El condenado

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El condenado

Pedro de Silva

Personajes:

Juez 1

Juez 2

Juez 3

Secretario

Acusado/Condenado/Preso/Hijo Madre

Médico 1

Médico 2

Médico 3

Carcelero

Sepulturero

Jerarca 1

Jerarca 2

Jerarca 3

PRÓLOGO

Una mesa amplia y sencilla, al estilo de las usadas por los Tribunales de Justicia, que descansa sobre una tarima. Tras ella tres sillas. A un lado una mesa peque-ña, casi a ras del suelo, sobre la que hay una máquina de escribir antiquísima. Delante de la mesa del Tribunal, encarada a ella y de espaldas al público, una silla solitaria. Cubre el fondo del escenario un gran lienzo azul del que pende un retrato de una fi gura regia o laureada y un texto en latín: “Honesto vivere, alterum non laedere, suum cuique tribuere”. Al lado opuesto al de la mesa pequeña hay un tabique con una ventana grande y enrejada. Sobre la mesa del tribunal hay una pajarita de papel.

Se oyen murmullos y voces a ambos lados del escenario. La escena sigue vacía durante unos momentos expectantes. Al fin entran los JUECES 1, 2 y 3, que to-man sus posiciones correspondientes.

Juez 1 

¡Silencio en la sala! (Golpeando con el martillo que hay sobre la mesa.) ¡Silencio en la sala!

Por un lateral entra el SECRETARIO, menudo y de gafas, a hurtadillas por su retraso. Lleva casi escondido un bocadillo a medio comer que deposita en la mesa mientras se sienta.

Juez 1

Este Tribunal va a proceder seguidamente a leer la sentencia. Rogamos al acusado ocupe su lugar.

Por un lateral traen entre dos enormes policías al acu-sado. Casi en volandas lo colocan en la silla, donde queda sentado mientras los policías se retiran. El SECRETARIO furtivamente come el bocadillo.

Juez 1

¡En pie! (El acusado se levanta de un salto. Tras un carraspeo el JUEZ 1 comienza a leer.) "En ... a tantos de tantos de tantos, Nos, Tribunal constituido de acuerdo con las vigentes leyes, tenemos a bien (tose) disponer lo siguiente: Que considerando que el procesado, sin nombre conocido, el día tantos de tantos de tantos, so pretexto de verse forzado a comprar medicinas para su madre enferma y sin recursos... (Levantando la vista y mirando al acusado.) –hoy difunta, que en paz descanse– infringió deliberadamente y a sabiendas los párrafos 1, 2 y 5 del apartado 6º, subdivisión "6" del art. 459 de la vigente ley de delitos económico-mone-tario-financieros, promulgada por decreto de tantos de tantos de tan... "(El JUEZ 2 ha estado jugando con una bolita de cristal entre los dedos y ésta ha acabado cayendo y rueda estrepitosamente por el escenario. El SECRETARIO la coge y la deja sobre la mesa del Tribunal. El JUEZ 1 tose repetidamente y mira al JUEZ 2 con mirada reprobadora y al SECRETARIO con mirada entre despectiva y disculpante. Luego prosigue.)"... por decreto de tantos de tantos de tantos. Considerando asimismo que no son aplicables al acusado las eximentes contenidas en los epígrafes 7, 9 y 392 de la citada ley. Considerando que en el hecho concurren  varias circunstancias agravantes, como son la invocación de una pretendida enfermedad de la ma-dre (mirando al acusado) –que en paz descansa–, para tratar de encubrir sus deleznables tendencias delictivas, y la negación obstinada... (Al decir "obstinada" el juez mira con fiereza al acusado, a la vez que golpea inconscientemente con el martillo sobre la mesa. Al caer en la cuenta tose. Mientras tanto el secretario apura –entusiasmado- el bocadillo.) ... tendente a impedire la requisa de las medicinas, adquiridas con fondos ilícitamente obtenidos, por las fuerzas del orden público, hecho éeste que configura la pésima entidad moral del acusado. Considerando por último el gravísimo daño causado per el delito del acusado a la economía nacional y al bienestar público, Nos, el Tribunal, fallamos:

El JUEZ 1 toma un cariz solemne. Mira al JUEZ 3, que casi dormitaba y se incorpora presto. Mira después al JUEZ 2, que repicaba los dedos sobre la mesa y recoge prestamente la mano. Mira por último al secretario, que estaba a punto de dar un mordisco al bocadillo y al percibirse queda petrificado con el idem ante la boca. Enseguida reacciona y esconde el bocadillo. El JUEZ 1 continúa mirándolo fi jamente hasta que le fuerza a arrojarlo. Acto seguido el JUEZ 1 tose y se recompone de nuevo.

"Que debemos condenar y condenamos al acusado a las penas correspondientes a sus tres delitos en sus grados máximos. Por el primer delito, correspondiente al párrafo 1, apartado 6°, subdivisión "B" del art, 459 de la citada ley de delitos economíco-monetario-financieros publicada por decreto de tantos de tan...

(El acusado tose. El JUEZ 1 le mira con gesto reprobatorio. El acusado hace señas tratando de achacar su tos al catarro que parece tener, pidiendo disculpas.) ... por decreto de tantos de tantos, se le impone la pena de 40 años y un día de reclusión mayor. Por el segundo, correspondien-te al párrafo 2º del citado apartado, de la citada subdi-visión, del citado artículo, se le impone la pena de tres meses de arresto mayor..." (El acusado respira aliviado y saca un pañuelo con el que se seca la frente. El JUEZ 1 menea la cabeza y el JUEZ 2 suelta una risita sádica, que el JUEZ 1 reprueba al tiempo que toma una pose de tran-ce doloroso.) "Por el tercero de los delitos cometidos, correspondiente al párrafo 3º de la antedicha ley, se le condena a ser colgado hasta que muera." (El ACUSADO deja de secarse el sudor y queda petrificado. Se rehace. El SECRETARIO se quita sus gafas para mejor observar al próxi-mo ajusticiado.) "¿El acusado tiene algo que decir?"

Acusado

(Entre dientes.) Yo... decir... (Gesticula.) Mi madre... yo tenía... (Queda parado en seco un instante. Luego, con voz fi rme.) No. No tengo nada que decir. (Queda pensativo.)

Juez 1

(Golpeando la mesa con el martillo al tiempo que se le-vantan los tres jueces y el secretario, que no deja de mirar al acusado –desde este momento se llamará CONDENA-DO–. El JUEZ 3 parece distante o molesto. El JUEZ 2 juega nerviosamente con el cordón de su manto.) Este Tribu-nal declara...

Condenado

(Interrumpiendo tímidamente.) Perdón, Sr. Juez... (El JUEZ 1 le mira asombrado. El JUEZ 2 deja de jugar con la borla y el JUEZ 3 toma repentino interés en el caso.) Quisiera preguntar algo...

Juez 1

Pregunte sin temor. La Justicia no cierra jamás sus puertas a nadie, ni aun al condenado, ni aun al répro-bo, ni aun al que antepone al bienestar y al pan de las gentes torpes intereses personales. Ni aun al más des-preciable y sucio de los mortales cierra sus puertas la Justicia. Antes bien, abre amorosa sus brazos para...

Juez 3

 (Interrumpiéndole con flema.) Sr. Presidente, veamos qué nos quiere preguntar...

Juez 1

(Algo molesto.)  Ah, sí... pregunte usted.. pregunte sin temor.

Condenado

Quisiera saber si la condena de 40 años debo cum-plirla antes o después de la de muerte. (Se oyen risas en los laterales del escenario.)

Juez 1

(Desconcertado.) Cómo... cumplir... ¡Después, natu-ralmente! (Nuevas risas.) ¡No, antes! (Risas.) Quiero decir... (Cayendo en la cuenta de su resbalón y tratan-do de arreglarlo.) Que ni antes ni después. Se trata tan sólo de una condena fijada con la fi nalidad de que ningún delito pueda escapar a la mano implaca-blemente justa de la Justicia; de que ninguno de sus horrendos crímenes quede impune. Así, aun cuando no viva para verlo, la conciencia social será testigo de que a cada infracción le corresponde su castigo, y esta condena incidirá en los ánimos de las gentes hasta que un día el derecho sea rey y señor de un mundo nuevo y perfecto donde el delito no exista... (Queda pensativo.) Sí, donde el delito no exista.

Ccondenado

(Asombrado.) ¡Ah...!

Juez 1

(Solemne.) Este Tribunal declara concluido el caso. (Golpea la mesa con el martillo mientras el secretario enfunda la máquina y recoge el bocadillo que estaba desparramado por el suelo. El mismo JUEZ 1 mira hacia el letrero del fondo con orgullo.) "Honeste vivere, alterum non laedere, suum cuique tribuere".

El JUEZ 2 asiente mientras juega con el martillo. Acto seguido se retiran. El JUEZ 3 entre displicente y abatido. El JUEZ 2 algo encogido y dando pasitos cortos al tiempo que juega con el cordón. Suena música solemne y marcial.

Quedan en escena el SECRETARIO y el ACUSADO. Éste sigue sentado de espaldas al público. El secretario se le acerca y le mira con cierto detenimiento, aunque sin dejar de comer. El acusado le mira y entonces el secretario, azorado, saca un trapo del bolsillo y se pone a limpiar la mesa del Tribunal. Entran los enormes policías y, sin decir palabra, se llevan en volandas la silla, con el acusado encima.

Secretario

(Avanza hacia el público y se encara con él.) A mí me apenan estas cosas... (Da un mordisco.) Me apenan mucho. Pero... qué se le va a hacer... (Otro mordisco.) La Justicia... es la Justicia. (Se dirige a la mesa del Tribunal y comienza a limpiarla. Acto seguido coge el martillo y se sienta al borde de la tarima, mientras continúa su interminable bocadillo.) Además... quién le manda ser tan canalla y tan ladrón... y asesino y todo lo peor de lo peor. Le está bien empleado. (Golpeando en la tarima con el martillo.) ¡A muerte! (Acaba el bocadillo, se sacude las manos, se pone de pie y dice sentencioso y solemne:) "Suum cuique tribuere".

TELÓN

ACTO ÚNICO

ESCENA I

A un lado del escenario el corte de un tabique de la cárcel, con una ventana enrejada. Al otro el tabique opuesto, en el que hay una puerta y al que está arrimada una cama. Al otro lado de la puerta hay una silla, que se supone dispuesta para el carcelero. La celda está iluminada por una luz modesta pero sufi ciente. Hay varias inscripciones grotescas en los tabiques y en el suelo una jarra y una barra de pan.

Es de noche. La luz de la celda está encendida. El preso lleva una camisa rayada de presidiario sobre su propia camisa blanca.

Preso

(Mirando a través de los barrotes. Aspira el aire que entra por la ventana.) Hermosa noche... (Pensativo). Ahí fuera hace una hermosa noche... (Mirando su camisa de presidiario.) Ahí fuera... (Dirigiéndose al público y encarán-dose con él.) ¡Ah! Están ustedes ahí. Hermosa noche ¿no es cierto? (Cayendo en la cuenta.) ¡Oh, perdónenme! ustedes querrán saber ¿no es verdad? Querrán saber qué me ocurre, por qué estoy aquí, qué horribles críme-nes he cometido. (Gesticulante.) Todos quieren saber... cuando alguien padece. Todos quieren que se les expli-que, pues todo debe tener explicación... ¿Cómo puede uno sentirse seguro en un mundo sin explicaciones...? Si yo estoy así debe ser por algo... Tranquilícense. Yo he cometido, supongo, crímenes horribles, espantosos de-litos. ¿Les basta con que les diga esto? No, claro que no, ustedes querrán conocer los más mínimos detalles de mi delito... perdón, mis delitos. (Burlón.) Los párrafos 1, 2 y 3 del apartado sexto, subdivisión "B" del art. 459 de una de tantas leyes vigentes. (Se sienta en la cama.) Todos quieren saber. Al fin y al cabo justifi cando los males del prójimo ponemos a cada efecto su causa... y, ya saben, cada hecho causado exige otro hecho que lo cause. Al menos eso dicen las leyes metafísicas, físicas y... teológicas. Leyes... ¡leyes! (Esconde el rostro entre las manos. De pronto vuelve en sí, se pone de pie de un salto y se encara de nuevo al público.) ¡Oh, perdónenme de nuevo!, les estaba aburriendo. (Dinámico.) Bien, les contaré con todo detalle. Verán cómo todo tiene explicación. Todo ocurrió un día, hace de esto algún tiempo. Hacía una hermosa tarde, demasiado calurosa qui-zás... era julio. Llegaba yo a casa cuando...

Empieza a sonar una musiquilla suave y estival. Se va haciendo el oscuro.

ESCENA II

Mismo decorado de la escena anterior, excepto la silla, que ahora está dentro.

Se va iluminando la escena, pero la luz no proviene de la bombilla de la habitación, sino que se fi ltra a través de la ventana. Hay un atardecer sangriento y caluroso. En la cama yace la MADRE, que gruñe y se mueve, molesta. Suena la misma musiquilla del final de la escena anterior. Al poco aparece en escena el HIJO, que viene en mangas de camisa, sudoroso y alegre. En una mano lleva un pañuelo para enjugar-se el sudor y en la otra una trompetilla de las usadas en los cotillones.

Hijo

(Canturreando. Abre la puerta con la llave.) ¡Vaya calor! (Entrando.) Madre, ¿estás ahí...? hace un calor ho-rrible... (Mira hacia la cama y la ve, tumbada y dolorosa. Guarda la trompetilla en el bolsillo.) Madre... ¿qué pasa...? ¿qué te ocurre? (Arrodillándose junto a la cama.) ¿Qué tienes...? (Inquieto.) ¡Madre...!

Madre

(Mirándole.) Aaaahhh... (Trabajosamente.) Hola hijo... Hace calor, ¿verdad...?

Hijo

(Alarmado.) ¡Madre, dime qué te ocurre, qué tienes...! ¿Dónde te duele...? Habrá que llamar al médico... sí, un médico. (Se levanta y camina hacia la puerta.)

Madre

¡Espera, hijo...! No te vayas...

Hijo

Pero...

Madre

(Tratando de tranquilizarle.) No te preocupes. El médico vendrá. Los médicos siempre vienen. (Pasándole la mano por la frente.) Qué calor, ¿eh?

Entran sin llamar los MÉDICOS 1, 2 y 3, en fi la india, serios, diligentes y peripuestos.

Médicos

(A coro.) ¡Vaya calor!

El MÉDICO 1 aparta violentamente al HIJO y se pone a auscultar a la MADRE. El MÉDICO 2, mientras tan-to, comprueba los reflejos de las rodillas. El MÉDICO 3 examina junto a la ventana con un microscopio la barra de pan que estaba sobre la jarra. El HIJO trata de contemplarlo todo, perplejo.

Médico 1

El ritmo cardiaco es correcto. La temperatura alta pero nada alarmante. Todo bien. La respiración... (Acerca más el oído al estetoscopio.) La respiración... (Alarmado.) ¡La respiración... no tiene! Ah, sí, pero muy débil... muy débil.

Hijo

(Alarmado.) Usted cree que...

Médico 1

(Tajante.) ¡Yo no creo nada...! Es la ciencia la que cree, la que dictamina, la que condena o absuelve. La cien-cia me dice que su madre está enferma, muy enferma. (El MÉDICO 2 sigue buscando los refl ejos de la rodilla. A él se dirige el MÉDICO 1.) ¡Deje eso! (El MÉDICO 2 reco-ge las manos y deja el martillo sobre la cama.) El caso es grave. Deberá tomar enseguida esta medicina... (Es-cribe.) Una cucharada cada media hora. (Le entrega el papel al hijo.)

Hijo

(Tímidamente.) ¿Es...muy cara?

Médico 1

(Brusco.) Yo soy el portavoz de la ciencia, no el co-merciante. Ante la ciencia no caben nimiedades de ese tipo. La ciencia seguirá su camino a pesar de todo y de todos hasta que llegue el día en que se habrá edificado un mundo nuevo y perfecto adonde no habrá enfermos... (Queda pensativos.) Sí, donde no habrá enfermos pero sí médicos que velen constantemen-te para ello. Un mundo nuevo. (Bajando el tono.) Le diré, no obstante, que el precio de la medicina es de unos noventa...

Hijo

(Esperanzado.) ¿Centavos?

Médico 1

(Indignado.) ¡Dólares! (Despectivo.) Centavos... centavos...

Hijo

¡Dólares! ¡Dólares...! Pero... (Suplicante.) Eso no es posible. De dónde voy a sacar noventa dólares. (Se busca en los bolsillos. Saca dinero. Lo cuenta.) Tres... ¡tres dólares! Sólo tengo tres dólares.

Médico 1

(Despegado.) Eso es su problema y no el mío. Yo dictamino la enfermedad e indico su remedio. El buscar ese remedio es cosa suya. No se olvide: soy su médico, no su amigo. No soy yo quién para aconsejarle cómo conseguir ese dinero. La ciencia no puede detenerse ante este tipo de obstáculos. La misión de la ciencia es abrir nuevos caminos a la investigación y al progre-so. Buscando sin descanso la senda que conduzca a un mundo donde...

Médico 3

(Tras examinar el pan con el microscopio se ha puesto a mirar tristemente por la ventana. Interrumpiéndole.) Doctor... vámonos ya... se hace tarde.

Médico 1

(Molesto.) Sí... es verdad. Es tarde. En cuanto a usted no olvide que se lo he advertido. Si no se le aplica esa medicina, su madre... (Mueve la cabeza signifi cativa-mente.) Vámonos. Adiós.

Hijo

(Desolado.) Espere... (Cogiendo al MÉDICO 1 por la chaqueta, hasta que éste le suelta despectivamente.) Es-pere... (Dirigiéndose al MÉDICO 2, que al darse cuenta se pone a recoger apresuradamente sus utensilios.) Espere, no se vaya...

Médico 2

Adiós

Hijo

(Dirigiéndose al MÉDICO 3.) Yo no tengo dinero... algo se podrá hacer...

Médico 3

(Comprensivo pero impotente.) Lo siento... (Le da el microscopio.) Tenga... Es todo lo que poseo. Yo no po-dría... yo no sabría... (Resuelto.) No podría hacer otra cosa. (Mirándole a los ojos.) Hoy... hará una hermosa noche... Adiós.

Hijo

(Resignado.) Adiós. (Cierra la puerta. Se dirige a la ventana. Mientras mira por ella, inconscientemente se tropieza con la trompetilla verbenera que había guar-dado en el bolsillo. La mira, la toca por última vez, y acto seguido la arroja por la ventana. En voz baja.) Una hermosa noche... (Se dirige hacia su madre.) Madre... madre...

Madre

(Tranquila.) ¿Qué, hijo?

Hijo

Los médicos han dicho que... hoy hará una hermosa noche...

Suena una música suave pero no triste, mientras se hace poco a poco el oscuro.

ESCENA III

El mismo decorado excepto la silla, que está de nue-vo fuera.

Es de noche. Se ilumina la escena con la luz de la bombilla y vemos al PRESO junto a la ventana, abrochándose los botones de la camisa rayada mientras mira a través de las rejas.

Preso

(Con melancolía.) Una hermosa noche... (Encarán-dose al público.) Bien, ya conocen mi historia. Por el microscopio me dieron cinco dólares, que unidos a los tres que yo tenía ahorrados hicieron ocho. El resto pueden suponérselo. Mi madre empeoraba y yo al principio me pasaba las horas junto a ella, mirando la calle por la ventana. Un día empeoró de pronto y sufría mucho. No pude soportarlo más y me marché en busca de una solución. Me detuvieron enseguida. (Gesticulando y paseándose por la celda.) Sí, ya sé que debió ser algo horrible lo que hice, algo que debería cubrirme de vergüenza. ¡Un delito...! Yo, atentando contra las leyes... las leyes... (Pensativo.) A veces me pregunto quién las habrá hecho... porque... alguien debe haber sido. ¡Cualquiera sabe! En fin, que me detuvieron y me encerraron en seguida, sin embargo... (Entre tímido y sonriente.) Aquella noche, en el calabozo... recuerdo que dormí bien, tranquilo... ¡qué cosas! Yo durmiendo tranquilo después de haber cometido un delito tan despreciable. (Acercándose a la ventana. Queda mirando largo rato a través de los barrotes. Se oye una música suave y pacífica.) ¡Vaya noche ahí fuera...! (Se detiene la música. Pensativo.) A veces... a veces pienso que la noche sólo es hermosa cuando está ahí fuera... Yo nunca he estado dentro de una noche hermosa... (Dirigiéndose al público, ilusionado.) ¿ustedes sí? Debe ser preciso tener mucha hermosura para participar de una noche así. Si no... se está fuera... fuera... (Rehaciéndose.) ¡Fuera, dentro, qué tonterías digo! (Ve el pan. Lo parte y va a hincarle el diente cuando cae en la cuenta de algo y aparta la barra de la boca. Chistoso.) ¡Qué cosas! Puedo comer el pan o dejarlo: soy libre... (Ríe.) ¡Soy libre! (Se acerca a la ventana. Hace migajas y saca la mano entre los barrotes.) ¡Pío, pío, pío...! ¿Que-réis pan, pajaritos... del señor? (Perplejo.) ¿Del señor? (Decidido.) ¿Queréis pan, pajaritos...?

ESCENA IV

Se oye picar a la puerta de la celda. El PRESO sigue echando de comer a los pájaros. Los golpes insisten. Al otro lado de la puerta es el carcelero quien golpea. Lleva un enorme portallaves colgado al cinto y come un bocadillo.

Preso

(Escondiendo el pan debajo de la cama.) ¡Ya va, ya va! (Asomándose a la mirilla de la puerta. Con sorna.)

¡Vaya, si tengo visita! Que aproveche, señor carcelero. Es un honor.

Carcelero

(Da un mordisco al bocadillo.) Calla, perro, que no es-tás en lugar propio para burlas. Ve metiéndote en tu cama y apaga la luz. La cuenta de la electricidad subió mucho el mes pasado. (Da un nuevo mordisco al boca-dillo.) No puedes dormir, ¿eh? Estás nervioso. No me extraña. Pronto estarás... colgado.

Preso

Espere... No se vaya. (Suplicante.) No he querido ofen-derle. (Sugerente.) Déjeme hablar un poco con usted...

Carcelero

Bueno... (Da otro mordisco al bocadillo.)

Preso

Dígame, ¿por qué me ha dicho todo eso de que me van a colgar? Yo sé que lo harán, pero... ¿Por qué ha tenido que decirlo?

Carcelero

(Avergonzado.) Perdona, en realidad no sé por qué he dicho eso. Quizá... porque todos los carceleros lo di-cen..., no sé. Así debe ser, supongo...

Preso

Tienes razón. Tú eres el carcelero y debes desempeñar bien tu papel. Yo... soy el condenado y debo esmerarme en el mío. Eso es lo importante: jugar lo mejor posible el juego que nos ha tocado. En realidad tú estás tan condenado como yo, sólo que yo estoy condenado a condenado. Esa es la diferencia que nos separa... y nos une. (Suspira. Pasea por la celda.)

Carcelero

Eres un preso raro. Dices cosas extrañas que no com-prendo del todo. ¿Por qué te van a colgar? Has matado... o robado... ¿Qué has hecho? Nadie está aquí por bueno ni por santo.

Preso

Yo soy culpable. Soy culpable de todo... de ser condenado. Soy culpable de tener que morirme. Yo soy el culpable y basta. Soy un condenado... las leyes lo han dicho.

Carcelero

(Enigmático y pensativo.) Las leyes...

Preso

Sí, las leyes. Ellas hacen y deshacen todo. En realidad yo soy un condenado desde que nací. Se nace condenado como se nace cartero o abogado o médico... o juez... o carcelero. (Con énfasis e ironía). Además... siempre tendrá que haber condenados para que haya personas... libres... Las leyes hacen el resto; en realidad no hacen sino vocear lo que ya es... y velar por si alguno trata de escaparse sin condena...

Carcelero

(Se aparta de la mirilla asustado y despectivo.) Estás loco... (Saca una novela del bolsillo trasero y se sienta en la silla a leerla. Entre dientes.) Condenado loco...

Preso

Nadie está loco. Se ven cosas distintas o de un modo distinto. O, simplemente... se ven. El verdadero loco es un hombre que se ha ido. Es un evadido de presi-dio del que nadie sabrá nunca. A veces quisiera estar loco, fugarme yo también. Pero sólo pocos, muy po-cos, lo consiguen...

Carcelero

(Que no consigue leer. Se levanta y se asoma a la mi-rilla.) ¡Cállate ya, perro condenado! Estás nervioso, eso es. Ya pronto te colgarán... ¡Bah! (Se despega de la mirilla y se vuelve a sentar. Se acuerda del bocadillo. Lo busca, lo encuentra y se pone a comerlo rabiosamente, mientras gruñe.)

Preso

(Compasivo.) ¡Pobre diablo! (Se acerca a la ventana. Comienza a oírse una musiquilla suave y plácida. Hay una larga pausa en la que el PRESO mira a través de la ventana, mientras fuera de la celda el carcelero gruñe y come.)

Voces al fondo

¡Las doce! ¡Se apagan las luces!

Se apagan. La música aumenta poco a poco de volu-men. Por la ventanuca enrejada se filtra una diáfana claridad de luna. Pausa.

Preso

Otra noche hermosa que quiere entrar en la celda... ¡Ah!, qué paz. Luna, cielo arriba, estrellas. (Como despertando de pronto. La música se interrumpe. A gritos.) ¡Carcelero!, ¿sabes lo que es una estrella? (Pausa. El carcelero gruñe algo ininteligible. Vuelve la música. Se para de nuevo. Gritos otra vez.) ¡Carcelero!, ¿dónde está la luna?

Carcelero

(Entre dientes.) Una luna... una estrella... (Da un mor-disco a su interminable bocadillo, despectivo.) ¡Loco...!

Preso

(Insistente.) ¡Carcelero!, ¿qué es una estrella?

Carcelero

(Se levanta de un salto, enojado.) ¡Vete al diablo! (Se asoma a la mirilla.)

Preso

Carcelero... (Suave.) ¿Qué es un diablo?

Carcelero

(Enfurecido.) ¡Un diablo eres tú, perro condenado! ¡Un maldito diablo que ni vivirá mucho ni deja vivir a los demás!

Preso

(Encarándose al público.) Bien... Todo está mejor ahora... ¿ustedes ven? El carcelero ya es un carcelero, gruñón, hiriente y detestable. Y el condenado... el condenado va tomando al fin traza de tal, con la hiel de la muerte a flor de labios y la amargura del camino que a ella conduce en cada gesto. Como ven todo va configurándose con las hechuras que le corresponden. Todo va llegando a su estado perfecto, honesto, her-moso... justo. (Tomando en sus manos la barra de pan que tenía escondida debajo de la cama.) Todos hemos nacido hace algún tiempo, con la cabeza por delante y los ojos muy cerrados, como negándose a mirar en torno, y tal vez sea ese el primer instinto que el vientre materno nos dicta. Luego resulta que unos aprietan las llaves en su mano y otros... las rejas. A los primeros corresponde cerrar las puertas y a los segundos... tratar de abrirlas. Unos y otros serán buenos si están en su papel y saben llevar con buena escena aquello que les compete. (Mostrando la barra de pan.) ¿Ven ustedes este pan? Está hecho con trigo y por eso es blanco; está amasado a mano y por eso es sabroso. ¿A qué razón habríamos de pedirle que fuese rosado o tuviera muescas de máquina en su corteza? Vedlo... (Lo muestra.) Es un buen pan...

Carcelero

(Irritado.) ¡No te callarás, perro! ¿Hasta cuándo habré de soportar tu cháchara roncona? No hay quien duerma en esta cárcel. ¡Menos mal que pronto te columpiarás al sol con la lengua fuera! (Sigue mascullando palabras ininteligibles.)

Preso

(Sigue encarándose al público.) ¿Ustedes oyen...? (Com-placido.) ¡Éste sí es un carcelero...! (Dirigiéndose al car-celero.) ¿Tú tampoco duermes, puerco...? (Queda a la escucha.)

Carcelero

¡Grita, grita, perro, que te queda poco! ¡Muy poco...!

Preso

(Ríe complacido.) ¡Ajá...! Bueno, muy bueno... un car-celero magnífico, honesto... justo... hermoso. Sí, esa es la palabra: hermoso... muy hermoso... (Está sentado en la cama. Comienza a sonar una música suave y festiva. Tiende las piernas sobre la cama. Vuelve la cabeza y habla mientras va recostando el resto del cuerpo.) Hoy dormiré tranquilo... como aquella vez... (La luz de la ventana va disminuyendo y la música aumentando, mientras sigue hablando tenuemente.) Como aquella vez...

La música alcanza un volumen elevado, al propio tiempo que se hace el oscuro.

ESCENA V

El mismo decorado que en la escena I del primer acto.

Es de noche. El preso duerme. Una débil claridad se cuela por la ventana enrejada. Respira tranquilo. De pronto se remueve inquieto y ronca. Afuera duerme el carcelero sentado sobre la silla.

Preso

(Duerme inquieto, moviéndose. Se incorpora de pronto.) No... ¡No!... ¡Eso no!... ¡¡Eso no!!

Carcelero

(Se despierta y se levanta de un salto con gran ruido de llaves.) ¿Eh?... ¿Qué pasa?... ¿Quién grita? (Asomán-dose por la mirilla de la puerta y viendo que es el preso quien grita sentado sobre la cama.) Ah, eres tú. Tran-quilízate perro, que armas más charanga que un tor-turado.

Preso

(Calmándose y frotándose los ojos.) Ah... ¿qué ocurre?...

Carcelero

(Que se ha sacado de un bolsillo pan y del otro chorizo y se está preparando un bocadillo ante la puerta.) Nada... que hablabas dormido y has despertado a media prisión. Vuelve a dormir y procura callarte...

Preso

(Casi para sí.) ¡Oh!... he tenido una pesadilla horri-ble... (Sentándose en la cama.) Horrible...

Carcelero

(Repentinamente interesado, sigue haciendo el bocadi-llo.) ¿Pesadilla?... ¡vaya!... nuestro extraño preso tam-bién tiene pesadillas... ¡je!... Y ¿qué soñabas? ¿Quizás que te tostabas al sol con una soga en el cuello?... ¡je, je! (Asomándose a la mirilla.) ¿Soñabas eso?

Preso

Soñaba... que me indultaban...

Carcelero

(Que iba a hincar el diente a su enorme bocadillo. Pa-rado en seco.) ¡Eh!... (Mirando por la mirilla.) ¿Que te... qué?

Ppreso

(Automático.) Que me indultaban...

Carcelero

(Incrédulo y asombrado.) ¿Que te... indultaban? ¿Y eso es para ti una pesadilla?... ¿Qué es lo que esperas perro...?

Preso

(Pasea por la celda.) No espero nada. Por eso soy un condenado, porque no espero nada. Y menos que me indulten. (Pensativo.) Debe ser horrible ser indulta-do. Es... como un muerto al que obligan a volver a la vida... Y sin dejar de ser muerto. (Acercándose a la mirilla). No lo entiendes... No te absuelven, tan sólo te permiten quedarte. Es como decirte "mereces la muerte... pero quédate con vida". Además... ¿qué cla-se de condenado sería si me indultasen?

Carcelero

(Come el bocadillo con rabia.) Cada vez enloqueces más... (Escupe.)  ¡Puaf,... perro loco! (Volviéndose a la mirilla.) ¡Sí!, ¿condenado y bien condenado! (Muestra las llaves haciéndolas sonar.) Y aquí... tengo la llave de tu condena.

Preso

(Se acerca a la jarra y trata de coger agua con una lata.) Y de la tuya... También de la tuya. (Sonriente.) Yo soy un condenado, que ya nada puede hacer. Pero tú... (Agrio.) Tú tienes las llaves de la libertad de los otros. Tú puedes decidir mi muerte... o mi fuga. (Compasivo.) ¡Pobre carcelero! (Se acerca a los barrotes de la mirilla.) Tu carga sí es pesada. Y no es fácil sacudirla... (Pensati-vo.) Si tú supieras lo consolador que es saber que van a matarle a uno y no se puede hacer nada para evitarlo... (Sentencioso.) Tus llaves pesan, carcelero... pesan...

El CARCELERO le ha escuchado absorto y temeroso, con las llaves todavía levantadas. Al decir el preso su últi-ma frase las llaves le caen al suelo. Queda petrifi cado. Tiene el bocadillo en un bolsillo.

Preso

(Provocador.) Vamos, carcelero, recoge tus llaves... va-mos... ¿Tienes miedo, acaso? (Despectivo.) Vamos, cógelas. No basta con dejar caer las llaves para librarse de su peso. Esa... es tu condena.

Carcelero

(Coge temeroso las llaves, pero sin dejar de mirar al PRE-SO. Las recoge y se va de escena gritando, mirando a cada paso hacia atrás.) El... el diablo... el diablo en persona... ¡El diablo...! ¡El diablo...!

Preso

(Pasea tristemente por la celda y empieza a sonar una musiquilla.) El diablo... (Sonríe.) Eso eres tú, carcelero: un diablo; ¡un pobre y obstinado diablo! ¡Pobre carcelero! (Con una sonrisa triste.) Hoy... temo que se te indigestará el bocadillo. (Se acerca de nuevo a la jarra, se sienta en la cama y trata de extraer agua con el bote de antes. Al fin lo consigue. La acerca a los labios. La escupe asqueado y la música cesa de repente.) ¡Puaf!, está podrida. Dios sabe cuánto llevará dentro de la jarra... encerrada dentro de la jarra... (Va tomando aire pensativo.) Todo acaba pudriéndose cuando está encerrado... todo... (Una música de redoble comienza a oírse tenuemente e irá aumentando progresivamente hasta hacerse molesta al final de la escena. Al mismo tiempo la luz irá aumentando poco a poco. El protagonista coge la jarra entre sus manos. Hablando con ella.) Encerrada... tú fuiste algún día arroyo u ola y ahora... te pudres. (Se pone de pie con la jarra entre las manos.) Y aho-ra tengo... en mis manos tu destino... ¡La llave de tu destino! (Va tomando cada vez más un aire trágico.) ¡Ohh... todos tenemos llaves...! ¡Todos! (Enfureciéndose de repente.) ¡Agua... sé libre! ¡Agua... vive, vive...! (Estrella la jarra contra el suelo.) ¡Vive! (Contempla un momento el agua en libertad.) ¡Sé libre...! (Cayendo en la cuenta de algo y dirigiéndose a la ventana enre-jada con ansiedad.) Libre... libre... ¡libre! (Comienza a arrancar los barrotes con desesperación. La escena se sigue iluminando y los redobles aumentan.) Pudrirme... no... no. (Se dirige al otro lado de la celda. De una patada abre la puerta y la saca de uno de sus quicios.) ¡No quiero pudrirme! ¡No quiero! (Se dirige al otro lado de la celda. De otra patada derriba parcialmente el deco-rado.) Soy... libre... ¡soy libre! (Cae en la cuenta de que lleva camisa de presidiario. Se la arranca furiosamente.) Fuera... ¡fuera!... ¡soy libre!... (Se arranca también su camisa blanca. Se encuentra con su piel.) Pudrirme no... ¡debo ser libre! (Trata de arrancarse su propia piel. Cae de rodillas. Tiene el torso semidesnudo.) Debo... (Se encoge y esconde la cara entre las manos. La música en-sordecedora ha cesado de repente. La luz ilumina totalmente el escenario. Llora. Pausa larga para su llanto. Al fin comienza a rehacerse, como si saliese de una pesadi-lla.) ¿Qué... he hecho...? (Mira alrededor, sigue de rodillas.) ¿Qué... he...? (Avergonzado de sí mismo.) Soy un estúpido..., un pobre diablo..., un perro... condenado. (Mirando al público.) La libertad... no se pierde detrás de unas rejas. (Rehecho.) La libertad... se gana en otros campos de batalla...

EPÍLOGO

El fondo del escenario está cubierto por un gran lien-zo decorado con dibujos que simulan criptas y pan-teones. El escenario será un cementerio. En primer plano, a la derecha, un cerquillo de madera al estilo de los existentes alrededor de las tumbas.

Luz de atardecer. En primer plano, junto al cerqui-llo, el SEPULTURERO clava unas maderas: construye un ataúd. Entre golpe y golpe muerde un enorme boca-dillo. Así durante un rato. Después entran por un lateral los tres JERARCAS. Su indumento es el usual de estos personajes: frac, chistera, bandas, enormes medallas, etc. La traza física se corresponde con la de los jueces o los médicos. Se colocan expectantes al fondo del escenario.

Jerarca 1

(Al cabo de un rato. Al oído del JERARCA 2, que jugaba con su enorme medalla.) Bis, bis, bis... bis. (El JERARCA 2 se acerca al SEPULTURERO.)

Jerarca 2

(Al SEPULTURERO.) ¿Aún... falta mucho?

Sepultero

(En voz baja.) Bis, bis, bis, bis, bis, bis, bis...

Jerarca 2

(Se acerca de nuevo a su grupo.) Dice que le habían di-cho madera de pino, y si ahora queremos que la haga de caoba tendremos que esperar. (Siguen esperando. Al rato entran los policías del principio, portando una camilla sobre la que yace un hombre cubierto por una sábana. La depositan en la parte delantera del escenario. Los uniformes que llevan son ostensiblemente distintos a los del principio. Antes de retirarse saludan a los JE-RARCAS. Pero uno de ellos lo hace con la mano izquierda y el otro con la derecha. Este último se corrige azorado, mientras el JERARCA 2 le fulmina con la mirada y mueve la cabeza. Después de que se retiran hay una pausa en la que no hay acción, salvo los martillazos y mordiscos del SEPULTURERO y los gestos de impaciencia de los JERARCAS. Al fi n el JERARCA 1 recuerda algo de pronto.)

Jerarca 1

 (Al oído del JERARCA 2.) Bis, bis, bis, bis...

Jerarca 2

 (Saca apresuradamente de debajo del frac una bandera plegada.) ¡Aquí está...!

Se dirigen los tres hacia la camilla y comienzan a ex-tender la bandera sobre la sábana. El JERARCA 2 no resiste la tentación y levanta el lienzo para ver la cara del muerto. El JERARCA 1 le corrige. Luego se retiran de nuevo al fondo del escenario. Nueva pausa.

Jerarca 1

 (Consulta su reloj. Toma una decisión. Dirigiéndose al JERARCA 2.) El discurso... (Alarga la mano. El JERARCA 2 le tiende un papel enrollado. Lo desenrolla. Tose. Mira alternativamente a unos y otros JERARCAS, que toman actitud solemne. Los martillazos del SEPULTURERO prosi-guen. Comienza a leer el discurso con profusión de gestos y tono grandilocuente.) Hoy tenemos un (con énfasis) pro...fundo dolor al asistir a las exequias de la última víctima del régimen (con fi ereza) opresorrr que hasta ahora impuso su yugo (con gesto desfallecido y bajando el tono) sobre nosotros. Hoy, que la revolución ha triunfado, no sabemos si llorar, (torturado) agobiados por la tristeza, (liberado) o henchidos de alegría. Tristeza porque un hombre, un luchador por la justicia, (desolado) ha sido monstruosamente ejecutado. (Un silencio. Luego, de pronto.) Alegría porque ha llegado la hora de la liberación del hombre; ha comenzado una nueva etapa de la historia de la humanidad. (A partir de este momento la luz irá aumentando sobre el SEPULTURERO, que continúa martillando cada vez  con más brío y ruido. El fondo del escenario, donde están los JERARCAS irá quedando a oscuras.) Hoy queda abierta la puerta... para la construcción de un nuevo mundo. Un mundo distinto y perfecto donde no haya lugar para la injusticia. Una nueva era de progreso eco-nómico, social y humano nos espera. ¡Nunca más el hombre será humillado! (La voz se va haciendo histéri-ca, confusa, apresurada, distante. El lugar de los JERARCAS está ya completamente oscuro.) Nunca más volverá a ser oprimido, nunca más soportará sobre sus hom-bros el peso de los poderosos. (Los martillazos aumen-tan de volumen hasta hacerse ensordecedores y anular la voz del JERARCA 1. Las últimas palabras que se oyen son:) ¡Un mundo nuevo!

Luego los martillazos anulan todo sonido. La luz se concentra totalmente sobre el SEPULTURERO. Cae el telón.

FIN