo: ¡Qué más da!

Claudio: ¿No las contaste?

Ana: Nadie me dijo que lo hiciera.

Claudio: Pues ahora te lo digo yo: Has echado cuatro...

Bernardo: ¿Y...?

Claudio: En cambio en éste solo tres.

Ana: Bueno... ¿Importa?

Claudio: Mucho.

Bernardo: ¡Qué maniático eres!

Claudio: No es ningún capricho. La proporción ha de ser la misma para todos, de lo contrario podrían   variar los resultados.

Bernardo: ¡Ah! En eso tiene razón. Ya corremos demasiados riesgos.

Claudio: Imagínate, por un momento, que, no digo que lo hayas hecho a propósito, ni mucho menos,     seas tú quien se tome este plato y...

Ana: Oye, oye...

Claudio: Como acabo de mencionar la dosis no sea suficiente para...

Ana: …un momento…

Claudio: ¿Qué sucedería? Dejo la pregunta en el aire.

Ana: …¿esto qué es, un complot?

Claudio: Sólo quiero que comprendas la trascen.dencia de un detalle... que tú consideras insignificante             y que por el contrario puede tirar por tierra todos nuestros planes. Y ése es el peligro que hemos           de evitar. ¿Te ha quedado claro ya?

Bernardo: (A Ana, señalándolo con el dedo.) Falta una cucharada en este plato.

Claudio: Sólo exijo rigor. En un momento como éste no hay cabida para los errores. No te ofendas,       pero deberías ser más cuidadosa.

Ana: (Mordiéndose la lengua, quizá porque no sepa cómo rebatir los argumentos esgrimidos por Claudio, echa otra cucharada de sopa en el pla.to indicado por Bernardo. Hostil.) ¿Contentos?

Bernardo: Ahora sí.

(Se sienta cada uno frente a su plato. Cogen la cuchara y...)

Claudio: (Ensayando un gesto a modo de despedi.da.) Ha sido un placer conoceros.

Ana: (Cáustica.) Lo mismo digo.

Bernardo: ¿Quién empieza?

Claudio: Tú mismo.

Bernardo: Lo siento pero no tengo vocación de conejillo de indias.

(Claudio y Bernardo giran sus cabezas al uní.sono hacia Ana.)

Ana: ¿Por qué me miráis a mí? (Pausa breve. Cayendo en la cuenta.) ¡Ah, no! Si estáis pensando que     yo... Ni hablar. Estáis equivocados conmigo. En esto sí que no doy mi brazo a torcer. (Muy firme,          y casi ofendida.) ¡Hasta ahí podíamos llegar!

Claudio: (Abriendo los brazos, es tan evidente su ra.zonamiento.) Alguien tendrá que ser el primero.

Ana: ¿Y por qué no tú?

Bernardo: Eso. Si es verdad lo que dices, ¿de qué tienes miedo?

Claudio: No es miedo.

Bernardo: ¡Ah, no?

Claudio: No.

Bernardo: ¿Y entonces...?

Ana: No se fía de nosotros.

Bernardo: ¿Es eso cierto?

Claudio: (Después de una breve pausa. Quien ca.lla otorga.) Dudo que estéis del todo convencidos.

Bernardo: ¡Pues mira tú que casualidad! Nosotros tampoco nos fiamos.

Claudio: Sería terrible que en el último momento alguno...

Ana: ¿Y si lo echáramos a suertes?

Bernardo: ¿Nos la jugamos a la carta más alta?

Ana: ¿Entonces...?

Bernardo: ...¿Lo dejamos?

(Pausa breve.)

Claudio: ¿Por qué no los tres a la vez?

Ana: Pues también es verdad.

Bernardo: (Aceptando con resignación la idea y en voz muy baja.) Señor, ten piedad de nosotros…

Claudio: Por favor, no entones ahora el kirieleison.

Bernardo: (Alerta, como temiendo otra orden.)¿Qué?

Claudio: ¿Estamos todos de acuerdo?

(Ana y Bernardo asienten con la cabeza, acto seguido cogen sus respectivas cucharas y la sumer.

gen en el plato de sopa. Se inicia aquí un baile de miradas, un intercambio de reojos, en un intento de controlar la maniobra, de sincronizar los mo.vimientos. Bernardo mira a Claudio y cuando éste le devuelve el gesto, la retira hundiéndola en la sopa. Ahora Claudio vuelve su vista hacia Ana, que cuando se siente observada, sonríe y le mira de la reacción de Bernardo. A continuación es éste el que mira a Ana de reojo y cuando descubre que ella también le observa, retira de inmediato la mi-rada. La escena se repite hasta que los tres ancianos se hallen con la cuchara a escasos centímetros de su boca; en ese preciso momento sobreviene un súbito oscuro.)